Página pasada en el Reino Unido

Michel Wieviorka, profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París (LA VANGUARDIA, 08/07/05).

En el momento en que el terrorismo golpea y las bombas explotan, la emoción y el desasosiego son máximos, y resulta difícil hablar con algo de distancia y reflexión. El pensamiento, el conocimiento y la capacidad de análisis se encuentran entonces situadas en las peores condiciones para que sean de ayuda en la comprensión del fenómeno. En caliente se verifica, mucho más que en cualquier otro instante, la validez de un dicho que todos deberían tener presente antes de atender a los expertos, los responsables políticos, los comentaristas y todos los movilizados por el acontecimiento en el espacio público: en materia de terrorismo, quienes saben no hablan, quienes hablan no saben.

Así, con una intensa sensación del riesgo inherente al ejercicio del comentario en caliente, hago partícipes a los lectores de La Vanguardia de estas observaciones, sin olvidarme de la vacilación que siguió a los terribles atentados de Madrid, el 11 de marzo del 2004, cuando unos acusaban a ETA y otros, de modo acertado, al islamismo radical tipo Al Qaeda.

Un primer punto salta a la vista: los terroristas no podían haber elegir una fecha más apropiada. El 7 de julio Londres se entregaba a la alegría de haber obtenido los Juegos Olímpicos del 2012. Rebosaba de júbilo y exultaba felicidad bajo los destellos de los medios de comunicación. Se presentaba al mundo entero, y a sus propios ojos, como el símbolo triunfal de una modernidad británica que había sabido jugar mejor que sus rivales francés o madrileño la baza internacional en un ámbito fundamental de la globalización, el deporte, donde se conjugan a escala planetaria unos intereses económicos y financieros gigantescos y el papel central de los medios de comunicación y el espectáculo. Al mismo tiempo, Tony Blair acogía en Escocia al G-8; por lo tanto, el mundo entero tenía razones suplementarias, políticas y geopolíticas, para tener los ojos puestos en el Reino Unido. Otras razones coyunturales, aunque menos centradas en la jornada de ayer, han podido pesar en la elección de los terroristas; el hecho, por ejemplo, de que Tony Blair sea actualmente el presidente en ejercicio de la Unión Europea. Ahora bien, ¿han obrado de verdad todos estos factores en la elección de la fecha? ¿No hay que excluir del razonamiento el hecho de que Londres haya sido designada ciudad olímpica para el 2012, dado que la operación terrorista habría exigido una exhaustiva planificación previa, determinada en todo caso por la cumbre del G-8, en ausencia de indicios acerca de la decisión final del Comité Olímpico?

Tardaremos mucho en saber si los cálculos de los terroristas han sido tan maquiavélicos y complejos o si, más bien, se han aprovechado de la conjunción, muy favorable para ellos, de lo que era un calendario previsible (la cumbre del G-8) y la decisión tomada en Singapur la víspera de los atentados (los Juegos Olímpicos). La prensa, en este tipo de situaciones, tiene tendencia a exagerar la inteligencia estratégica de los terroristas.

Un segundo punto parece también evidente y, sin embargo, da pie a la discusión: la semejanza con los atentados de Madrid. El Reino Unido, como España, es parte de la coalición que libró la guerra en Iraq, y los atentados ponen ciertamente en cuestión su compromiso junto a George W. Bush. Con todo, el Reino Unido se encuentra en el corazón de esa geopolítica mucho más de lo que lo estuvo la España de Aznar; y, en diversas ocasiones hemos podido tener la impresión de que Tony Blair inspiraba el pensamiento y la acción del presidente estadounidense. Con todo, los atentados se han concebido según una lógica que recuerda a la de Madrid, con una fuerte coordinación o simultaneidad de las explosiones, dirigidas en diversos lugares de la capital contra los medios de transporte colectivos en una hora de intenso tráfico. Pero, ¿ponen de manifiesto una misma lógica? Aquí hay que desviarse, alejarse del acontecimiento y considerar los autores, conocidos en España, pero aún no en Inglaterra.

En Madrid, los atentados no habrían sido posibles sin la articulación de actores locales, vinculados a la inmigración magrebí (sobre todo, marroquí), y de redes internacionales, dependientes de Al Qaeda. En Londres, la inmigración, cuando procede del mundo árabe-musulmán, proviene sobre todo de Oriente Medio y Asia. Y Londres desempeña desde hace tiempo un papel único en la geopolítica del islam radical. En efecto, la capital inglesa aparecía en estos últimos tiempos como un centro del islamismo, tolerado en la medida en que no se dirigía contra intereses británicos. Ciertas mezquitas son conocidas por albergar o haber albergado a activistas particularmente radicales, y por la libertad de expresión que reina en ellas. A lo largo de los últimos quince años, los medios de comunicación islamistas han convertido Londres en su auténtica capital. Y, hasta hace poco, los responsables británicos vacilaban a la hora de cooperar de verdad sin límites con otros países en la lucha contra el terrorismo global; en especial, negando la entrega a Francia de sospechosos acusados de haber participado en los atentados islamistas cometidos en París en 1995.

En Londres, en contra de lo que se dijo en Madrid a propósito de ETA, nadie ha imaginado que el IRA pueda estar implicado en los atentados, y la duda no es admisible. Estos atentados no tendrán la misma repercusión en la política internacional ni en los equilibrios políticos internos británicos que los de Madrid, que tuvieron como doble consecuencia una reorientación con respecto a la guerra de Iraq y el viraje del país a la izquierda. Es probable que Tony Blair apriete los dientes y mantenga el rumbo. Sin embargo, lo que está claro es que se ha pasado una página. Como pensaban desde hace algunos meses los mejores especialistas británicos, Londres -que ya era objeto de fuertes presiones estadounidenses y francesas en ese sentido- ya no es ni volverá a ser ese espacio original donde reinaba para el islamismo, incluso el muy radical, una extraña libertad para reunirse y para comunicar, mediatizar, hacia todo el mundo. Londres tenía la originalidad de estar en Europa plenamente comprometida con Estados Unidos en la guerra contra el terror ante George W. Bush ymostrarse abierta, muy tolerante, con las corrientes islamistas, incluidas las extremistas. Los atentados de ayer, a los cuales se preparaba Tony Blair desde hacía varios meses, acaban de poner fin a esta particularidad.