Otro día decisivo no decisivo

Como sucede en el fútbol con ‘el partido del siglo’, una etiqueta gastada a fuerza de usarse hasta provocar ya sólo risas, hoy tocaba otro ‘día decisivo’ de un Procés que ya acumula demasiados días decisivos no decisivos. Esto es estomagante, pero tal vez ese sea el objetivo. Baudrillard advertía que a fuerza de usarse el adjetivo ‘histórico’ acaba por convertirse en un simulacro diluyendo su potencia. El día decisivo no trae un sí, como tampoco el 10-O, ni el 1-O… y de momento presenta a un Puigdemont esquivo evitando pronunciarse mientras se postula como profeta del diálogo democrático, de ahí la descortesía de que su carta estuviese antes en las redacciones antes que a Moncloa, para tratar de mantener la iniciativa.

Puigdemont mantiene el juego del ratón y el gato. Se trata de sortear cada situación con un regate corto, con el objetivo de prolongar el juego inagotablemente, como un capítulo de Silvestre y Piolín, irónicamente bajo los focos del Procés desde el barco de las fuerzas policiales. Aquí ya no se trata de que la historia trágica se repita en forma de farsa, sino de que la farsa no se eleve a historia trágica. Y es posible que este escenario al cabo no sea tan malo. La incapacidad de decir ‘sí’ sólo podrá ser interpretado como ‘sí’ pero en realidad significa ‘no’, porque no decir rotundamente ‘sí’ delata una estrategia líquida. El objetivo es diluir el choque, prolongando la ambigüedad y buscando simpatías internacionales.

El Estado, sin embargo, no se puede permitir la imagen de un territorio instalado fuera de los límites del ordenamiento, moviéndose a su antojo táctico en los dos lados de la línea roja. Un golpe posmoderno sigue siendo un golpe. El 155 es inevitable. Eso sí, ahora el presidente Rajoy debe medir los gestos y acertar en su estrategia de comunicación, tanto en el plano doméstico como internacional, donde fracasó el 1-O. Como invitaba a pensar el excelente artículo En Francoland de Muñoz Molina, una de las estrategias certeras del independentismo ha sido aprovechar la debilidad de la imagen de España como democracia, y en cambio España ha descuidado exportar la agresión nacionalista a toda Europa, un discurso que sólo al final ha ganado fuerza. El Estado no se puede permitir este desequilibrio mientras Puigdemont notoriamente ha buscado tomar ventaja dirigiéndose con su carta desde el victimismo a la opinión pública, no a Moncloa, y a los gobiernos internacionales, no al Gobierno español.

La retórica constituye un factor clave. Puigdemont trata de controlar la agenda –esencial en el éxito político, como expone George Lakoff en No pienses en un elefante– fijando el marco mental en sus ofertas de “diálogo”. Esa estratagema debe ser contrarrestada. La primera decisión de Rajoy será el modo de aplicar el 155 para reemplazar al Govern y después, restablecido el orden constitucional, ir a un diálogo. Será relevante la retórica: denominando quizá ‘delegado’ a su representante, pero no Gobernador, palabra más cercana al lenguaje colonial como si fuera un Virrey. Rajoy debe desdramatizar esto como reconstrucción administrativa y lo demás dejarlo a la Justicia. De ahí que esto sea clave, tanto como que la Fiscalía no haga coincidir decisiones desgarradoras. Rajoy hará bien en actuar más como un notario de Pontevedra que como un espadón, al estilo Espartero. No se trata de ganar ninguna guerra sino de defender el Estado de Derecho con ejemplaridad democrática, esa por la que The Economist sitúa a España entre las veinte democracias plenas del mundo, junto a Reino Unido por delante de Francia, Italia o Estados Unidos. Pero no sólo hay que serlo, sino además parecerlo. Además de la razón, hay que ganar la comunicación con inteligencia.

Teodoro León Gross, profesor de Comunicación en la Universidad de Málaga.

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