OTAN, una comunidad de valores

El pasado fin de semana, entre el 18 y el 21 de noviembre, las Cortes Generales ejercieron de anfitrión de la 68ª sesión anual de la Asamblea parlamentaria de la OTAN. Unos meses después de la exitosa cumbre de Madrid, liderada por el Gobierno de España, alrededor de 300 parlamentarios, procedentes de los 30 países de la OTAN y de 20 países asociados u observadores, nos reunimos para debatir sobre el momento que vive la Alianza Atlántica y sobre cómo queremos que esta evolucione en los próximos años.

La OTAN es una Alianza de estados soberanos que libremente nos hemos unido para concurrir en la consecución de un fin común: el mantenimiento de la paz y la seguridad.

Decía el canciller Kohl que él pertenecía a una generación que conocía perfectamente el alcance del significado de la paz, porque en su infancia había vivido la Segunda Guerra Mundial. Esa generación, la que fundó la Organización del Tratado del Atlántico Norte, era plenamente consciente, porque lo había sufrido en su ciclo vital, de que la paz es la condición previa de todo lo que puede contribuir a una vida digna. La paz es la condición primera y básica para el ejercicio pleno de la libertad, de la democracia, del respeto de los derechos humanos y del Estado de Derecho.

OTAN, una comunidad de valoresEsa generación también había aprendido otra lección de la Historia: que la paz no se construye desde la inacción, desde la pasividad o la desunión. Los errores cometidos en los años 30 del siglo pasado no se debían repetir. Entendieron que para preservar la paz había que organizarse en su defensa, porque las fuerzas que la amenazan son reales, y necesitan una respuesta activa. Comprendieron que la paz hay que trabajarla y construirla día a día. Como también dijo Helmut Kohl, «la paz debe ser más que la ausencia de guerra». De ese compromiso fundamental surgió la OTAN.

Desde entonces, la Alianza Atlántica ha contribuido, con éxito, a preservar un orden internacional basado en reglas. Y en el concreto caso del espacio euroatlántico, ha hecho posible su período histórico más prolongado de paz.

Pero a partir del 24 de febrero de 2022, otra generación, la nuestra, ha descubierto abruptamente que nada está conquistado para siempre, tampoco la paz y la estabilidad en Europa. El cambio de paradigma que ha supuesto la agresión rusa a Ucrania nos está desafiando en todos los frentes. En el político, en el económico, en el social y en el militar.

Los debates de la Asamblea que hemos celebrado estos días en Madrid han girado, en buena medida, en torno a la respuesta que debemos dar a este desafío, asunto protagonista también de una buena parte de las preguntas dirigidas por parte de los parlamentarios al secretario general de la OTAN, así como de la mayoría de las resoluciones aprobadas. También tuvimos la oportunidad de escuchar en directo, por videoconferencia, al presidente Zelensky.

Una conclusión unánime es que esta respuesta ha venido caracterizada, y debe seguir viniendo caracterizada, por la unidad. Una unidad que ha sorprendido positivamente a muchos analistas, a veces incluso a nosotros mismos, y muy negativamente a Putin, que claramente no la esperaba. Una unidad que hay que preservar.

Con esta brutal agresión, los miembros de la comunidad transatlántica nos hemos dado cuenta, por si alguna vez lo habíamos olvidado, de que los hijos de la Ilustración, los que compartimos los valores de la democracia, los que creemos en la razón, en el respeto a la legalidad internacional, en los derechos humanos, debemos estar unidos, porque solo unidos podremos defender la democracia frente al autoritarismo, batalla hoy más relevante que nunca y que tiene una escala global.

Junto a la unidad, yo destacaría la solidaridad como otro de los elementos que ha regido y debe seguir rigiendo nuestra respuesta. Solidaridad del conjunto de países europeos y de la comunidad transatlántica en general. Una solidaridad que nos está llevando a compartir los costes económicos y sociales de responder a la agresión. Países como España puede que no hagan frontera geográfica con Ucrania, pero en términos políticos, somos y nos sentimos frontera.

Pero de todas las conclusiones extraídas de lo que nos está pasando, además de nuestra unión y nuestra solidaridad, quizás la más importante sea la constatación de que solo desde el multilateralismo se puede dar una respuesta eficaz a las turbulencias globales. Así lo han entendido Suecia y Finlandia, que en breve se incorporarán a la OTAN. Vivimos un momento atlantista y europeísta, en el que tanto la UE como la Alianza Atlántica, cada una en su papel, se están revelando como instrumentos indispensables para la gobernanza de la incertidumbre.

En este contexto, la Asamblea Parlamentaria de la OTAN es un instrumento de gran utilidad. Y así se ha demostrado estos días.

En primer lugar, porque la mera existencia de la Asamblea fortalece la noción de una comunidad transatlántica de países democráticos. Los parlamentos no son solo un espacio de representación política. Exigen que esa representación sea necesariamente plural, ya que la sociedad libre lo es por definición. Por eso, cuando los parlamentarios de diversos países nos encontramos en un foro multilateral establecemos un diálogo que, en esencia, es rico e integrador, al abarcar en nuestra representación al conjunto de nuestras sociedades, no solo a la parte mayoritaria.

Por otro lado, tejer fuertes lazos más allá de su eje es uno de los retos vitales de la comunidad transatlántica para los próximos años. En un planeta en el que nuestros competidores estratégicos siguen cuestionando las reglas del orden internacional, en un contexto geopolítico en el que el modelo democrático se encuentra bajo una amenaza global, es fundamental que nuestra voz llegue lo más lejos posible y encuentre eco y complicidad más allá de nuestra zona de influencia natural.

La Asamblea parlamentaria de la OTAN, por la flexibilidad de su funcionamiento y composición, también puede ser un medio idóneo para tejer esos vínculos. Los delegados de países asociados y observadores, con su visión, nos ayudan a entender el mundo en su globalidad.

El que fuera secretario general de la OTAN entre 1995 y 1999, Javier Solana, señaló, al concluir su mandato, que «la seguridad en el siglo XXI será lo que de ella hagamos». Y añadió: «Se puede dar forma al futuro si hay comunidad de ideales y de medios, y solidaridad para hacerlo realidad».

Comunidad de ideales, comunidad de valores y solidaridad para hacerlo realidad. El concepto estratégico aprobado en la cumbre celebrada este junio en Madrid destaca cuatro valores comunes de la Alianza: la libertad individual, los derechos humanos, la democracia y el Estado de Derecho. Y también apuesta por integrar el cambio climático, la seguridad humana y la agenda de Mujeres, Paz y Seguridad entre los cometidos esenciales de la OTAN.

La 68ª Sesión Anual de la Asamblea parlamentaria de la OTAN ha desarrollado esta idea, y en sus resoluciones ha subrayado que la fuerza de la Alianza se fundamenta en sus valores democráticos. Ha reconocido como un paso decisivo que, por primera vez en la historia de la Alianza, el concepto estratégico identifique específicamente al autoritarismo como un reto para «nuestros intereses, valores y modo de vida democrático».

Lo que, en definitiva nos están recordando tanto el concepto estratégico como las resoluciones de la Asamblea es que ésta no es solo una alianza militar, es una alianza de valores. Una Comunidad de Valores, como decía Javier Solana.

Meritxell Batet es presidenta del Congreso de los Diputados.

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