Otra Europa es posible

Por qué los pobres votan a la derecha es ya casi un clásico de las ciencias sociales del norteamericano Thomas Frank publicado en el 2004. Ante fenómenos como el Brexit británico o la victoria electoral del Partido Popular es fácil recurrir al populismo. Las elites, incluso progresistas, se escandalizan de que gran parte de las clases populares “voten mal”. Unos días anteriores a las elecciones tuvimos el almuerzo mensual con un pequeño grupo de militantes históricos de Comisiones Obreras. Hicimos la porra para determinar quién sería el próximo presidente de gobierno, todos menos dos coincidimos que sería Mariano Rajoy.

Ya se sabe que en momentos de cambio la tentación es el orden, aunque haya injusticia, como dijo Goethe y antes Ignacio de Loyola. Los que tienen no quieren perder y los que no tienen temen el desorden que se identifica con desprotección. Se usa el populismo peyorativo para todo y para todos. Se identifica como irrealismo, demagogia, bajas pasiones, extremismos, manipulación de las masas ignorantes, despilfarro, corrupción y mal gobierno. Los que han hecho campañas del miedo y de la seguridad son los conservadores británicos de ambos lados. Acá el Partido Popular y el PSOE han practicado el peor populismo, el de forzar el sometimiento de las conciencias ciudadanas y descalificar a los otros como populistas peligrosos.

El discurso de españolismo rancio de Mariano Rajoy una vez conocidos los resultados fue un alarde de populismo. El PSOE andaluz de la señora Díaz es una antología de populismo nacionalista étnico. Comparado con el independentismo catalán, el populismo de este es de muy baja intensidad. En resumen, se ha votado orden, seguridad, nada de aventuras. En frente ni PSOE ni Podemos han ofrecido una alternativa posible e ilusionante que se impusiera al continuismo. Reconozco que es más interesante el caso británico y Europa.

La Unión Europea si fuera un sujeto político como cualquier Estado de la Unión Europea no sería admitido en su seno. Por déficit de democracia. No son las naciones ni sus representantes electos los que determinan las políticas europeas, son los ministros o sus funcionarios los que sustituyen en gran parte al Parlamento Europeo y la Comisión, nombrada por los gobiernos, quien ejecuta las decisiones.

En la base de la pirámide aparece un océano burocrático que Kafka no hubiera podido imaginar. La Unión Europea ha constitucionalizado las políticas neoliberales al servicio del capitalismo financiero y condiciona las políticas nacionales que afectan a la economía y al bienestar social de los ciudadanos. Los intentos de algunos gobiernos nacionales de garantizar mínimos sociales y salariales para reactivar la demanda han sido sancionados mediante ahogo financiero. El resultado es conocido en España y Europa: desmantelar la sanidad y la educación públicas, dejar a sectores sociales sin protección, especialmente viejos, jóvenes sin trabajo ni futuro y adultos que ya nunca encontrarán trabajo, desahucios o varias familias en un apartamento, poblaciones de origen inmigrante excluidos y amenazados. No es justo ni resuelve nada pero las reacciones de rechazo a la Unión Europea son lógicas. Capas populares y medias, gente mayor pero no solamente, se sienten más nacionales que europeos, no saben quiénes son los que toman decisiones, no los han votado. Los parlamentarios europeos son desconocidos o políticos semirretirados y nadie sabe si deciden algo o no. No son de extrema derecha pero esta capitaliza sus miedos y su descontento. Más que satanizarlos hay primero que entenderlos.

La globalización más potente es la financiera y la comercial. Se constituyen entes continentales y intercontinentales entre grandes potencias y grandes empresas, como el tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP), integrado por Estados Unidos, la Unión Europea y una asociación de las 70 mayores empresas. Objetivo: libre comercio, privatización de servicios públicos, reformas laborales para reducir los salarios de los trabajadores y las pensiones, flexibilizar las normas ambientales, estimular la resiliencia de los desocupados o marginales que no tendrán protección social, acabar de desregular el sistema financiero, reforzar las patentes farmacéuticas, legalizar los beneficios cesantes si intervienen los gobiernos mediante un tribunal internacional con participación de las grandes empresas, maximizar los beneficios cortoplacistas como es la lógica del capital financiero. Podríamos seguir.

Europa sí, pero no la Europa de grandes multinacionales, capitalismo financiero y gobiernos estatales cómplices. La Europa de los pueblos o naciones aún no ha nacido. Es posible que empiece una cierta descomposición. Europa se reconstruirá si primero se debilitan los gobiernos de los estados, se desarrollan los gobiernos de proximidad y se vuelve a empezar. Como escribió Cortázar, “nada está perdido si asumimos que todo se ha perdido”.

Jordi Borja

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