Palestina: la tomadura de pelo

Uno de septiembre en Washington. Cena formal auspiciada por el presidente Obama, preludio del "relanzamiento" del "proceso de paz" entre israelíes y palestinos. Invitados clave: el primer ministro Netanyahu y el presidente (aún sin Estado) Abbas. Estrellas invitadas: el jefe del Estado egipcio, Mubarak, y el rey de Jordania, Abdulá, dirigentes de los dos únicos Estados con relaciones diplomáticas con Israel, pero cuyas respectivas opiniones públicas condenan al Estado judío por su ocupación de Palestina.

Sin embargo, no todos se sienten igualmente cómodos en la Casa Blanca ni su estatus de visitante es el mismo, lo que provoca que el dominio de la situación tampoco lo sea.

A pesar de que su relación personal y política con Obama no sea óptima, Netanyahu trata con el presidente de Estados Unidos, sea quien sea, demócrata o republicano, como si fuera parte de la familia, al tiempo que los palestinos tienen ante sí una cosmogonía israelí apenas afectada por ningún Gobierno, sea laborista o derechista.

Es bien sabido que -a causa de la raigambre y poder del lobby judío en EE UU- todo mandatario de Israel juega siempre con ventaja en ese país. De ahí que, a pesar de alguna tímida señal (su discurso en la Universidad de El Cairo de junio de 2009 constituyó una esperanza, luego desvanecida), hasta ahora Obama no se haya separado significativamente de la política de Bush hacia Palestina. Del mismo modo, el supuestamente izquierdista Ehud Barak, en última instancia, nunca se ha opuesto a las tesis del demostradamente derechista Ariel Sharon.

Los 43 años de continuada ocupación de Palestina constituyen un buen muestrario. Los diversos intentos -la mayoría frívolos y alguno auténtica farsa- para lograr una paz justa, esto es, el fin de la ocupación y la constitución de un Estado palestino viable, han revelado conductas e intenciones significativas. Las buenas intenciones de la Unión Europea se plasman en la declaración de Venecia de 1980, que reconoce los derechos del pueblo palestino. La conferencia de Madrid de 1991, ya bajo égida norteamericana, abre el camino para los esperanzadores acuerdos de Oslo de 1993, que el asesinato por un judío del premier Rabin (1995) y razones varias de la política israelí echan abajo.

A mitad de los años noventa el papel de la UE se difumina y el control del "proceso de paz" está ya en manos norteamericanas e israelíes. En 2000 llega Camp David. Clinton está a punto de finalizar su mandato y quiere pasar a la historia con algún acuerdo de paz "definitivo". Fuerza a los palestinos (como acaba de hacer Obama ) para que negocien con los israelíes, a pesar de que aquellos estimaban que no se daban las condiciones para obtener una paz justa. Lo mismo opinan hoy, tal como el jefe de los negociadores palestinos, Saeb Erekat, ha expuesto en estas mismas páginas (16-08-10).

No es el momento de analizar ahora por qué fracasó Camp David. Sí quisiera adelantar por qué van a fracasar las supuestas negociaciones que se inician ahora y que, constituyen una vez más, una parodia, una farsa, una tomadura de pelo.

El vicio constitutivo radica en la declaración inicial de la secretaria de Estado Hillary Clinton: "Serán unas negociaciones sin condiciones previas". Absurdo. Es imposible negociar el establecimiento de un Estado viable sin poner antes fin a la continua expansión de colonias judías en los territorios palestinos ocupados. Esta actuación israelí durante décadas, con Gobiernos de todo signo, hace imposible el avance negociador. Y Netanyahu ya ha dicho a Obama que le será "muy difícil" detener los asentamientos. Además, Israel anunció inmediatamente condiciones previas: los palestinos tienen que reconocer a Israel como "Estado judío" (contradictio in natura dado que el 20% de la población de Israel no es judía, sino árabe), dar prioridad absoluta (tal como lo entiende e interpreta Israel) al tema de su seguridad y -en el supuesto de llegar a un acuerdo- renunciar expresamente a cualquier reclamación, aunque haya sido reconocida en anteriores negociaciones.

Puede verse pues que, como ha sido habitual durante años, el Estado judío impone condiciones al amigo americano y no viceversa. Y en ocasiones, como la actual, lo deja en ridículo. Peleas de familia, ya digo. Pero hasta ahora ha llevado la voz cantante. Así fue en 2000, en Camp David, donde el presidente Clinton estaba siempre en plena coordinación y complicidad con la delegación negociadora judía. Hasta tal punto que -como relata Edward Walker, consejero de Madeleine Albright- el documento preparado por los norteamericanos fue entregado personalmente a Ehud Barak en su casa un mes antes de que comenzaran las conversaciones y ya en Camp David la delegación de Washington consultaba previamente a los israelíes antes de hacer propuesta alguna.

Nada ilustra mejor la tomadura de pelo permanente israelí en forma de "proceso de paz" que las declaraciones en 2004 de Dov Weisglass, mano derecha de Sharon y responsable de las negociaciones con la Administración de Washington: "El significado de lo que acordamos con los americanos es la congelación del proceso político. Con ello se impide el establecimiento de un Estado palestino, que ha sido eliminado de nuestra agenda indefinidamente. Los palestinos tendrán su Estado cuando se conviertan en finlandeses".

Solo hay un medio de acabar con el secuestro de la política exterior norteamericana efectuada por los israelíes y es que Obama rompa con la familia, desprecie la mofa y el sarcasmo de personajes como Weisglass e imponga la creación ya de un Estado palestino viable, en base a las pertinentes resoluciones de Naciones Unidas.

De esta manera, contribuirá a la recuperación de una doble dignidad: la del pueblo palestino y la del propio Estados Unidos. Y, por supuesto, pasará a la historia.

Emilio Menéndez del Valle es embajador de España y eurodiputado socialista.

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