Otras campanadas son posibles

Existen aplicaciones para controlar el sueño, para bailar, para hacer deporte, para ponerse a dieta, para viajar, para ahorrar, para cantar, para encontrar pareja, metales, calles o restaurantes cercanos de comida vietnamita. En el siglo XXI podemos comprar billetes de avión, entradas de teatro o pedir que nos traigan un vibrador en menos de una hora a la puerta de nuestra casa. Y todo con nuestro teléfono móvil. Aplicaciones como Glovo o Amazon nos llevan donde sea lo que queramos, y si no nos sirve o no funciona lo podemos devolver sin pelearnos con nadie. Mucho me temo que las tiendas físicas van a desaparecer, incluso El Corte Inglés tarde o temprano dejará de existir. Solo se necesitarán personas o robots que nos lleven las cosas de un sitio a otro. Salir de casa para ir a una tienda a comprar algo cada vez da más pereza.

Tenemos el mundo a nuestros pies, pero seguimos celebrando la Navidad y Año Nuevo de la misma forma desde hace un trillón de siglos. O al menos a mí me lo parece. Para empezar, seguimos mandando cartas físicas a los Reyes Magos. Es más fácil hacer creer a un niño que tres magos que vienen de Oriente darán la vuelta al mundo en una noche repartiendo regalos, que hacerle creer que esa carta física va a llegar a algún lado. Melchor, Gaspar y Baltasar tienen que reinventarse y empezar a recibir 'mails' o 'wasaps'. Puestos a inventar, tampoco estaría mal que uno de los tres fuera una mujer.

Pero parece que a la Navidad no le gusta evolucionar. Cada vez que se hace un belén alternativo o algo tirando a moderno, la gente se echa las manos a la cabeza y monta en cólera. En Barcelona, el gobierno de Ada Colau nos puso un belén precioso formado por nueve esferas rellenas inspiradas en fragmentos de un poema de J.V. Foix, pero la mayoría de la gente no lo entendió. Es curioso que la mayoría de las críticas vinieron de personas que no van nunca a misa, que no creen en Dios y que lo más místico que hacen en su vida cotidiana es colocar un Buda de cartón piedra al lado del váter junto a una barrita de incienso.

Pero el tema más casposo, antiguo y cutre llega en el mágico momento de dar la bienvenida al nuevo año. Este año, una servidora ha tenido la suerte de cenar en una casa rodeada de extranjeros que no entendían por qué teníamos que encender la tele a las 23.55. No sabía qué decirles, llevo 42 años haciendo lo mismo y en todos los canales se hace exactamente el mismo programa. Una pareja de presentadores vestidos de boda que se pasan 15 minutos diciendo chorradas y llenando el tiempo para dar paso a un reloj que sonará 12 veces. No digo de terminar con la tradición de las uvas, pero igual tendríamos que encontrar la forma de hacerlo sin necesidad de encender la tele.

Un año lo hice mirando la Torre Agbar desde el ático de un amigo. Nos comimos las uvas mientras la luz de la torre iba cambiando y fue maravilloso. Pero, claro, no todos tenemos una terraza con vistas al 'sky line' barcelonés. Me pareció una buena idea para hacer algo diferente y más moderno, pero visto lo visto aquello no cuajó. Tantas aplicaciones, tantas redes sociales, y seguimos poniendo la tele para que nos canten el sonido de 12 falsas campanadas que alargan para que la gente no se atragante.

Luego, en Twitter, como el tema no da para mucho, solo se habla del vestido de las presentadoras y de si esta llevaba o no bragas. ¿En serio? Me parece tan penoso... Luego algunas mujeres critican a la Pedroche por estar… ¿guapa? Basta ya de confundir las cosas. Yo misma me pongo pibón la noche de fin de año, y si tuviera el cuerpo de la Pedroche todavía me pondría más 'sexy'. La chica sale en bañador porque quiere, Eloísa González da las campanadas sin bragas (aunque diga que sí) porque le da la gana, y los tíos buenos con esmoquin están muy buenos. Yo personalmente no necesito que Carlos Sobera salga en bañador a dar las uvas, me parece un tipo atractivo vestido de traje. Ya me sirve.

Hay cosas que son indiscutibles y abren debates estúpidos. La moda es la moda. Una mujer, para estar cañón enseña escote y piernas, y un tío se pone esmoquin. Créanme, ese no es el debate. El debate es si tenemos que seguir esta tradición tan absurda y cutre. Hay que empezar a hacer las uvas por Twitter, con una 'app' de móvil o como hacia mi abuela cuando éramos peques: sacaba una campana gigante, tocaba las 12 campanadas y nos mandaba a dormir a las diez. Cómo se echa de menos a las abuelas en Navidad…

En el resto del mundo hay tradiciones muy friquis para recibir el año nuevo, que no implican necesariamente encender la televisión. Fuegos artificiales en Alemania y Austria, en Dinamarca rompen platos, en Tailandia se tiran agua por la cabeza, en Italia comen lentejas y tiran trastos viejos por la ventana… Yo personalmente envidio a los americanos, que son libres de uvas y se besan cuando suenan las 12. Eso deberíamos hacer todos. Besarnos más y criticar menos.

Imma Sust, periodista.

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