Otra vez la lengua

Por Jordi Porta, presidente de Òmnium Cultural (EL PERIÓDICO, 28/02/06):

Al querer aprovechar cualquier tema para poner en entredicho la voluntad de establecer un nuevo marco de relaciones de Catalunya con el Estado español a través de un nuevo Estatut, no podía faltar el asunto de la lengua. Es un debate que parecía que ya estaba claro y cerrado, pero vemos con sorpresa que vuelve a resurgir.
En primer lugar, existe la equiparación legal de la lengua catalana y de la castellana que prevé el proyecto de Estatut, o sea, que exista el derecho a usar y el deber de conocer las dos lenguas. Parece una medida razonable y justa. Que toda la población de Catalunya conozca al tiempo una lengua hablada por más de 300 millones de personas es en sí mismo una oportunidad y una riqueza cultural, pero, dadas las razones por las que el castellano ha sido el idioma dominante durante décadas y siglos, es preciso ver la política lingüística que hay que llevar a cabo para lograr que los ciudadanos de Catalunya puedan conocer también el catalán, la lengua propia del país. Se trata de lograr el bilingüismo de verdad: que los ciudadanos puedan usar indistintamente las dos lenguas; que con la misma facilidad con la que las personas de origen catalanohablante pueden pasarse al castellano, pueda una persona castellanohablante pasarse al catalán.
Uno de los métodos para lograrlo es el que al parecer inventaron en Quebec y que en Catalunya se ha intentado aplicar durante más de 20 años con la aceptación general de los padres: la inmersión lingüística en la escuela. Parte de la idea de que los niños, en la etapa infantil, aprenden las lenguas usándolas, no sólo convirtiéndolas en asignaturas. Por tanto, puede empezarse la escolarización desde los 3 o 4 años en una lengua diferente de la hablada en casa cuando ésta es socialmente dominante y tiene asegurado su uso. Que el castellano es la lengua socialmente dominante no creo que necesite demostraciones en Catalunya. A partir de los 8 o 9 años se van aprendiendo las dos para finalizar el ciclo escolar sabiendo bien una y otra.

ES EVIDENTE que se pueden presentar problemas de organización escolar o de composición de los grupos-clase en algunos barrios, pero el método parece el correcto y los resultados, por regla general, son satisfactorios, como lo demuestran los análisis de organismos de control de calidad de la enseñanza en los que se percibe, por ejemplo, que los chicos de 10 años en Catalunya tienen un nivel de conocimiento del castellano igual o superior a los alumnos del resto del Estado.
A pesar de ello, se han desenterrado de nuevo algunas armas de guerra, no por el problema en sí, sino para discutir el nuevo Estatut. Últimamente, se han sumado miembros de la jerarquía eclesiástica española. El obispo auxiliar de Madrid, Alberto Iniesta, dice que hoy "en Catalunya son los castellanohablantes los que parecen estar en peligro de ser enmudecidos por la fuerza". O el arzobispo de Toledo, Antonio Cañizares, alerta "de la gravedad de estos momentos; está en juego la unidad de España". Tanto decir que una Conferencia Episcopal Catalana no era una reivindicación eclesial, sino política, y ahora se ve que lograr una población realmente bilingüe o reclamar un nuevo Estatut está en contradicción con los principios evangélicos. Sólo le faltaba esto al poco prestigio que conserva la Conferencia Episcopal Española entre los creyentes de nuestro país.
Todo ello contrasta con la bondadosa aceptación del nuevo Estatuto de la Comunidad Valenciana cuando intenta presentar el valenciano como un idioma diferente de la lengua catalana, en contradicción con el mundo académico español e internacional, y olvidando una sentencia del Tribunal Constitucional de 1997 y nueve sentencias del Tribunal Superior de Justicia valenciano que reconocen la unidad de la lengua catalana y la equivalencia de los nombres valenciano y catalán, referidos a la lengua.

POR ÚLTIMO, vale la pena reseñar la supuesta experiencia que ha tenido Mariano Rajoy en su última visita a Catalunya, y que ha sido definitiva para constatar la persecución del castellano. Parece ser que el presidente de PP llegó al aeropuerto de Barcelona --es un decir-- y se encontró con que el taxista que tenía que llevarle al hotel le dijo que le hablara en catalán porque no le entendía. Al llegar al centro de la ciudad, paseó por la Rambla y vio que en los quioscos todas las publicaciones estaban en catalán. Asqueado, decidió ir al cine y se encontró con una cartelera en la que todos los cines proyectaban películas en catalán. Se quejó a un mosso y lo llevaron a la comisaria acusado de españolista y en el interrogatorio le advirtieron de que si no hablaba en catalán, sería maltratado. Ya cansado y desanimado, se encerró en la habitación del hotel y, en el paroxismo de la situación, al poner la televisión, constató que todos los canales eran en catalán. Fue entonces cuando dijo la famosa frase: igual que en el franquismo, pero al revés.