Pablo Casado en la suma de España

¿Pero qué clase de clase política tenemos? ¿Dónde está esa clase, ese savoir faire de la transición, que permitió salvar, después, tantas situaciones límite? ¿Es que nos hemos quedado con los más tontos, con los últimos de la clase, o es que actúan cegados por la ambición y la soberbia?

De repente, ya lo refleja el CIS, los políticos se han convertido en un problema para España; y el problema lleva camino de convertirse en pesadilla. Tanto si no hay investidura, la próxima semana, como, sobre todo, si la hay.

Con la aritmética parlamentaria, fruto de las urnas de abril, resulta inaudito, y sobre todo incomprensible, que la única opción que esté sobre la mesa vuelva a ser la de la mayoría Frankenstein que obligó a la disolución anticipada. Y, encima, para plasmarla en el Gobierno. O sea, de mal en peor.

Pablo Casado en la suma de EspañaEnseguida hablaremos de una tremenda responsabilidad por omisión. Pero fijémonos antes en lo absurdo de las últimas posiciones de Sánchez ante Iglesias.

El presidente veta al líder de Podemos, nada menos que por su falta de compromiso con "la democracia española"; y encima su ministra portavoz añade que eso le dará mayor "libertad" para criticar al Gobierno. Sin embargo, Sánchez está dispuesto a sentar en el Consejo de Ministros a cualquiera de sus restantes colaboradores, incluida Irene Montero, su número dos en la política, su número uno en la vida, su alter ego, su factor multiplicador, "que en la calle codo a codo, somos mucho más que dos".

Como si Iglesias fuera una manzana podrida en un cesto de frutos sanos, cuando ese cesto lo forman los incondicionales que han sobrevivido a las sucesivas purgas y escisiones.

Iglesias estaría igualmente en el Gobierno, por personas interpuestas. Nadie duda de que se reuniría con los ministros de Podemos cada mañana, a la hora del desayuno, para dirigir hasta sus más mínimos pasos. Pero, a la vez, como ha insinuado Celáa, también estaría en la oposición, alternando la labor de zapa, desde dentro, con la erosión externa, utilizando información privilegiada de las deliberaciones secretas del Consejo de Ministros.

¿Para qué esta farsa esquizofrénica? Lo reveló Alberto D. Prieto en EL ESPAÑOL, cuando explicó una de las últimas cosas que le dijo Pedro a Pablo: "Es posible que tenga que ceder, pero yo no puedo perder un pulso contigo". Como si las dos cosas no fueran lo mismo.

Sánchez contaba con que Iglesias no se bajaría de su erección de vanidad. Con que se ahorcaría en el pino de su priapismo político. Pero El Coletas le está ganando la partida de la comunicación política. De entrada, en el plano semántico. El gabinete "monocolor" del PSOE, anunciado por Sánchez, se convirtió primero en "gobierno de cooperación" -extraña criatura donde las haya- pero ahora ya va a ser de "coalición".

De cesión en cesión -¿están perdiendo Ábalos y Redondo sus facultades mágicas?- pasamos, a la vez, de un equipo con "independientes de prestigio" a un gobierno con ministros "técnicos", afines a Podemos, y ya hemos llegado a un gobierno para el que Iglesias podrá "proponer" a cualquiera que no sea él mismo.

Sánchez alegaba que si daba entrada a Iglesias en el Gobierno, cada viernes habría en Moncloa dos cabeceras en la mesa del Consejo de Ministros. Pues bien, eso es lo que ocurrirá, sólo que una de ellas estará dentro de la sala y la otra en el chalé de Galapagar. Iglesias será el vicepresidente de facto y encima con el aura mística de haber sacrificado su ambición personal a la viabilidad del primer gobierno genuinamente de izquierdas de la democracia.

Hay que descubrirse ante la habilidad con que ha jugado sus menguadas bazas. Justo cuando las hojas del calendario le acercaban, en sentido estricto, hacia el que podía ser su nueve Thermidor ha logrado burlar a la guillotina y lleva camino de convertirse en el muñidor en la sombra del Comité de Salud Pública. Nada podría haberle gustado tanto al Incorruptible redentor como ese juego del escondite, al servicio del proyecto revolucionario y la felicidad del pueblo: primero me veréis, luego no me veréis y luego me volveréis a ver.

Una clara mayoría de periodistas, comunicadores y agentes culturales anhela que el miércoles, entre votación y votación, se consume el acuerdo y veamos el viernes el primer gobierno con ministros comunistas -o asimilados- desde que Hernández y Uribe entraron en los gabinetes de guerra de Largo Caballero y Negrín.

Una clara mayoría de profesionales, empresarios y analistas económicos, contempla, en cambio, horrorizada, esa perspectiva. Nada puede haber peor para España que un gobierno debatiendo cada día si derogar o no la reforma laboral, si reindexar o no las pensiones con el IPC, si volver a subir o no el salario mínimo, las cotizaciones sociales y todos los impuestos que lastran la actividad productiva. Y, para colmo, con el prófugo Puigdemont, el terrorista Otegi y el preventivo, camino de devenir en condenado, Junqueras, esperando en el fielato de cada votación, para cobrar la tasa de abastos de la mayoría.

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¿Qué hemos hecho para merecer a estos? La perfidia de algunos estaba descontada, pues les hemos venido conociendo por sus hechos. Con lo que no contábamos -y llegamos así al enfurruñado enroque de Ciudadanos- era con la estolidez de estos otros. De quienes menos la esperábamos.

Os lo digo con la transparencia cristalina de la admiración y el afecto. Desde la lealtad de quien critica a los suyos. Queridos Albert, Inés, Villegas, Páramo, Begoña, Aguado, Carrizosa, Marín, Marta, Juan Carlos... nadie entiende lo que estáis haciendo. Y cuando digo nadie me refiero a ese 81% de vuestros votantes que, según SocioMétrica, "prefiere" que os abstengáis en la investidura para que Sánchez no sea rehén de Podemos y los separatistas. Y, sobre todo, a esa pléyade de amigos y amigos de amigos y amigos de amigos de amigos que, formando una cadena interminable, intercambian mensajes de estupor y decepción sobre vuestra conducta.

¿Cómo es posible que, después de haber admirado a Ciudadanos, vibrado con Ciudadanos, apoyado a Ciudadanos y votado a Ciudadanos nos encontremos con esto? Sí, ya sé, que el 'no' a Sánchez estaba en el frontispicio de vuestra campaña y, por lo tanto, no podemos sentirnos engañados. Pero los liberales también sabemos que entre la conveniencia de engañar al pueblo de Condorcet y la pureza peligrosa del atrincheramiento en la palabra dada del castellano viejo que confunde el honor con la honra, está el margen de la democracia representativa. Ningún diputado debe estar sometido a mandato imperativo. Ni siquiera al del apriorismo de una hoja de ruta planteada en el vacío de la incertidumbre que implica toda campaña electoral.

Así lo vemos tantos y tantos de los que seguimos sintiéndonos cerca vuestra. Así lo ve Manuel Valls, ese gran fichaje del que habéis renegado. Así lo ven Francesc de Carreras, Arcadi, Garicano, Igea, Toni Roldán, Pericay, Nart, Paco de la Torre... todas esas figuras que aunque hayan dado un paso atrás, hayan quedado en minoría o estén dudando si continúan o no, son carne de vuestra carne. Entre otras cosas porque habéis nacido de su vientre.

¿Están mereciendo la pena estos desgarros? ¿Os compensa perder esa vitola intelectual? ¿No hay una obcecación ad hominem en vuestro empeño en arrojar a Sánchez a unas fauces que pueden hacer jirones las mejores capas del tejido productivo de España? ¿No estáis quedando atrapados en una dinámica de encastillamiento inmovilista, ajena a los valores del centrismo, el liberalismo y la moderación? ¿No estáis, perdonadme, traicionando lo más profundo de nuestro común ADN, so pretexto de aferraros a la superficialidad de una promesa táctica?

Es tan inconcebible que pueda dilapidarse esta primera, y quién sabe si última, ocasión de determinar desde el centro una mayoría transversal que aúne a los constitucionalistas de las dos orillas, en detrimento de todos los populismos, que todavía siento que se trata de un mal sueño. Que el miércoles despertaremos, de repente, escuchando la música del Séptimo de Caballería, y os veremos acudir in extremis al rescate de la España de las libertades, a través de una abstención pactada entre Rivera y Casado.

Pero si ese final feliz sólo acontece en las películas, si España sólo puede superar el bloqueo institucional mediante el frentismo, si termina habiendo acuerdo entre Sánchez e Iglesias, como en el fondo a veces da la impresión de que vosotros deseáis fervientemente que ocurra, habrá que atenerse a las consecuencias, en lo que a la estructura de la oferta política se refiere.

Porque una vez que se haya agotado el recorrido, entre airado y victimista, del ya-decíamos-nosotros-que-lo-que-quería-Sánchez-era-pactar-con-Podemos-y-Bildu-tanto-en Navarra-como-en-Madrid; una vez que esa llantina ya haya sido replicada con las célebres palabras de Aixa la Horra a Boabdil el Chico, sólo quedará un horizonte, un objetivo nacional, un banderín de enganche. Precisamente el vuestro: echar a Sánchez. Y entonces se os preguntará por el cómo  hacerlo. Y seréis esclavos de ese principio de utilidad.

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En medio de tanta desolación, hoy domingo se cumple el primer aniversario de lo mejor que le ha pasado a la política española en mucho tiempo: la elección del primer líder de la derecha democrática, legitimado por las bases tras una ardua competición interna. Y encima los militantes del PP acertaron, al optar por la mejor de las tres alternativas que se les ofrecían.

A sus ya conocidas cualidades de hombre preparado, inteligente e íntegro, Pablo Casado suma ahora la condición de superviviente por partida triple. Ha sobrevivido a la demagogia con dejes de histeria que envolvió, con la complicidad de una juez desquiciada, la polémica sobre su máster. Ha sobrevivido a los boicots, intrigas y maniobras, fruto del mal perder de Soraya y el marianismo en general. Pero, sobre todo, ha sobrevivido a una debacle electoral sin precedentes, al dejarse en las generales de abril la mitad de los escaños heredados.

De nada hubiera servido alegar que el destino del PP habría sido aun peor en otras manos; que con el lastre de la corrupción de la era Rajoy, la irrupción de Vox y el auge de Ciudadanos, la suerte estaba echada. Sus errores en la confección de las listas y en la agenda de la campaña habrían sido magnificados, hasta hacer su liderazgo insostenible, si no hubiera logrado rebotar en las municipales y autonómicas. Feijóo, en coyuntural alianza con el sorayismo despechado, ya afilaba sus cuchillos, como pudo comprobar Casado en aquella humillante visita a Galicia, en la que sólo le faltó llegar descalzo, con sayal de penitente y ceniza sobre las sienes.

Pero tras aquel comprensible trastabilleo, Casado no se equivocó al diagnosticar en qué se había equivocado. Reafirmó su vuelta a los orígenes de los valores del reformismo popular, ratificó la confianza en Teo García-Egea y el resto del equipo, integrando de verdad la inteligencia tranquila de Cuca Gamarra, reservando el naipe de Cayetana para el momento procesal oportuno, y tocó certeramente la tecla de la apelación al voto útil para frenar lo que parecía una crecida imparable de la izquierda. El golpe de suerte de unos miles de votos de más en la Comunidad de Madrid terminó de arrojarle el salvavidas.

Desde entonces Casado ha ejercido su papel arbitral dentro de la derecha, con mucha más consistencia de como ha venido haciéndolo -más bien rehuyendo hacerlo- Rivera en el conjunto del espectro político. Tanto él, como sus candidatos -especialmente, ya lo he dicho la semana pasada, Isabel Díaz-Ayuso- han hecho alarde de prudencia y buen sentido, aguantando impávidos las tarascadas de unos y otros, para aunar algo tan difícil como una coalición de tres en la que el segundo se niega a reconocer al tercero y el tercero reclama medidas que ofenden los valores democráticos de los otros dos. Por eso propongo que la festividad del Santo Job se traslade, desde el 10 de mayo, al día en que se forme gobierno en la Comunidad de Madrid.

A la vez que ejercía ese papel de centro de la derecha, Casado ha acudido a cuantas llamadas le ha formulado Sánchez, ofreciéndole una y otra vez pactos de Estado. No me cabe duda de que la abstención en la segunda votación del jueves, sería el primero de ellos, llevando aparejada la recíproca del PSOE en Navarra, si no fuera porque la cerrazón de Ciudadanos le impide dejar ese flanco abierto, con el riesgo de que Rivera enarbole su "no es no" contra él.

Asumiendo, por tanto, que o bien nos daremos el viernes de bruces con un gobierno tan peligroso por sus servidumbres, como inestable por sus forzados equilibrios, o bien avanzaremos hacia una repetición de elecciones, cobra fuerza, sentido y utilidad la propuesta de reproducir Navarra Suma a nivel nacional, tal y como viene fraguándose en el entorno de Casado.

Una vez que ha renunciado a ejercer de bisagra, mientras Sánchez sea el líder del PSOE, Ciudadanos no podría negarse a atender la llamada del PP para integrar listas conjuntas en Congreso y Senado, con programas equivalentes a los pactados en Madrid, Murcia, Castilla León o Andalucía. En eso consistiría España Suma porque las últimas generales han demostrado lo suicida que resulta la fragmentación del voto de centro-derecha, sobre todo en las treinta y tantas provincias pequeñas y medianas y en la pugna por la cámara alta.

Es verdad que eso supondría para Ciudadanos admitir la primacía del PP -incuestionable por número de votos, diputados, senadores, alcaldes, concejales, militantes, sedes locales y años de servicio- y la candidatura de Casado a presidente del Gobierno, debiendo conformarse Rivera con la vicepresidencia, como Marín, Aguado o Igea.

A muchos nos gustaría que fuera a la inversa, pero nada indica que Ciudadanos pudiera reemplazar al PP como primer partido de la derecha, mientras siga ofreciendo a la España conservadora planteamientos, tan propios del liberalismo, como la ley de plazos para el aborto, la gestación subrogada o la despenalización, al menos parcial, de la eutanasia.

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Ya que no quiere ir a setas, desde la transversalidad -maldita sea la negra estampa de este castillo cerrado, con tantos nobles guerreros dentro-, Rivera no tendrá más remedio, como en el mal chiste, que ir a rolex, desde el elegido frentismo. A menos de que si, después de no querer pactar ni con Sánchez, ni con Iglesias, ni con los nacionalistas, ni con los separatistas, ni con Vox, resulte que tampoco quiera pactar con Casado.

Sólo faltaría toparnos con un Gobierno socio-podemita, condicionado por el separatismo, y ver emprender a Rivera una guerra civil en el seno de la oposición, en pos de otras imaginarias primarias de la derecha como las que perdió el 26 de mayo. Sería doloroso pero inevitable empezar a considerar, entonces, a su heroico partido, no como un instrumento útil, sino como un incómodo estorbo.

Si no hay otro argumento que el de la alternancia, basada en el "Sánchez no", el centro será engullido por la derecha o perecerá. Como le pasó a UCD, como le pasó al Partido Reformista, como le pasó al CDS, como le pasó a UPyD.

¿Otro réquiem por todos nosotros? Ese el dilema, amigos de Ciudadanos. Leed por favor con atención -y esto también es extensible a los diputados del PP cuando voten el jueves- esta elocuente cita de David Hume que Steve Pinker -tan admirado por Casado- eligió para enmarcar el capítulo clave de su penúltimo libro Los ángeles que llevamos dentro:

"Parece suficiente para nuestro propósito presente que se admita que existe en algunos de nosotros algo de benevolencia, infundida en nuestro interior; alguna chispa de amistad o de humanidad; alguna partícula de la paz de la paloma, junto con los elementos del lobo y la serpiente. Supongamos que estos elementos son muy débiles; imaginemos que son insuficientes para mover una mano o un dedo de nuestro cuerpo; aun así deben dirigir las determinaciones de nuestra alma, y donde todo lo demás permanece igual, producir una débil preferencia por todo lo que es útil a la humanidad, sobre lo que es pernicioso y peligroso".

¡Una "débil preferencia"! Sólo os estamos pidiendo eso. Reflexionad, respirad hondo y votad en conciencia.

Pedro J. Ramírez, director de El Español.

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