Otra vez los peligros de la deuda

La deuda, el crédito, es una maravilla. Nos permite desplazar nuestros gastos en el tiempo: comprar una casa y pagarla más tarde, irnos de vacaciones aunque no tengamos dinero, ampliar la fábrica a cuenta de los beneficios futuros, llegar a final de mes o atender una emergencia con la tarjeta de crédito… Pero tiene también su lado oscuro. O mejor, dos lados oscuros.

Uno es que la deuda hay que pagarla. Los estados tienen el privilegio de refinanciarla; los particulares y empresas lo podemos hacer, pero no siempre; al final, la hipoteca la hemos de liquidar mientras vivimos, o dejar la carga a nuestros herederos. Es un problema de solvencia: nuestra riqueza actual y los ingresos futuros esperados deben cubrir el importe total de la deuda.

El otro lado de la deuda es que hay que pagarla cada mes. Para esto contamos con nuestros ingresos, tanto si somos una familia como una empresa o una Administración pública. El servicio de la deuda depende principalmente de la cuantía del crédito y del tipo de interés efectivo. Si nuestra deuda es muy elevada o el tipo de interés muy alto, el mordisco mensual para nuestros ingresos puede ser muy doloroso.

Los niveles de deuda de las familias y las empresas españolas aumentaron mucho en los años del auge. El panorama ahora es, aproximadamente, el siguiente: las familias deben algo más del 100% de su renta disponible bruta; las empresas, el 85% del PIB, y las Administraciones públicas el 100% del PIB. Todas son cifras muy altas. Lógicas, porque venimos de niveles bastante mayores, y porque el proceso de reducción de esa deuda ha sido importante pero lento, porque solo contamos con el aumento de nuestros ingresos, y la reducción de los gastos, para generar más ahorro con el que devolver la deuda.

Este proceso se ha beneficiado de un periodo excepcionalmente favorable, desde el punto de vista financiero. El Banco Central Europeo está comprando grandes cantidades de deuda pública y privada y ha mantenido unos tipos de interés próximos a cero, y esto ha sido un regalo generoso, aunque transitorio. Las empresas grandes han emitido bonos a tipos próximos a cero. También las hipotecas han sido muy baratas, lo que explica, al menos en parte, el auge inmobiliario. El llamado Plan Juncker propone un gran aumento de la inversión pública como forma de relanzar el crecimiento en la Unión Europea, aprovechando que los gobiernos se financian prácticamente gratis.

Pero todo esto está empezando a cambiar. La Reserva Federal de Estados Unidos parece decidida a subir sus intereses en breve, y las políticas del presidente Trump apuntan todas a tipos más altos. Y el Banco Central Europeo parece estar considerando que tendrá que dar un giro a sus políticas expansionistas, al menos en la medida en que la inflación siga recuperándose. Se trata de un reconocimiento no de que el crecimiento económico es más sólido, sino de que no podemos seguir esperando que los bajos tipos de interés sirvan para recuperar la buena marcha de la economía europea y española.

¿Qué efectos puede tener todo esto? Como seguimos con un problema de deuda excesiva, si los tipos de interés siguen subiendo se puede reducir el margen de las familias muy endeudadas para sostener su consumo --y no se olvide que ese consumo ha sido el sostén de la recuperación del PIB en los años recientes, una vez que la inversión y las exportaciones dejaron de liderar el proceso--. Y la financiación de las empresas se encarecerá, algo que ya se nota en el mercado de bonos.

No es una noticia catastrófica, porque se trata, por ahora, de subidas pequeñas, que no tendrán grandes efectos sobre las decisiones de inversión, pero habremos dado los primeros pasos en la vía de la normalización financiera. Los bancos se alegrarán, sin duda, porque la subida de tipos mejora su margen; pero les afectará también el aumento de los costes financieros de las familias y de las empresas. Me parece que, en conjunto, saldrán ganando, pero su salud es aún floja, en toda Europa y también en España, y no creo que les agrade un aumento de su riesgo. Para la balanza de pagos, tipos más altos de la deuda significan menos superávit financiero.

Claro que puedo estar equivocado. Pero la reducción de la deuda exige más ahorro familiar, más prudencia empresarial y unas medidas de austeridad pública que la Unión Europea ya nos reclama. La clave es la prudencia, seguir cuidando la estabilidad financiera y no olvidar las reformas y las mejoras en el lado de la oferta.

Antonio Argandoña, profesor del IESE.

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