Pablo Casado en su Triángulo de las Bermudas

¡Quién nos hubiera dicho que al inicio del tercer año del Pacto del Insomnio el que estaría en cuestión sería el jefe de la oposición! Hasta el extremo de que nadie duda de que en este 2022 Sánchez comerá por quinta vez el turrón en la Moncloa, pero hay quienes dudan de que Pablo Casado lo haga en la sede de Génova. Y no porque se vaya a culminar su prometida venta.

En este contexto resulta doblemente significativo que la popularidad de Casado esté no sólo por debajo de la de Sánchez, sino incluso por debajo de la de Santiago Abascal, cerrando el ranking de los líderes nacionales. Es verdad que el Aznar jefe de la oposición siempre aparecía muy mal valorado como líder, pero el PP no dejaba de crecer en las encuestas. Entre otros motivos porque no existía Vox.

Según el sondeo que publicamos el pasado lunes la distancia entre PP y Vox ha pasado de diez puntos y medio a sólo seis puntos y medio en menos de tres meses. Si esa tendencia se acentuara, pronto tendríamos a la extrema derecha disputando la hegemonía dentro la oposición. Es cierto que eso ya ocurrió con Ciudadanos y a la hora de la verdad el PP aguantó el envite gracias a su mayor implantación territorial y pudo pactar desde la superioridad con los naranjas.

Pablo Casado en su Triángulo de las Bermudas La gran diferencia con lo que corremos el riesgo de vivir es que, así como el trasvase de votos entre PP y Ciudadanos no incidía en el equilibrio del modelo constitucional, el auge de Vox a costa del PP sí que trastocaría el sistema de partidos vigente desde el 78. Tanto si el PP sigue por delante, pero condenado a pactar no ya la investidura sino un gobierno de coalición con la extrema derecha, como, no digamos, si se percibe que Abascal podría liderar la segunda fuerza y erigirse en alternativa.

No es una fantasía truculenta. En medio del descontento y la preocupación general, Vox es el único de los seis partidos parlamentarios de ámbito nacional que no ha sufrido el desgaste del gobierno ni siquiera a nivel autonómico o municipal. Mi pronóstico es que cuando eso ocurra la realpolitik y los controles de Europa amansarán a las fieras negacionistas, tal y como ha sucedido con Podemos. Pero hasta entonces el miedo de la mayoría es tan libre como el entusiasmo exaltado de sus seguidores.

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La hoja de ruta de Vox para 2022 pasa por hacerse imprescindibles en la gobernabilidad de Castilla y León y Andalucía. Es decir, en impedir que el PP obtenga no ya la mayoría absoluta sino ni siquiera más escaños que la izquierda y sus potenciales aliados juntos, como ha sido el caso de Ayuso. Un escenario como el de Madrid en ambas comunidades frenaría en seco a Vox y relanzaría las expectativas de Casado.

Por residual que parezca, el puñado de escaños que las encuestas todavía atribuyen a Ciudadanos en una y otra autonomía, podría ser decisivo. Seguro que si les falla esa muleta, los líderes del PP la echarán en falta. Aunque no es igual el caso de Mañueco, enfrentado con Igea como Ayuso lo estaba con Aguado, que el de Moreno Bonilla, cuya sintonía con Juan Marín seguirá vigente hasta el final, en conjunto la OPA hostil contra el partido de Arrimadas puede terminar siendo la carabina de Ambrosio del aparato de Génova. Porque nada beneficiaría tanto a Sánchez y hundiría en consecuencia tanto a Casado como que el PP tuviera que cambiar de socio, dando entrada a Vox en sus gobiernos.

Que Casado iba a tener que librar una guerra en dos frentes, oponiéndose a la vez a Sánchez y a Abascal era ya cosa sabida. Así quedó plasmado en su formidable discurso durante la moción de censura presentada por Vox. Es el sino de los dirigentes de la derecha y el centro democrático en Europa, obligados a compatibilizar su ya secular pugna frente a la socialdemocracia con la contención del populismo que ha irrumpido por su otro flanco.

Con lo que nadie contaba en el caso de Casado es que a esos dos frentes sumara un tercero de carácter interno, fruto de la incomprensible guerra civil entre su equipo de Génova y el de Isabel Díaz Ayuso en la Puerta del Sol. Y con la espada de Damocles de un congreso del PP de Madrid en el que, si no se produce un pacto previo, la correlación de fuerzas -y no digamos el pulso de la calle- favorece abrumadoramente a la presidenta.

Si el mitificado Triángulo de las Bermudas, en el que los barcos y aviones podían perderse sin dejar rastro, tenía sus vértices en Florida, Puerto Rico y Gran Bermuda, los de la trampa política en la que Casado parece adentrarse irremisiblemente están pues ocupados por Sánchez, Abascal y Ayuso. Tres rivales de envergadura a los que resultaría suicida combatir simultáneamente.

Eso es lo que a veces da la impresión de que hace Casado, cambiando constantemente de guion para golpear sin solución de continuidad la mandíbula de Sánchez, el hígado de Abascal y las costillas de Ayuso. Al menos en las partidas simultáneas de ajedrez existe el intervalo al que obliga el cambio de tablero. En ese ring triangular en el que está metido Casado los sopapos vuelan a la vez en direcciones tan distintas que en cualquier momento el líder del PP puede terminar noqueándose a si mismo.

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Por paradójico que resulte, el único líder de la derecha que ganó sus entorchados en unas primarias, en las que lo tenía todo en contra, está viéndose abocado a revalidar su posición este año como premisa para enfrentarse a Sánchez en condiciones de éxito a finales del próximo. De repente parece como si quien pudiera quedarse inmóvil, sesteando políticamente a la espera de que la oposición dirima sus pendencias en esas nuevas “primarias”, fuera el jefe de Gobierno.

Casado no tiene más remedio que darle la vuelta a la actual tendencia, reabriendo la brecha respecto a Vox, denunciando a diario sus manipulaciones y estridencias y comprometiéndose a no incluir nunca a Abascal o ninguno de los suyos en sus gobiernos. Eliminándolos en suma de la ecuación del voto útil. Algo parecido a lo que hizo Sánchez con Podemos sólo que con mayor determinación de cumplirlo.

Pero para ganar esa batalla, Casado necesita previamente firmar la paz con Isabel Díaz Ayuso y convertir su actual confrontación en alianza estable. Basta repasar nuestro sondeo de hoy domingo y especialmente la entrega de mañana lunes, para darse cuenta de que la actual deriva empuja al líder del PP a un proceso de autodestrucción ovovivípara, pues fue en su seno donde se engendró el huevo del cisne que lleva camino de destrozarle las entrañas.

Esa apuesta previa de Casado por Ayuso, fruto de su sintonía política, es lo que hace más incomprensible el actual estado de cosas. Sólo tendría justificación si el equipo de Génova dispusiera de elementos de juicio de los que carecemos los demás mortales y Casado percibiera en ellos riesgos potenciales graves para el conjunto del partido. Pero si fuera así, más vale que esos fantasmas se concreten o disipen de inmediato, con las cartas sobre la mesa, pues nada corroe tanto a una organización como el topo de la incertidumbre retroalimentada.

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Aunque los vientos de la popularidad le sean hoy adversos, Casado sigue siendo el dirigente mejor preparado para encarnar una alternativa liberal y moderada a la socialdemocracia de Sánchez, exacerbada por sus socios extremistas. Estoy seguro de que si zanja el conflicto con Ayuso y arrincona a Vox en el confín de sus dislates y exabruptos, se convertirá de nuevo en el favorito para ganar las próximas generales.

La estrategia segura hacia el fracaso es, en cambio, le esbozada durante las últimas semanas que supone dejar pudrir la guerra civil de Madrid -batiéndose en retirada hacia no se sabe donde- y disfrazarse de Abascal en la confrontación con Sánchez. Reprochar al jefe del Gobierno los abusos a menores en casos tan heterogéneos como el de las niñas tuteladas de Mallorca, el de Juana Rivas o el del marido de Mónica Oltra no parece un ejemplo de ese “componente propositivo” que le ha instado a incrementar Aznar y que, por otra parte, siempre ha integrado el ADN de Casado.

Tampoco lo sería empecinarse en dar la espalda a la ‘No Reforma Laboral’ pactada por la CEOE con los sindicatos y el Gobierno. Si para Sánchez ha sido su ‘momento OTAN’ -el 75% cree que “ha incumplido su promesa de derogar la reforma laboral”-, también puede serlo para Casado. Y hay que recordar que en aquel referéndum que trocó en baile de máscaras el único papel más deslucido que el de González -engañando a sus votantes, hizo un gran bien a España-, fue el de Fraga pidiendo la abstención cuando era un atlantista militante y convencido.

Sentiría muchísimo acertar en el pronóstico, pero un Pablo Casado que cuando se reabra el parlamento vote en contra de una norma que refuerza con el consenso buena parte de las conquistas del PP en materia de flexibilidad laboral, siga dando largas al conflicto con Ayuso e insista en ponerse la piel de lobo cada vez que suba a la tribuna será un firme candidato a protagonizar la próxima desaparición incomprensible en el tantas veces bautizado como diabólico Triángulo Mortal de las Bermudas.

Pedro J. Ramírez, director de El Español.

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