Otra lectura de las elecciones andaluzas

Incluso las personas mejor informadas no recordarán dentro de unas semanas el número de diputados que cada uno de los partidos políticos obtuvo en las elecciones al Parlamento de Andalucía del pasado 9 de marzo. Apenas quedarán en la memoria colectiva dos titulares sumarios. A saber, que el PSOE repitió mayoría absoluta y que los andalucistas no lograron representación. Poco más.

La opinión pública se guía por mensajes escuetos en su formulación y simples en su simbología. Manuel Chaves vuelve a estar al frente de la Junta y Javier Arenas en la oposición. Lo mismo de siempre.

Las últimas han sido las octavas elecciones en Andalucía desde la aprobación del primer Estatuto de Autonomía en diciembre de 1981. Las ocho las ha ganado el Partido Socialista, en cinco ocasiones por mayoría absoluta, y salvo la accidentada legislatura de 1994, concluida anticipadamente a los dos años, ninguno de los Gobiernos que se han sucedido tuvo especiales problemas, soportados como estaban por sus solos diputados y en dos ocasiones (1996 y 2000) con la ayuda del Partido Andalucista, siempre presto a ir en socorro del vencedor.

El Partido Popular, por tanto, lleva más de un cuarto de siglo en la oposición y, de no mediar disolución anticipada, cumplirá tres décadas, o lo que es lo mismo treinta años sin haber pisado moqueta como dicen los cursis. Y sin embargo, en los últimos comicios los populares han dado un notable estirón al pasar de 37 a 47 escaños (295.000 votos más que en 2004), mientras que el PSOE bajaba de 61 a 56 -la Cámara tiene 109 asientos-. IU ha mantenido sus seis actas, lo que quiere decir que el PP le ha quitado cinco a los socialistas y otras tantas a los andalucistas, que como queda dicho están ya fuera del Parlamento. Los líderes del centro-derecha andaluz se apresuraron la noche electoral a pregonar la buena nueva de unos resultados que les devolvían a las posiciones de 2000, cuando Teófila Martínez obtuvo 46 escaños y millón y medio largo de votos con una abstención de casi siete puntos más que ahora. Todo parece indicar que con la estructura actual de partido, los mismos candidatos y un discurso escasamente renovado, los populares han tocado techo en la región española con mayor número de ciudadanos con derecho a voto: 6.233.350.

En cuanto a los responsables del PSOE, no han querido entrar en el análisis profundo de lo que, sin la menor duda, constituye para su formación un serio aviso ante comicios venideros. En una región como la andaluza en la que han mantenido desde hace un cuarto de siglo mayorías sobradamente incontestables, el empujón que el electorado ha dado a los populares debería de servirles de advertencia, en lugar de continuar instalados en un triunfalismo conformista. Muy pocos han sido los dirigentes socialistas que han reconocido que los tiempos empiezan a parecer ya distintos. La gente habla desde las urnas con un lenguaje inconfundible. Acaso esta vez ha querido decirle a Manuel Chaves: bien, está usted aprobado pero espabile y haga cambios de verdad, que Andalucía lleva demasiado tiempo estancada. Y estos chicos de la eterna oposición vienen empujando.

La derecha tiene de antiguo mala imagen en Andalucía. Bien es verdad que ganada a pulso desde tiempos remotos. El viejo caciquismo tuvo continuidad y caldo de cultivo durante la dictadura de Franco. Hasta no hace muchos años los círculos, casinos o clubes sociales de los pueblos lo eran "de propietarios". En las fincas no había empresarios, sino dueños, y los señoritos aparecían raramente a cobrar las rentas o dedicarse a las monterías. Nada de esto nos es ajeno a quienes hemos nacido y crecido en Andalucía, pese a que las diferencias entre las zonas pobres y ricas determinaban también una peculiar casta de amos que, por ejemplo, yo no he conocido nunca en Almería. Junto a estas excrecencias de la sociedad andaluza acomodada siempre hubo una clase intermedia de profesionales liberales, de agricultores y de comerciantes que perteneciendo a la derecha sociológica no se reconocían en aquellos otros señores de vidas y haciendas. Se ha exagerado tanto la caricatura que es muy difícil cambiar algunas imágenes sobre Andalucía, y de manera especial sobre su clase conservadora.

El Partido Popular de Andalucía no tiene hoy nada que ver con aquel cliché de la derecha antediluviana, ni sus dirigentes ni sus afiliados se parecen de ninguna manera al esperpento del cacique sacado de algún entremés de los Álvarez Quintero. Los militantes del PP, reciclados por la propia dinámica de los tiempos, son en su mayor parte el cuerpo central de una nueva burguesía andaluza, conservadora pero no intolerante, que ve pasar los años sin que se mueva ni una pieza de la sólida estructura socialista que ha hecho cuerpo en el tejido social. Y depositan sus esperanzas en que un día la izquierda pase a la oposición con la naturalidad que quiere el devenir democrático del conjunto de la nación.

Los tópicos sobre Andalucía en el resto de España son una pesadilla recurrente que hace estragos antes y después de cada proceso electoral. El PP no ha sabido quitarse el sambenito de encima y arrastra como una condena esa sarta de lugares comunes que han sido desmontados por la acción del tiempo y de las costumbres. Tienen los populares parte de responsabilidad: no han sabido dar la nueva imagen centrista y moderada a cuya observancia pertenece la inmensa mayoría de sus partidarios. Una publicidad convencionalmente anticuada y unos procedimientos de comunicación nada efectivos, contribuyen a que la generalidad de los españoles siga pensando que los líderes de la derecha andaluza están cortados por el mismo patrón que cuando Fernando VII usaba paletón.

No es verdad. Como no lo es que Andalucía continúe siendo una comunidad subsidiada. Otras regiones lo son más por distintos vericuetos fiscales. Pero el PP, inasequible a reconocer que la realidad es ya otra, sigue erre que erre en el discurso del voto cautivo. No es menor la aportación que a esa imagen deformada de Andalucía hacen los llamados jornaleros del campo, con Juan Manuel Sánchez Gordillo a la cabeza, especializados en ocupar fincas acompañados de fotógrafos y cámaras de TV. Esa estampa del novecento que componen en singular coreografía los seguidores del diputado andaluz y alcalde de Marinaleda contiene una inmensa estafa intelectual. Las fincas que ocupan, supuestamente improductivas, lo son merced a la política agraria de la Unión Europea, circunstancia que aprovecha este gran impostor para engañar a la opinión pública por un supuesto abandono de las tierras de cultivo.

Cerca de dos millones de andaluces que se inclinan por el voto moderado y centrista ven con creciente frustración que, después de ocho convocatorias autonómicas, el PP consigue extraordinarios resultados que en la práctica no le sirven nada más que para salvar los muebles y para que si a alguna corriente interna se le ocurriera empujar, ceje en su empeño. He aquí a los mismos con los mismos collares, anunciando, eso sí muy convencidos, que el resultado del 9 de marzo permite anticipar la segura victoria en 2012. Algo que tenemos oído en ocasiones anteriores, sin que tal pretendida y parsimoniosa subida en escalera conduzca a ninguna parte (léanse las Instrucciones de Julio Cortázar).

Engullidos los votos del Partido Andalucista, al PP no le cabe otra componenda para llegar a gobernar en la Junta que depender de sí mismo, es decir, alcanzar la mayoría absoluta en las elecciones futuras. Nadie se imagina que su actual predicamento en el electorado le permita alcanzar semejante cota de escaños. Pero nada es imposible en democracia, cuya esencia es la alternancia en el poder.

Javier Arenas tiene que optar por hacer una oposición sin cuartel crispando las relaciones políticas o perseverar en la línea de asentar el partido en toda la geografía andaluza haciendo emerger valores personales ahora ocultos. La primera de las posibilidades se ha demostrado ineficaz en el Congreso de los Diputados. Con la segunda tiene la oportunidad de llegar a 2012 predicando con el ejemplo que la derecha andaluza ya no es aquella que tanta gente tiene todavía en la retina.

Francisco Giménez-Alemán, periodista.