Paisaje después de la pandemia

La pandemia ha introducido al mundo en una suerte de túnel de lavado: nos movemos a ciegas fruto de automatismos mecánicos con la certeza de que, una vez salidos de este proceso, no seremos los mismos y apareceremos en un lugar diferente. La incipiente vacunación masiva nos hace vislumbrar con esperanza la vuelta a la normalidad, pero será esta una normalidad que operará bajo nuevos parámetros. La pandemia está provocando un verdadero punto de inflexión para el rol del Estado en la economía y en la sociedad, al tiempo que está ensanchando los límites de acción de las instituciones y desencadenando un pujante activismo público.

Mientras Europa se ha compactado con la creación de un embrionario brazo fiscal de 750.000 millones de euros orientado a las transiciones verde y digital (Fondo de Recuperación), y ha cruzado el Rubicón de la deuda mancomunada, la Administración Biden ha puesto en marcha un plan de estímulo de 1,9 billones de dólares con fuertes tintes sociales. EEUU demuestra, de nuevo, la ventaja competitiva que significan el dólar y su potente Reserva Federal. En el reverso de esta política presupuestaria expansiva, se vislumbra una nueva cultura tributaria más exigente y redistributiva que permita mecanismos de armonización internacionales o el desarrollo de recursos propios de la UE. Estos movimientos tienen el poder, por primera vez desde la década de los ochenta, de reperimetrar a su favor el rol del Estado frente al mercado. Las razones para este cambio de paradigma dominante son varias.

1.- La mayor crisis sanitaria y económica en un siglo ha desnudado la categórica necesidad de lo público y revalorizado las prestaciones universales. Al mismo tiempo, está siendo necesario volcar colosales cantidades de recursos de las administraciones para mitigar los efectos del coronavirus. El parón al que se han sometido nuestras economías, el desarrollo de las vacunas o el refuerzo de las redes sanitarias, han requerido de un ingente activismo financiero público. Este tiempo ha subrayado nuestra interdependencia y vulnerabilidad y nos ha recordado el valor de la acción colectiva y sus herramientas.

2.- Las democracias liberales parecen comprometidas a corregir las fallas sociales que abonaron la ola populista del último lustro. El repliegue electoral reaccionario ha demostrado su capacidad destructiva, y hoy son muchos los que se confabulan desde Bruselas y Washington para no repetir los errores que cimentaron la victoria de Trump o la salida del Reino Unido de la Unión. La pandemia está aumentando las preferencias por opciones sólidas y tradicionales, pero no ahuyentaremos el monstruo nacionalpopulista si no abordamos su mayor alimento: la desigualdad. El Partido Demócrata está utilizando a conciencia su exigua mayoría en el Senado para poner en marcha un elenco de prestaciones sociales, cheques e inversiones que permitan atajar el malestar del que tan eficazmente se ha nutrido el trumpismo, algo de lo que deberíamos tomar buena nota al otro lado del Atlántico.

3.- El coronavirus ha resituado nuestra relación con la naturaleza en la carpeta de la seguridad nacional, y es probable que acabe por acelerar la transición ecológica y fortalecer nuestro combate contra el cambio climático. La disrupción de nuestra forma de vida durante este último año es sólo una pequeña muestra de lo que está por venir si no actuamos de forma enérgica en materia climática. Por ello, el proceso de descarbonización será la carrera espacial del siglo XXI.

La agenda verde entrelaza ciencia e innovación, intereses económicos, competencia geoestratégica y nuestra propia supervivencia como especie. El subsiguiente cumplimiento de los Acuerdos de París requiere de una fuerte palanca pública en forma de apoyo financiero e inversiones, especialmente si queremos garantizar una transición ecológica justa, con sus pertinentes amortiguadores sociales para la industria, trabajadores y consumidores.

4.- La pandemia ha exacerbado la competencia geopolítica internacional, aumentado las tensiones sinoamericanas y reforzado la lucha en el campo de batalla tecnológico y digital. Todos los grandes actores globales diseñan planes para garantizar su autonomía regional en los sectores económicos e industriales estratégicos, protegiéndose de inversiones foráneas e intensificando las propias. Esta labor también requiere de una enérgica acción pública concertada. La guerra comercial ha dado paso a una pugna por la soberanía tecnológica que también requiere de un Estado dinámico en el campo de las inversiones y la regulación.

Todos estos aspectos dibujan la pujanza de un nuevo paradigma dominante. Un necesario activismo económico público debiera relegitimar a su vez el papel del Estado y de los espacios multilaterales como la Unión Europea. Si bien es cierto que las longevas restricciones de movilidad están provocando rechazo y una evidente fatiga -aprovechada con estulticia por cantos de sirena reaccionarios en nombre de una malentendida “libertad”- cuando baje la marea de la pandemia quedará redibujada con claridad la nueva playa donde opera lo político. Se trata de una oportunidad para dar respuesta a la demanda de una gobernanza eficaz que corrija los excesos de nuestro modelo de crecimiento, que delinee los límites de la actual hiperglobalización y que encuentre nuevos equilibrios sociales que protejan a nuestras maltrechas democracias. Está en nuestra mano.

Javi López es eurodiputado PSC-PSOE.

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