Otro Afganistán en potencia

El presidente estadounidense, Barack Obama, ha abortado su ataque militar planeado contra Siria, pero la guerra por poderes que enfrenta a Estados Unidos y sus aliados con Rusia se intensificará en este país situado en una zona crucial, con mayores consecuencias terribles para la población civil y la probable proliferación de terroristas transnacionales. La guerra por poderes en cuestión insufla mayor inestabilidad en el mundo árabe, donde el conflicto interno corre el riesgo de remodelar el conjunto del sistema por el que se han regido los estados del mundo árabe, creado en el siglo pasado por las potencias coloniales que se marcharon de la zona.

El acuerdo entre Washington y Moscú para despojar a Siria de su armamento químico tendrá escaso efecto sobre la guerra que se libra sobre el terreno, uno de los conflictos más sangrientos del mundo. Este conflicto ha sido alimentado por los suministros de armas rusos y occidentales a los bandos rivales. De hecho, Rusia y la actuación conjunta de EE.UU., el Reino Unido y Francia constituyen instancias decididas a proseguir su guerra por poderes de dos años y medio de duración en una Siria ya fracturada. ¿Quién se preocupa por la población civil?

La mayoría de las cien mil muertes estimadas en el violento escenario sirio se han debido a la acción de armas de origen extranjero, fabricadas principalmente en los países que libran esta guerra por poderes, que han vertido lágrimas de cocodrilo por las muertes de civiles en el curso de un ataque con gas sarín el 21 de agosto en los barrios de Damasco. El suministro de armas estadounidenses a los rebeldes es financiado principalmente por los reinos o territorios de los jeques del petróleo.

En este contexto, las cuestiones clave conciernen al futuro de Siria. ¿Emergerá un nuevo eje de terrorismo internacional extendido más allá de la zona norteña de Siria y en el interior de las zonas suníes de Iraq? ¿Se diferenciará el destino de Siria del de Afganistán?

El asunto sirio rebasa la figura del presidente Bashar el Asad o la cuestión de las armas químicas: es parte integral y esencial del choque geopolítico entre el Medio Oriente suní, que permanece bajo la influencia de Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, y la Media Luna chií, que se extiende de Irán a través de Iraq, Siria y Líbano al puerto sirio mediterráneo de Tartus, la única base militar situada fuera de la ex Unión Soviética. Al tiempo que Rusia emerge como gran potencia con ínfulas de patrón en la Media Luna chií, Estados Unidos y las dos expotencias coloniales de la región, el Reino Unido y Francia, intentan salvaguardar la hegemonía geopolítica en la región de la que han disfrutado desde finales de los años setenta, cuando Egipto cambió de bando.

A lo largo de décadas, Estados Unidos ha cimentado estrechos lazos con los gobernantes islamistas suníes, incluidos los monarcas árabes de vida recluida que financian a grupos musulmanes extremistas y madrazas en el extranjero. Washington ya ha olvidado la lección principal del 11-S del 2001, los ataques terroristas, que dice que debe centrarse en objetivos estratégicos a largo plazo en lugar de limitarse a victorias tácticas a corto plazo. Un recordatorio de lo que es el actual esfuerzo de Obama de alcanzar un pacto fáustico con los canallas talibanes afganos.

Desde los años noventa, adoptar la acción militar como actitud de signo humanitario ha constituido el leitmotiv aglutinador de neoconservadores estadounidenses y progresistas intervencionistas; los halcones de la izquierda que más dejaron oír su voz recientemente a la hora de promover una guerra contra Siria. Los intervencionistas en serie no han realizado un análisis objetivo y detallado de las lecciones de intervenciones estadounidenses anteriores. Por ejemplo, quienes llevaron a EE.UU. a la guerra en Libia no saben hasta qué punto la intervención “humanitaria” ha resultado contraproducente, dando paso a un Estado islamista ingobernable con las correspondientes consecuencias para la seguridad de sus vecinos.

Al apoyar la yihad contra el régimen autocrático de El Asad, la política de Obama ha reforzado a los islamistas radicales. La facción del Ejército Libre Sirio, ayudada por la CIA, corre el riesgo de ser eclipsada por los grupos insurgentes partidarios de Al Qaeda calificados de organizaciones terroristas por el Departamento de Estado estadounidense, como el Frente al Nusra y el Estado Islámico de Iraq y el Levante (ISIL, siglas en inglés).

El riesgo de una partición “blanda” de Siria al estilo de Iraq es elevado. De hecho, en una sesión informativa, el portavoz de Obama, Jay Carney, declaró que El Asad “nunca gobernará la totalidad de Siria de nuevo”. Fue una advertencia de que el objetivo no declarado del punto muerto de la misión militar de Obama en Siria es una posible partición de modo que el poder de El Asad quedaría confinado a lo que quede de Siria. Como ha reconocido el exconsejero de seguridad nacional de Estados Unidos, Zbigniew Brezinsky, “la situación de punto muerto contribuye a nuestros intereses”; un escenario maquiavélico para encerrar al régimen y a las fuerzas rebeldes en un combate mutuamente debilitador.

Sin embargo, en caso de un control de los yihadistas de buena parte del norte de Siria, el peligro –como ha advertido el exvicedirector de la CIA, Michael Morell– es que pudiera surgir un refugio de Al Qaeda. Esto es lo que sucedió anteriormente en Afganistán como efecto no deseado de la guerra por poderes de Estados Unidos contra las fuerzas soviéticas en Afganistán.

De hecho, la transición de una ayuda encubierta a una ayuda manifiesta a los rebeldes sirios por parte de la CIA se ha producido mucho más rápidamente que en el caso de Afganistán en los años ochenta, aunque Siria ya se ha convertido en un imán para yihadistas suníes extranjeros. Como sucedió cuando Estados Unidos armó a los muyahidines, el suministro de armas de la CIA, lejos de ganar fuerzas sustitutas leales en Siria, acabará probablemente por reforzar a las fuerzas radicales con vínculos transnacionales que ensalcen la violencia como instrumento religioso.

Para algunas autoridades en Washington y para los aliados de Estados Unidos en la región –los jeques del petróleo, Israel y Turquía–, la guerra por poderes que tiene lugar en Siria forma parte, en realidad, de una guerra por poderes más amplia para contener a Irán. La guerra por poderes en Siria, en punto muerto, por tanto, promete imponer crecientes costes en el ámbito regional e internacional permitiendo a la vez a los autócratas de la región aliados de Estados Unidos, de Abu Dabi a Ankara, intensificar su represión en casa sin miedo a la censura internacional. Rusia, entre tanto, seguirá apuntalando el régimen de El Asad.

Dada la turbia geopolítica en aumento pese a una creciente ola de desplazamientos, penalidades y muertes de población civil siria, Siria parece estar sentenciada a seguir el destino de Afganistán, una fuente de inestabilidad en la región para más de una generación y donde Estados Unidos intenta acabar con su conflicto militar más prolongado, cuyo coste ha alcanzado casi un billón de dólares.

Brahma Chellaney, profesor de Estudios Estratégicos en el Centro para la Investigación de Políticas con sede en Nueva Delhi.

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