Paisaje con porra

La naturaleza monstruosa del franquismo me parece fuera de discusión. En cualquier caso, no seré yo quien abra el debate, porque negar esa condición sería tanto como negar sus miles de víctimas. Pero más allá de la consideración sobre la dictadura, algún día tendremos que abrir una reflexión crítica sobre el antifranquismo, cuya herencia simbólica resulta, en algunas ocasiones, una pesada carga. Para decirlo al estilo goyesco, los sueños del antifranquismo también han engendrado algunos monstruos. Ya no se trata, sólo, de que ciertos maduros con síndrome de Peter Pan, enganchados en vena a su adolescencia pequeño-burguesa-revolucionaria, aún militen en el "contra Franco vivíamos mejor", que retrató Vázquez Montalbán. Se trata de algo más colectivo, quizás de una forma de mirar la realidad que, lejos de ser vista con los ojos de la actualidad, es observada con los anteojos revolucionarios de antaño. En algunos aspectos, somos una sociedad que mentalmente no ha crecido al ritmo de nuestra propia democracia política y fácilmente caemos en un sonoro infantilismo. Algunos tics del viejo antifranquismo están tan vivos en nuestro cerebro colectivo que se activan con inusitada virulencia, a la primera imagen simple. El caso de la porra policial, por ejemplo, ¡qué gran experimento Pavlov! Es ver una carga policial en una manifestación y raudamente segregamos la vieja saliva antifranquista, encantados de poder asegurar que todo eso ya lo hemos vivido. Si, además, los manifestantes son estudiantes, los policías son de la brigada de carga y las calles son estrechas, toda la magdalena de Proust nos babea por el careto. Ya partir de ahí, el relato es el previsible: policía represora, estudiantes buenos, métodos franquistas, bla, bla, bla, que en ningún lugar está escrito que los viejos revolucionarios tuvieran que ser necesariamente inteligentes. Habrá de todo, como vamos viendo. Y si no, a las barbaridades progres que hemos oído estos días me remito.

Lo primero, pues, que habrá que superar es la alergia a la porra. A diferencia de la policía de una dictadura, la policía de una democracia reprime democráticamente, y sumo conscientemente los términos, negando toda hipótesis de oxímoron. La represión, igual que la prohibición, son términos legales que forman parte del cuerpo básico de la libertad. Por supuesto, esa "represión democrática" puede hacerse bien o mal, en los límites de la legalidad o fuera de ellos, y para eso existen los mecanismos de control que juzgan los abusos. Pero algo está claro: reprimir el delito es democrático. Sin embargo, no parece que este concepto básico esté claramente inserido en el cuerpo ideológico de muchos de nosotros. Veamos el caso que nos ocupa. Policialmente, ¿se hizo lo correcto en la manifestación de los estudiantes anti-Bolonia? No lo sé, como no lo sabe nadie, a pesar de los informes de los Mossos que La Vanguardia divulgó ayer. Sin embargo, antes de estos informes, y mucho antes de poder saber algo mínimamente serio de lo ocurrido, la sola imagen de la porra ya excitó a un número considerable de opinadores, cuya alegría en equiparar mossos y grises franquistas llegó a la pura obscenidad. El juicio paralelo a la policía se hizo al instante, y por el camino se ningunearon algunos detalles nada menores: que había un número muy considerable de policías heridos, que algunos manifestantes iban encapuchados y con palos, que se lanzaron objetos desde algunos lugares altos como el Palau Robert, con el riesgo conocido (no en vano, recordemos el policía en coma después de una desokupación), que se intentó ocupar un edificio público, que se intentó proteger al vicerrector de la UB, que se siguieron órdenes, y que todo ello lo hizo una policía profesional. Si, a pesar de todo, algunas acciones policiales no fueron las correctas, por supuesto habrá que detectarlas y corregirlas, pero algo está claro: ni los mossos son unos energúmenos violentos, ni todos los estudiantes son angelitos. Sin embargo, creer lo contrario es un deporte nacional que practican, con voraz inconsciencia, algunos sospechosos habituales del viejo progresismo. Especialmente aquellos que se quedaron colgados del póster del Che Guevara. Lo cual, por cierto, no es nada progresista, porque desacreditar a la policía democrática de un país sólo nos conduce al descrédito de la propia democracia. Un descrédito que no para de crecer y del que tiene una culpa sustancial la actual cúpula de la Conselleria d´Interior, cuya capacidad para erosionar la imagen de los Mossos no deja de sorprender. En este sentido, si algo queda claro a estas alturas del tripartito, es que Montilla, hombre de una inequívoca inteligencia estratégica, tenía dicha inteligencia de paseo cuando decidió dar la responsabilidad de la policía a Joan Saura, cuya alergia a los cuerpos policiales era notoria. Desde entonces, los errores se han multiplicado para desgracia del cuerpo, que lo sufre en propia carne. Contra los mossos, hoy por hoy, se atreve todo el mundo, porque se les ha despojado de credibilidad. Lo cual es una severa irresponsabilidad que pagaremos socialmente. ¿O qué nos pensábamos? ¿Que esto de la democracia era un juego?

Pilar Rahola