Otra época, ¿otra política?

Las elecciones del 20 de noviembre se sitúan en pleno cambio de época. No es solo una crisis. Nos han cambiado las pautas de trabajo y de vida. Nos comunicamos, informamos y actuamos desde otras plataformas y medios. Familias más distintas, barrios y pueblos más heterogéneos. Trabajos, salarios e hipotecas dependiendo de decisiones y situaciones que no sabemos a quién atribuir. Y en medio de toda esa sacudida, la política y los políticos siguen pareciéndose a lo que estamos dejando atrás apresuradamente.

Estamos en una sociedad y en una economía más abiertas. Pero la política parece mostrar el cartel de "acceso restringido". Una democracia viva, una política compartida, necesita espacios y oportunidades de debate abiertos, donde se construyan ideales y visiones también compartidos. Espacios en los que todos y cada uno puedan intervenir. Esas son las bases para poder hablar de ciudadanía, de inclusión social, de sociedad en la que vale la pena vivir.

Lo sucedido en los últimos meses, con el 15-M y todas sus secuelas, nos permiten aprender. Nos permiten entender que Internet genera sacudidas en las viejas y nuevas plazas de la democracia. Unas nuevas plazas que permiten que gentes de todas partes interactúen, se relacionen, compartan información, construyan criterios, se organicen para actuar e influir. Internet no es un martillo. No es un nuevo instrumento con el que seguir haciendo lo de siempre, pero de manera más cómoda o más rápida. Los partidos, las instituciones, pensaron que Internet era un nuevo martillo con el que seguir trabajando con los clavos de siempre, con las relaciones de poder de siempre. E Internet es otra forma de relacionarse y de vivir. Es otro país. Con sus relaciones de poder y de explotación (pero distintas), con sus reglas de juego y de interacción (pero distintas), con sus leyes y delitos (pero distintos).

De golpe, las instituciones políticas, los partidos, empiezan a darse cuenta de ello. Meses y años tarde con relación a gentes, grupos y empresas. Y en ese nuevo "país", en esa nueva realidad social que Internet sostiene, uno de los elementos que entra rápidamente en cuestión son las funciones de intermediación y control. Y las instituciones y los partidos han vivido de intermediar y controlar. La representación de ideales e intereses fundamentaba su razón de ser. Y ahora, de golpe, a pocos meses de las elecciones, han de repensar su papel en un nuevo escenario. Un escenario en el que son más prescindibles.

Las instituciones y los partidos no han estado a la altura de las transformaciones en las formas de vida y de relación social. Las expectativas de participación de la gente son ahora mayores, porque pueden ser más directas e inmediatas, y lo viven y experimentan cuando usan las redes sociales. Cada uno es más capaz de crear, de organizarse, de establecer sus propios espacios, incluso de construir su propio trabajo o de buscar financiación para sus ideas usando la Red.

Y en cambio, las instituciones, los partidos, siguen respondiendo a los ideales fordistas, de a cada lugar su persona, a cada persona su lugar y su función. La política y, sobre todo, los partidos que la encarnan institucionalmente, van a tener crecientes dificultades para seguir ejerciendo las funciones que tenían encomendadas normativamente de manera casi monopolística. Los acontecimientos de estas semanas, aquí y fuera de aquí, destacan por la individualidad de mensajes y de adhesiones, por la diversidad de formas de expresarse, por la horizontalidad de relaciones y debates. A mayor formación, a más medios de conexión social, menos se aceptará una función política que se limite a votar, influir o presionar a los policy makers, a los encargados de tomar las decisiones por nosotros. Habrá, hay más interés en ser everyday makers. Gentes que sufren y deciden cada día, y que no tienen por qué limitarse a asistir al espectáculo de una institucionalidad democrática percibida como viviendo al margen de lo que a la gente le preocupa y le desasosiega.

La función de los partidos seguirá siendo importante, pero no pueden seguir actuando como lo hacen. Sobre todo, aquellos partidos que dicen querer representar a los más débiles, a los más vulnerables. Deberían atender no solo la representación por elección, sino también la representación por atención.

Y ello exige no centrar toda su actividad en el acceso al poder, en la selección de las élites. El reto vuelve a ser saber formar parte del movimiento de renovación de la política, sin pretender representarlo ni capitalizarlo, sino estando en el mismo, aprendiendo a ser retaguardia. Desde la cercanía y la horizontalidad y no desde el privilegio y la jerarquía, desde el intento de compartir dudas y experiencias y no de representar en exclusiva. Hemos de agradecer al Movimiento 15-M el que la política haya vuelto a formar parte del debate cotidiano y que esté presente como nunca en las redes sociales. Ahora solo falta que en las instituciones y en los partidos se aproveche la ocasión para volver a discutir de política, de otra política, y no solo de "quítate tú para ponerme yo".

Por Joan Subirats, catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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