Otra visión del conflicto entre Rusia y Georgia

En las últimas semanas todos hemos seguido con interés y acentuada preocupación las cuestiones relativas a los enfrentamientos entre Georgia y Rusia. Tras las acciones de invasión y conflictos armados en Georgia, Rusia ha desafiado a EE.UU., a la UE y a la OTAN, reconociendo a Osetia del Sur y a Abjasia (la vieja Cólquida de la que nos habla Ulises), y el Mar Negro se ha convertido en centro de enorme actividad naval. Las lupas se han concentrado en Osetia del Sur, poco o nada sobre Abjasia, y se ha escrito mucho a propósito de los intereses petroleros/gasísticos y portuarios que tal maniobra encerraba. Trataré de exponer algo que no he visto escrito y que, sin embargo, para mí forma parte del epicentro de esta aventura: la creciente relevancia internacional del Mar Negro como nuevo centro (ya lo fue durante siglos) del comercio de cereales en una hora en que el cereal ha adquirido un nuevo protagonismo estratégico, económico y político en las relaciones internacionales. Y, al tiempo, la cuasi nula presencia portuaria hoy de Rusia en el Mar Negro. Ambas están relacionadas.

Rusia perdió gran parte de su costa con el Mar Negro a raíz de la desmembración de la URSS (1991) y desde entonces mantiene su potente armada en Sebastopol, en la península de Crimea (aquella en cuyos llanos de Balaclava tuvo lugar la famosa batalla de 1854 magistralmente cantada en 1891 por Kipling en su The Last of the Light Brigade, más tarde llevada al cine con enorme éxito), que hoy es territorio de Ucrania, lo que no deja de ser un problema para la flota rusa. Así Rusia paga un canon por el uso de dicha base en territorio extraño y depende en gran medida de un país poco amigo que, además, pretende ser estado miembro de la UE e integrado en (o protegido por) la Alianza Atlántica. La declaración rusa en favor de la independencia de Abjasia le aproxima a los puertos de este territorio ribereño del Mar Muerto, le permite operar sobre los puertos de esta -hasta ahora- república autónoma. Si geoestratégicamente era relevante para Rusia esta región (pues muy cerca, el Caspio, es la segunda reserva mundial de hidrocarburos), aún más lo es ahora en razón de la importancia creciente del Mar Negro y su salida al Mediterráneo en el comercio de cereales.
Recordemos que en el Mar Negro convergen un conjunto de vías fluviales y ferroviarias que llevan los cereales de Asia central, Siberia occidental y Europa oriental hacia sus puertos (como bien nos recuerda J. J. Hervé, consejero del Gobierno ucraniano para asuntos agrícolas en un reciente número de la Revista de la Academia de Agricultura de Francia) y, sobre todo, a los puertos de aguas profundas de Ucrania, país que fue siempre el granero de Europa, no sólo en tiempo de los zares, pues tuvo un papel destacado en el suministro de cereales en la II Guerra Mundial y su importante puerto de Odessa fue el gran centro de este comercio, así como los de Nikolaiev e Illichivisk.

Ello permite que hoy, en términos agrícolas, el Mar Negro sea el vórtice, la encrucijada marítima, entre Europa y Asia, donde converge la producción de más de 300 millones de hectáreas de tierras agrícolas, entre las que figuran las más fértiles (los famosos tchernozioms) del mundo. Hoy dos países fronterizos de dicho mar producen unos 140 M. tm de cereales (100 M. en Rusia, 40 M. en Ucrania) y otro, cuasi fronterizo, Kazajstán, produce 20 M. tm. A ello hay que añadir unas 65 M. tm. procedentes de Rumania, Bulgaria (ambas más orientadas en su comercio hacia Europa) y Turquía (que tiene otras salidas directas al Mediterráneo sin necesidad del Mar Negro). Y, cómo no, Georgia, cuyas producciones son a estos efectos despreciables. Pero las de los tres países mencionados inicialmente se verán duplicadas -o más- en fechas muy próximas. Y si eso sucede, allí se generarán unos 300/350 M. tm. (algo menos que la producción de los EE.UU. con 389/400 M. y 12 veces la producción española), de los cuales más de 50 M. tm por año serán consagrados a la exportación y otro tanto, al menos, a biocombustibles. Y lo pueden hacer pues es fácil. Sus rendimientos pueden crecer exponencialmente mediante la mecanización para grandes parcelas y grandes explotaciones ya existentes (los «agroholdings»), mejora genética en semillas, más abonado, etc. Y los trigos kazajos son de altísima calidad por su alto contenido en proteínas y bajo en agua, lo que los hace más favorables al transporte y conservación. Y esos tres países gozan de ventajas comparativas agrarias, salariales, comerciales, marítimas, etc. evidentes. A lo que conviene añadir que ya hace tiempo Rusia propuso la creación de una OPEP de los cereales, con los otros dos países mencionados.

Es en ese contexto y en el de las cada vez más altas demandas globales de cereales y oleaginosas para alimentación y biocombustibles con sus secuelas de altísimos precios de las materias primas agrarias (lo que ha situado a estas commodities en el epicentro de los problemas económicos mundiales), donde veo yo otro conjunto de razones de los movimientos de este verano. Rusia ha manifestado su intención de elevar al máximo su potencial cerealístico para el consumo interior, la ganadería y la exportación, según I. G. Ouchatchev, vicepresidente de la Academia de Ciencias Agrarias de Rusia. Y para biocombustibles, añado yo. Ucrania es el primer exportador mundial de aceite y granos de girasol y está acelerando sus programas de colza para biocombustibles. Y Kazajstán puede aumentar fuertemente sus producciones.

Mientras la URSS existió sus producciones nunca fueron importantes. Sus estructuras políticas y productivas lo impidieron pese a sus grandes programas económicos; era un país importador. Seguro que Putin recuerda que durante la Guerra Fría fueron los cereales USA los que acudieron en su socorro año tras año, y aquellas ayudas a su alimentación mitigaron, en mucho, buena parte de las aspiraciones expansionistas del viejo imperio soviético. Pero desde el año 2000 «los trigos de Odessa» han vuelto a los mercados. Y según S. Féofilov, director del Congreso Internacional Black Sea Grain, los países del Mar Negro contribuyen hoy con un 10-20 por ciento de los intercambios mundiales de cereales y oleaginosas y podrían quintuplicar (!) sus exportaciones en muy poco tiempo.

Por tales razones, para Rusia recuperar Sebastopol y Odessa, dos de los grandes puertos en el Mar Negro, y asegurar este mar bajo esfera rusa, supone, en parte también, el control de ese gran mercado de cereales que representan hoy, ya, las aportaciones de Ucrania y Kazajstán, así como la propia Rusia.

Comprenderán los lectores que mi pensamiento vaya hoy, no por los cauces que se leen en la prensa cotidiana (petróleo, gas, reservas de crudo, etc.), sino por estas otras razones agrarias y bioenergéticas (biocombustibles) que pueden ser altamente interesantes para Rusia y que, de ser ciertas, confirmarían una amenaza creciente sobre Ucrania por sus puertos profundos y sus enormes producciones agrarias actuales y, más aún, potenciales. Y en tal sentido lo de Georgia y Abjasia sería simplemente eso que llamamos en términos teatrales «un ensayo general con todo». Mal haría la Unión Europea en esa su no-política exterior, casi inexistente, y siempre algo vergonzante, si no fuera capaz, ante este envite de Rusia, de reaccionar con firmeza. Y esa firmeza no admite más que una solución: integrar cuanto antes a Georgia y sobre todo a Ucrania en la Unión Europea. Esa es la solución que habría que instrumentar cuanto antes. Lo demás serán paños calientes que no harán sino alimentar al monstruo dormido. Y no olvidemos que una inacción semejante respecto a Checoslovaquia y los Sudetes fue lo que, a la postre, condujo a la II Guerra Mundial.

Jaime Lamo de Espinosa, ex ministro de UCD y catedrático de la UPM.