Pakistán después de la matanza de Peshawar

El 16 de diciembre, los talibanes atacaron una escuela del Ejército en Peshawar y mataron a 132 niños y nueve adultos. Ocho terroristas vestidos con uniforme militar penetraron en el muy vigilado perímetro de la escuela y abrieron fuego contra los estudiantes y el personal de la escuela. Unos comandos del ejército pakistaní lucharon contra los intrusos durante varias horas antes de matar al último atacante.

El asalto a la escuela militar fue el más mortífero de la historia de los talibanes. Ahora la cuestión es si resultará ser un punto de inflexión para el Pakistán en sus relaciones con ese grupo. El ejército pakistaní es la institución más poderosa y respetada del país. Al atacar a los niños de familias militares, los talibanes han aumentado la probabilidad de que el Pakistán actúe resueltamente contra ellos.

Naturalmente, puede requerir tiempo. La resolución de un tribunal pakistaní de poner en libertad con fianza a Zaki-ur-Rehman Lajvi, acusado de ser el cerebro del ataque terrorista de 2008 que mató a 166 personas en Mumbai, subraya el empeño de propiciar la participación de todas las instituciones del Estado pakistaní.

El Pakistán ha tenido una relación complicada con los talibanes. Los servicios de inteligencia del país intervinieron en la formación de ese grupo y en su ascenso al poder en el vecino Afganistán. En la comunidad internacional, muchos sospechan que algunos miembros del ejército pakistaní y sus redes de espionaje siguieron apoyando a los talibanes incluso después de que el país se incorporara en 2001 a la que el entonces Presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, llamó “guerra al terror”.

Sin embargo, más recientemente tres hechos decisivos han modificado el ambiente en el que los extremistas islámicos actúan en el Pakistán. Para empezar, en noviembre de 2013 el Primer Ministro Nawaz Sharif nombró Jefe del Estado Mayor del ejército pakistaní al general Raheel Sharif. Este último considera que el extremismo islámico es una amenaza existencial que se debe afrontar y derrotar.

En una conversación que tuve con el general, cuando visitó Washington D. C. el mes pasado, situó el extremismo islámico muy por encima de la deficiente ejecutoria económica y el inmaduro sistema político del Pakistán en la lista de problemas que el país debe afrontar. El Pakistán, dijo, tiene la fuerza –y ahora la voluntad política– para tomar la iniciativa decisivamente contra el terrorismo.

En el pasado mes de junio, el ejército pakistaní lanzó la operación Zarb-e-Azb para eliminar los escondites de los terroristas y las zonas seguras para ellos en el norte del Waziristán, una de las zonas tribales a lo largo de la región fronteriza con el Afganistán. Para Sharif, la ofensiva es tan sólo el comienzo de un empeño supremo que requerirá tiempo para producir el resultado deseado. “Habrá dificultades por el camino y tres de ellas ya se han presentado”, me dijo. A raíz de los ataques de este verano contra el aeropuerto internacional de Karachi, contra una base naval y contra una multitud reunida en la frontera entre la India y el Pakistán para contemplar un popular despliegue de fuerza por parte de los guardias de los dos lados, la matanza de Peshawar es la cuarta.

El segundo acontecimiento decisivo es la elección en el Afganistán del Presidente Ashraf Ghani. Éste, ex funcionario superior del Banco Mundial, está interesado no sólo en buscar una solución duradera para el problema del extremismo islámico, sino también en internar a su país por una vía de desarrollo económico sostenible. Además, está convencido de que necesita la ayuda del Pakistán en los dos frentes.

Una de las primeras medidas del Pakistán después del ataque a la escuela de Peshawar fue la de aproximarse al gobierno de Ghani y velar por que las autoridades afganas bloquearan las rutas de escape de los participantes en su planificación y ejecución. De hecho, Sharif visitó a Ghani en Kabul pocas horas antes del ataque e, incluso cuando el combate aún no había concluido, el ejército del Pakistán lanzó ataques aéreos contra escondites de terroristas a lo largo de la frontera de los dos países, después de que los funcionarios de inteligencia llegaran a la conclusión de que la planificación del ataque había corrido a cargo de un grupo que actuaba en esa zona.

El tercer acontecimiento es el repentino ascenso del Estado Islámico en el Iraq y en Siria. La brutalidad de ese grupo no es tanto una expresión de credo religioso cuanto de tradiciones tribales que a lo largo de los siglos han moldeado una interpretación estrecha y fanática del islam. Ésa es la causa de gran parte de los problemas en el Afganistán y el Pakistán. La incorporación a la corriente principal del país del sistema tribal y sus costumbres y su sometimiento al imperio de la ley será un componente importante en el empeño para poner fin al reino del terror en los dos países.

La frontera en la que se está llevando a cabo la operación Zarb-e-Azb subraya la importancia de los tres acontecimientos. Hasta hoy, el Afganistán sigue sin reconocer la Línea Durand, trazada por un diplomático británico en 1893 e impuesta al Afganistán por los gobernantes coloniales de la India, como frontera oficial con el Pakistán. El Afganistán fue el único Estado que se opuso al ingreso del Pakistán en las Naciones Unidas cuando este último obtuvo la independencia del Gobierno de Gran Bretaña en 1947, lo que contribuyó a casi setenta años de tensiones bilaterales.

La Línea Durand divide por la mitad el territorio de varias tribus pashtunes, incluidas las de los mehsuds y los haqqanis. Los primeros han brindado dirigentes y soldados de infantería a los talibanes pakistaníes y los segundos han combatido, a menudo con efectos devastadores, a los gobiernos de Kabul y a las tropas americanas y de la OTAN El objetivo de los dos grupos es el de substituir los gobiernos de sus países por un califato islámico, basado en los que interpretan como principios del islam. Durante decenios, los gobiernos de Islamabad y de Kabul han hecho poco para eliminar los refugios establecidos por esos dos grupos, cuyos miembros cruzan con libertad la frontera, deficientemente vigilada.

Hoy, los dos países tienen una posibilidad de restablecer los vínculos y juntar sus fuerzas para poner freno a los extremistas islámicos a los dos lados de la frontera. La matanza de escolares de esta semana en Peshawar podría ser el punto de inflexión.

Shahid Javed Burki, former Finance Minister of Pakistan and Vice President of the World Bank, is currently Chairman of the Institute of Public Policy in Lahore. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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