Otra vez Rose en Madrid

Querido J:

Nuestro muy amado Pascal Bruckner ha escrito una quest de Papá absolutamente memorable. Se llama Un buen hijo, la ha traducido Lluís Maria Todó con una maestría de escritor y la ha publicado Editorial Impedimenta. Bruckner trata asuntos graves con su acostumbrada y adulta ecuanimidad y entre ellos, aunque ligeramente, su propia biografía política. Y escribe, como en passant, en una página: «Nunca he abandonado realmente el progresismo, a pesar de la densa estupidez y el buenismo que lo dominan. A mi edad, uno no abandona a su familia adoptiva, solo se aleja de ella. Todavía hoy en día, las únicas estupideces que me indignan son las de la izquierda, las demás me dejan indiferente. Prefiero pensar contra mi propio campo, minarlo desde el interior, que desertar.»

Otra vez Rose en MadridCreo que tú y yo estamos sometidos a la misma indignación selectiva. Lo que me lleva a dudar si realmente habremos traicionado nuestras ideas de juventud, aceptando que pueda hablarse de traición respecto a lo que uno ha pensado en edad tan tierna y siniestra. (Félix Ovejero, en El compromiso del creador, otro de mis libros de playa, duda con irónica agudeza que un hombre hecho y derecho pueda traicionar a un mozalbete).

Si recordaba con viveza el párrafo de Bruckner no era solo porque lo hubiese leído pocos días antes, sino sobre todo porque la Fundación Faes había traído a Madrid a Flemming Rose. Tú ya sabes quién es Rose, pero es verdad que nuestras cartas caen siempre en manos ignaras.

En septiembre de 2005 Flemming Rose era jefe de cultura del diario danés Jyllands-Posten. Decidió publicar una serie de doce viñetas de Mahoma. Explicó por qué: «Hacemos sátiras sobre Jesús, la familia real, los políticos. No satirizar a los musulmanes sería mostrar prejuicios». Desde entonces, vive bajo un férreo blindaje policial. En 2010 publicó Tavshedens Tyranni (La tiranía del silencio), un ensayo sobre la libertad de expresión, donde explica el suceso de las viñetas. No hay traducción española pero debe haberla.

Faes, a la que la socialdemocracia ambiente trata con su habitual y calumniosa falta de respeto, había traído a Madrid a un hombre perseguido. Para saber hasta qué punto perseguido solo era preciso llegarse a la Asociación de la Prensa de Madrid, la mañana del viernes: yo soy un joven periodista local, pero nunca había visto un despliegue como ese, en defensa de un hombre y de las pocas decenas que lo escucharon y homenajearon. En un rincón del propio escenario donde Rose hablaba estaba apostado un escolta: durante dos horas implacables se mantuvo en posición de ataque, ligeramente encorvado y con los brazos adelantados, presto a saltar sobre la intención. Yo lo miraba y solo me acordaba de Bruckner. Por qué la estúpida izquierda no trae a Rose a Madrid.

Luego me enteré de algo peor. Hace nueve años, dos después de la matanza de Madrid y pocos meses después de que se publicaran las viñetas, Faes trajo a Madrid a Rose, por primera vez. Fue una experiencia bastante llamativa. Un becario de Faes fue a buscarlo sin pompa policial alguna al aeropuerto y lo llevó a una cena donde estaba, entre otros, el secretario general de la fundación, Javier Fernández-Lasquetty. En la cena le dijeron que no iba a poder hablar y que su viaje había sido en balde. La razón es que el Ministerio no podía garantizar su seguridad. Era el ministerio de Rubalcaba. He tenido que preguntarle. No recordaba que Rose hubiera estado en España. «De lo que estoy seguro es que yo como ministro nunca he dicho que no pueda proteger a nadie». De ahí que haya tenido que preguntarle también a Lasquetty: «Yo mismo hablé del asunto con el secretario de Estado de Seguridad, Antonio Camacho. Me dijo que no podía garantizar la seguridad de Rose ni tampoco la de los españoles en el extranjero que se pudiesen sentir amenazados por las represalias terroristas». Acabé en Camacho. Me dijo que no quería salir citado en el periódico, pero no hay más remedio: «No recuerdo haber hablado nunca con Lasquetty y niego rotundamente que me negara a proteger a Rose ni a nadie que lo haya necesitado». Camacho se pregunta, con la irritación del que le obligan a un enojoso asunto el viernes por la tarde, por qué, si los hechos fueron esos, no los denunció en su día el Partido Popular. No he encontrado una respuesta clara y convincente en el PP. No es descartable que se deba a las particulares relaciones que ha habido siempre entre el partido y la fundación, a partir de que empezaran a ser uno y su contrario.

La izquierda no ha traído a Rose. En diez años. Así no ha podido oírle argumentar, tan cabalmente, sobre el miedo y los estragos que causa en la vida moral. Ni sobre la paulatina pérdida de la libertad de expresión en nuestro mundo, el de las ciudades europeas y los campus americanos. No le ha oído decir por qué el concejal Zapata es un hombre despreciable que no debe ser castigado penalmente.

Hago mías las palabras de Bruckner. Tú las haces tuyas. Pero nos equivocamos. No hay en ellas nada más que el viejo aroma pútrido de la superioridad moral. Como en el fondo de un pozo se pelean en mi cabeza mis dos ratitas preferidas. La estupidez de la izquierda: el inquietante oxímoron. La estupidez de la derecha: el fatigoso pleonasmo.

Y se acabó, debe acabarse. Faes trae a Rose por coincidencia moral. Pensadlo, estúpidos.

Sigue con salud,

Arcadi Espada

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