Pakistán y el terrorismo: el doble juego de Musharraf

Ahmed Rashid es el autor de Los talibán y Yihad: el auge del islamismo militante en Asia Central (EL MUNDO, 20/08/05).

Desde los atentados del 7 de Julio en Londres, el militar que manda en Pakistán, el presidente Pervez Musharraf, ha vuelto a situarse en el centro de considerables presiones internacionales para que tome medidas que acaben de una vez con los grupos locales extremistas vinculados a Al Qaeda, que sometan a control las escuelas religiosas extremistas y que impidan a los talibán utilizar Pakistán como base de sus ataques en Afganistán.

Como consecuencia de ello, están apareciendo graves fisuras en la alianza, que dura ya 35 años, entre el Ejército de Pakistán, sus servicios de espionaje y los partidos islámicos fundamentalistas.

Musharraf ha desviado las críticas internacionales que caen sobre Pakistán por la vía de acusar al primer ministro británico, Tony Blair, de tolerar que florezca en Gran Bretaña el extremismo islámico, aunque desde el 7 de Julio (Musharraf) ha ordenado la detención de 800 militantes (de partidos islámicos) y la expulsión de 1.400 estudiantes extranjeros de las escuelas religiosas o madrasas.

Durante muchas décadas, los partidos fundamentalistas de Pakistán han proporcionado los recursos humanos y el sustento ideológico para las incursiones de los servicios militares de espionaje en Afganistán y en la zona india de Cachemira. Bajo la presión exterior, están empezando a aparecer las contradicciones inherentes a estas relaciones de colaboración.

En una andanada sin precedentes, Maulana Fazlur Rehman, principal dirigente de una alianza de seis partidos islámicos fundamentalistas y jefe de la oposición en la Asamblea Nacional, acusó el domingo al ejército de ayudar a unos activistas a atacar Afganistán, de sostener campamentos de adiestramiento yihadistas en Pakistán y de engañar a Occidente sobre su compromiso en la lucha contra el terrorismo. «Vamos a tener que decirle al mundo de una vez con toda franqueza si optamos por apoyar a los yihadistas o si los vamos a reprimir con absoluta severidad; no podemos permitirnos el seguir siendo unos hipócritas», ha manifestado.

Durante casi dos décadas, Maulana Rehman ha sido uno de los dirigentes islámicos más influyentes del país. Es el jefe de Jamiat e Ullema Islam (JUI), el partido fundamentalista más poderoso de las tribus pastunas asentadas a lo largo de la franja fronteriza con Afganistán.Desde las elecciones de 2002, el JUI ha dominado los gobiernos provinciales de la provincia de la Frontera Noroccidental y del Beluchistán.

En estrecha colaboración con los servicios de información, el JUI ha sido el germen de numerosos grupos extremistas, exacerbadamente antioccidentales y propensos a la violencia, que en la actualidad trabajan para Al Qaeda.

En los años 90, el JUI ayudó al ejército a proporcionar armas y hombres al régimen talibán de Afganistán. Se sabe que, a raíz de los atentados terroristas del 11 de Septiembre de 2001 en Estados Unidos, hubo mulás del JUI que permitieron a los cabecillas talibán reclutar estudiantes afganos y paquistaníes en las madrasas controladas por el JUI.

En estos momentos, se registran tensiones de gravedad entre el ejército y el JUI. Debido a las enormes presiones de Estados Unidos para encontrar una explicación al resurgimiento de los talibán, el teniente general Safdar Husain, comandante en jefe de la región militar de Peshawar, anunció el 25 de julio que los talibán «están recibiendo apoyo público de Pakistán, especialmente, de algunos partidos religiosos paquistaníes». A nadie le cupo la menor duda de que estaba señalando directamente al JUI y Maulana Rehman se puso furioso.

El pasado 1 de agosto, Maulana Rehman fue detenido en el aeropuerto internacional de Dubai cuando estaba de regreso desde Libia a su patria e inmediatamente deportado; funcionarios del Gobierno de los Emiratos Arabes Unidos insinuaron que su nombre figuraba en un listado de terroristas. Rehman acusó al Gobierno de Pakistán de no hacer lo suficiente por ahorrarle semejante humillación.

Las declaraciones de Musharraf en el sentido de que devolvería a sus países de origen a los estudiantes extranjeros fueron recibidas como otro ataque más contra el JUI, que controla la red más numerosa de madrasas. Rehman y otros cabecillas de los seis partidos coaligados echaron pestes de Musharraf y han amenazado con desencadenar una campaña para derribar al Gobierno.

A los dirigentes fundamentalistas no les gustan nada las posturas liberales de Musharraf y se muestran firmemente decididos a proteger sus partidos e instituciones. Por otra parte, también están que trinan con el ejército por el intento de los militares de hacerles pagar el pato de todos los males de Pakistán cuando no han sido más que un aliado de segunda fila de la particular política del ejército en tiempos pasados, una política que ha sido la que ha propiciado el rápido desarrollo del extremismo islámico. Rehman se dedica ahora a desafiar al ejército con declaraciones tales como que los militares deberían asumir la responsabilidad por los resultados de su política anterior y, sin embargo, no deberían sacudirse de encima las presiones norteamericanas por la vía de culpar a los partidos islámicos de Pakistán.

Hasta cierto punto, esta clase de afirmaciones no es sino parte del juego político de declaraciones y contradeclaraciones que es de esperar en vísperas de unas elecciones municipales que se celebrarán a finales de este mes y de las elecciones generales previstas para 2007, cuando Musharraf pretende conseguir que lo elijan presidente. Los partidos fundamentalistas se sienten traicionados porque saben que posiblemente Musharraf esté tratando de reducir su influencia.

Sin embargo, se corre el riesgo de que Rehman y los demás dirigentes fundamentalistas puedan divulgar nuevos detalles de sus relaciones con los servicios de información, cosa que podría deteriorar considerablemente la credibilidad de los militares tanto en su país como en el extranjero.

Musharraf se encuentra en una posición complicada. Desde el 11 de Septiembre de 2001 ha conseguido mantenerse a lomos de dos caballos: por un lado, tranquiliza a Occidente con promesas de reformas y de persecución de los extremistas; mientras que, por el otro, se muestra indulgente con los partidos islámicos para no enajenarse su respaldo. Sin embargo, ahora que el sistema político de Pakistán corre el riesgo de irse embrollando inexorablemente a medida que el presidente pierde apoyos de un extremo al otro del espectro político, el problema de Musharraf es que podría ser él quien cayera sin remisión.