Otra mirada a la corrupción

Cuando apenas llega la recuperación de la crisis económica, otro motivo –y no menor– de desmoralización aparece en la escena política. Me refiero a la corrupción que aparece por todos los rincones de nuestra geografía y nos vuelve a abatir en el más hondo –y tradicional– pesimismo hispano.

La corrupción es un fenómeno intolerable al que hay que perseguir sin cuartel y reprimir en todas sus manifestaciones y singularmente en una: que los condenados por corrupción sean obligados a devolver todo lo que se apropiaron indebidamente. Aunque en todos los países haya fenómenos de corrupción, si bien en distintas proporciones y su eliminación total sea prácticamente imposible, mal de muchos no es consuelo de todos y, por tanto, deben adoptarse toda clase de precauciones y medidas hasta reducirla al mínimo posible si es que no es factible la erradicación total.

Otra mirada a la corrupciónMuchos piensan que el origen de esta corrupción se encuentra en la financiación de los partidos políticos, que, a pesar de generosas subvenciones presupuestarias, tienen tal voracidad que aprovechan cualquier resquicio legal o ilegal para alimentarla. Siendo todo ello cierto, creo que hay que elevar un poco la mirada hacia nuestro pasado reciente y no tan reciente. Allá por el año 1900 escribía Joaquín Costa su obra regeneracionista «Oligarquía y caciquismo», en la que describía con minuciosidad y precisión el modelo, corrupto por definición, sobre el que se asentaba nuestro sistema político. La base de todo ello era la confusión entre lo público y lo privado que constituye la esencia misma del cacique, quien, actuando como correa de transmisión entre los electores y los políticos, otorgaba estipendios a cambio de votos y en compensación obtenía pingües beneficios económicos particulares. Este sistema fue erosionando el crédito de nuestras democracias y en buena parte fue la causa de sus finales.

Si la corrupción de hoy es, por desgracia, generalizada, la de ayer, la tradicional, era sistémica, estaba en la médula del sistema, constituía la base del mismo. Sobre una población muy mayoritariamente analfabeta, los caciques locales encauzaban los votos hacia los oligarcas de la capital que mejor podían favorecer sus intereses. No es que hubiera muchos casos de corrupción, es que sin la corrupción del caciquismo el sistema no podía funcionar.

Hoy, por el contrario, es la primera vez que estamos sacando a la luz la corrupción, llevando a los culpables ante la Justicia y, en su caso, a la cárcel. Estamos, por tanto, en condiciones de extirpar el tumor que ha corroído la matriz de nuestro sistema político. No es, pues, solo la hora de escandalizarnos llevándonos farisaicamente las manos a la cabeza cuando descubrimos algo que todos conocíamos o al menos sospechábamos. Es, también, la hora de congratularnos de que nuestra democracia sea capaz de poner en práctica sus cualidades y ventajas de modo que, por primera vez en nuestra Historia moderna, los caciques y los corruptos pasen por nuestros tribunales. Esperemos que la Justicia actúe con celeridad y eficacia y pongamos los remedios necesarios para erradicar la corrupción de nuestra vida pública.

Una acotación me parece necesaria: por fortuna vivimos en un Estado de Derecho en el que todos estamos sometidos a la Ley para que nadie esté sometido a nadie. Impidamos que este bendito vendaval de limpieza contra la corrupción se lleve por delante, como se está llevando, alguna de las conquistas más preciadas de aquel. Me refiero al secreto sumarial y, sobre todo, a la presunción de inocencia. No sustituyamos el enjuiciamiento de los tribunales con todas sus garantías por el linchamiento de la opinión pública. Los medios de comunicación están jugando un papel esencial en esta tarea de limpieza, no permitamos que se convierta en un medio de confundir a los culpables con los inocentes (que los hay) y dejemos que los tribunales cumplan con su insustituible función.

Pero no debemos pararnos aquí, sino que debemos aprovechar para preguntarnos por qué cuando empezamos de verdad una tarea de regeneración nos fijamos solo en el lado oscuro (la enfermedad de la corrupción) y cerramos los ojos ante el lado bueno (la oportunidad regeneracionista). Como digo, es la primera vez, al menos que yo sepa, que se empieza esta tarea hercúlea de llevar a una parte significativa de nuestra clase dirigente ante los tribunales de justicia.

Estamos, con razón, muy preocupados por el futuro que les espera a nuestros hijos y nietos. Tienen y tendrán dificultades de empleo, de mantener su estatus económico, etcétera; pero parece que no nos damos cuenta de que les estamos quitando una cosa singularmente importante como es la esperanza, la esperanza de mejorar su mundo en torno. Todo lo que vemos a nuestro alrededor nos parece malo; siempre que hablamos de «nuestro país» es para criticarlo, ¿qué esperanza les vamos a dar si viven en un país como este del que decimos que está lleno de defectos y prácticamente carente de virtudes?

Y no es solo que les quitemos la esperanza, es que con nuestra actitud les quitamos hasta las ganas de corregir los defectos.

El maestro Gonzalo Anes enseñaba que la Historia se escribe desde el futuro: si uno tiene una idea positiva de este, buscará en la Historia los orígenes de las virtudes que nos adornan; si, por el contrario, ve con desesperanza el futuro buscará en ella los orígenes de nuestra desgracia. Si en el momento en que empezamos a levantar las alfombras de acontecimientos recientes y no tan recientes (nuestra Justicia no se distingue por su celeridad) nos fijamos tan solo en el hedor que despide la corrupción y no en el aire fresco y puro de la regeneración, no nos puede extrañar que luego aparezcan fenómenos como el de Podemos (con el que se identifica parte de nuestra juventud), ni nos deberíamos extrañar tampoco de que haya gente (o formaciones políticas) que preconicen abandonar el país.

Vivimos con todas las dificultades que queramos en uno de los mejores países del planeta; estamos y vivimos en Europa, que es la cuna del modelo de convivencia al que aspira todo el mundo; hemos alcanzado cotas envidiables de libertad; disfrutamos, a pesar de la crisis, de una prosperidad inimaginable hace tan solo unos años. Dispongámonos a dar un nuevo salto adelante que elimine las más graves lacras del pasado (la corrupción es una de ellas) y que permita a nuestros hijos seguir disfrutando de un mundo en Paz, Libertad y Prosperidad.

Eduardo Serra Rexach, presidente de la Fundación Transforma España.

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