Por Joseph S. Nye, decano de la Harvard's Kennedy School of Government (LA VANGUARDIA, 01/03/04):
A las organizaciones económicas internacionales les resulta cada vez más difícil reunirse sin atraer multitudes que protestan contra la globalización. Algunos dirigentes de los antiglobalizadores como Lori Wallach atribuyen la mitad de su propio éxito a la conclusión expresada en la reunión de la OMC en noviembre de 1999 en Seattle según la cual “filosóficamente no es necesario ni aceptable que mengüe la democracia en la economía global”. Cuando se le señala que la OMC está formada por gobiernos elegidos democráticamente, Wallach replica: “Entre alguien que ha sido elegido efectivamente y el director general de la OMC hay tanta diferencia que de hecho él y su staff no tienen que rendir cuentas a nadie”.
Por el contrario, algunos hacen hincapié en que la OMC es una organización débil, con un presupuesto y un staff reducidos, y que se halla a años luz de ser un gobierno mundial. Además, las instituciones internacionales tienden a estar muy condicionadas por los gobiernos nacionales, que son la auténtica fuente de legitimación democrática. Otros sostienen que la cuestión de la democracia es irrelevante, porque las organizaciones internacionales no son más que instrumentos para facilitar la cooperación entre los estados. Sospecho que estas argumentaciones no son suficientes en un mundo de política internacional en el que la democracia se ha convertido en la única fuente de legitimación. Aunque estas organizaciones sean débiles, su influencia puede tener efectos potentes. Y los antiglobalizadores tienen razón al decir que la falta de transparencia y representatividad debilitan a menudo la legitimidad. Es realmente necesario pensar en normas y medios para regular la globalización.
Hay dos fuerzas que guían la globalización: una es la tecnología y la otra las decisiones políticas. Luego, ¿es reversible? La respuesta es sí en un sentido y no en otro. La tecnología es irreversible, las decisiones políticas, no. Ha habido periodos en los que la globalización ha dado marcha atrás: el nivel de integración económica de 1914 no se volvió a alcanzar hasta 1970. La primera guerra mundial detuvo la globalización del siglo XIX. Y eso contribuyó también a la crisis de los años 20 y 30. Karl Polannyi, en el libro “La gran transformación”, sostiene que lo que realmente sucedió con la globalización del siglo XIX fue que la economía sobrepasó la política. En el sentido de que el “laissez faire” económico había creado disparidades tan grandes que dio origen a las grandes desgracias sociales del siglo XX como el fascismo y el comunismo, que contribuyeron ambos en gran medida al desmantelamiento de la globalización económica. No es que yo prevea hoy la misma reacción, pero ciertamente estos precedentes no dejan de inquietar. Yo creo que la globalización no es suficiente para resolver los problemas de la pobreza, pero es necesaria. Si no me creen, piensen en una nación que haya prosperado cerrando las fronteras. No existe.
El otro aspecto importante es que aun si se detiene la globalización económica, no por ello se detienen las otras formas de globalización. La globalización militar, por ejemplo, se ha acelerado desde 1914. Lo mismo se puede decir de la globalización ambiental: basta con pensar en el recalentamiento terrestre o en el virus del sida. En suma, existe el peligro de que una mala globalización política ponga freno a los aspectos positivos de la globalización y deje prosperar los negativos.
De ahí que la gente quiera que se regule la globalización: es cierto que no puede haber un gobierno mundial en el auténtico sentido de la palabra, pero existe cierta forma de regulación a escala supranacional: un poco como “El burgués gentilhombre” de Molière que habla en verso sin saberlo. No me refiero sólo a las Naciones Unidas, sino a centenares de organizaciones supranacionales en las esferas del comercio, del tráfico aéreo, de la meteorología y del sistema postal.
El problema es la legitimación de estas organizaciones; un problema ligado a la democracia. Los antiglobalizadores sostienen que en este campo hay un “déficit de democracia”: el concepto nació en relación con el Parlamento Europeo, pero no se puede extrapolar al contexto mundial. Si ya es bastante difícil hablar de un control parlamentario de la UE, es casi imposible pensar en un parlamento mundial. El parlamento de los hombres de Tennyson era una gran poesía victoriana pero un pésimo análisis político. Hay que ser realistas: la democracia existe en las naciones en las que hay un sentimiento de comunidad política. Sólo así la minoría acepta que prevalezca la mayoría. En el plano global, ¿creen realmente que la gente aceptaría quedar siempre en minoría por el voto de dos mil millones y medio de chinos e indios? Realmente creo que no y considero que habría que contemplar el problema desde otra perspectiva.
La democracia existe en los estados nacionales y las instituciones internacionales son instrumentos de los gobiernos nacionales. ¿Cuál es entonces el problema? Para empezar, que no todas las naciones son democráticas. Después existe una larga cadena de delegaciones de poder entre los representantes elegidos democráticamente y los responsables de estas organizaciones. Para terminar, y por encima de todo, estas instituciones supranacionales no están vinculadas a los estados, sino sólo a una parte de los estados. Por ejemplo, la OMC es un club de ministros de Comercio. El FMI es un club de ministros de Finanzas. Son personas que representan los mismos intereses en diferentes países pero a menudo carecen de sensibilidad hacia los problemas relacionados con aquéllos. Son muy eficientes en el comercio, pero no en lo que se refiere al comercio y el trabajo o al comercio y el medio ambiente.
En definitiva, algunas reservas están más que justificadas. Yo no tengo las respuestas a los muchos problemas que plantea la globalización. No creo que las tenga ninguno de nosotros. Pero hay un método que usaría para afrontar estos problemas.
1. En primer lugar debemos tratar de construir organizaciones internacionales que minimicen el conflicto con las democracias nacionales. Debemos proteger la democracia nacional lo mejor posible porque sólo existe realmente a este nivel. Me parece, a propósito, que la OMC es un buen ejemplo: si una mayoría democrática de un Estado miembro de la OMC quiere desvincularse de un acuerdo internacional puede hacerlo sólo con pagar una penalización: esto significa que las necesidades democráticas internas pueden prevalecer ocasionalmente, sin destruir el sistema de reciprocidad del comercio internacional.
2. Si la democracia radica en el plano nacional, ahí es donde debe empezar precisamente parte de la solución: en el plano estatal. Por ejemplo, Dinamarca ha aplicado medidas mejores que todos los demás estados de la UE para informar al Parlamento de lo que sucede en Bruselas, recordando que nada impide que un gobierno decida añadir a su delegación comercial un experto en medio ambiente o en trabajo.
3. Tenemos que ser más claros sobre lo que entendemos por representación democrática. Porque no implica que todos deban ser elegidos directamente; en la teoría de la democracia no hay nada que lo exija.
4. Se pueden utilizar incluso instrumentos que no sean de representación democrática. Por ejemplo, el mercado. No es democrático, pero su insistencia en la transparencia y en la certidumbre legal puede influir y ayudar a reforzar la democracia.
5. Es muy importante aumentar la transparencia. Cuanto más abiertos sean los procedimientos, los legisladores y el público entenderán mejor lo que sucede.
6. Sobre todo debemos experimentar más. Tenemos toda una serie de instituciones que se han desarrollado en los últimos cincuenta años. Ahora han sido cuestionadas. Nada impide que podamos inventar otros modelos. Basta con pensar en la Organización Internacional del Trabajo, que es muy antigua, de 1918, y es la única organización intergubernamental tripartita. Un experimento muy interesante lo constituye por otra parte la International Corporation on Assigned Names and Numbers (Icann), que gobierna la asignación de las webs en internet. Algunos de los organizadores están contratados, otros han sido elegidos directamente por los usuarios de internet. Se trata sólo de sugerencias. No hay nunca una solución única a las cuestiones clave. Pero es absolutamente esencial que se avance en el estudio de las respuestas. Negar el problema y no considerar las analogías con la política interior no es una buena vía. Necesitamos cambios en los procesos que den más juego a la política y que se inspiren en la multiplicidad de formas de representación que existe en las democracias modernas. Si no brindamos respuestas, la opinión pública caerá presa de los demagogos. Y será peor para todos. Las instituciones internacionales son demasiado importantes para dejarlas en manos de los demagogos.