Pandemia financiera

La menor actividad, también en los mercados financieros, hace de agosto un mes complicado, pues los precios suelen moverse más y de manera más errática que en cualquier otro mes. Es un mal mes para invertir, pero muy bueno para especular. Pero desde hace cuatro años viene marcado por el aniversario de la manifestación de los primeros síntomas de esta crisis que no acaba de marcharse. El shock de liquidez mundial que provocó la primera intervención conjunta de casi todos los bancos centrales el 9 de agosto del 2007 es un acontecimiento que quedará en los libros de historia.

Cuatro años son, sin duda, muchos para una crisis que no solo es larga (aún no sabemos cuándo acabará) sino que, como el peor de los virus, es mutante y ataca sucesivamente a distintos entes. Comenzó siendo una crisis de valoración de activos -entre otros, inmobiliarios-, pasó a ser de liquidez, se llevó por delante a varias entidades financieras, contagió a la economía real (es decir, a empresas y familias) y ahora tiene en cuarentena a los estados que por ayudar a entidades financieras y empresas contaminaron su deuda. Y, si enferman aún más, arrastrarán de nuevo a las entidades financieras y harán que se colapsen empresas y familias, entrando en una fase realmente complicada.

La evolución de los acontecimientos no debería sorprendernos, pues las ayudas, hasta el momento, han consistido en que un tercero se haga cargo de las pérdidas de otro. El núcleo del problema, el sobreendeudamiento, no se ha atacado, solo ha cambiado de manos. Así, en España ha caído algo la deuda de los particulares, es cierto, pero ha subido la deuda pública. Y lo mismo puede decirse respecto de la deuda soberana griega: su rescate consiste en que pase de manos privadas, fundamentalmente bancos alemanes y franceses, a manos públicas, toda la eurozona. Es decir, se socializa la deuda, pero no se destruye.

Para rebajar el nivel de deuda hay, fundamentalmente, tres caminos.

Dejar pasar el tiempo. Se acomete un ajuste fiscal que hace que durante varios años el crecimiento económico sea escaso. Poco a poco se irá amortizando la deuda, con un coste implícito, el estancamiento de la economía. Como todo aterrizaje suave, pretende ser indoloro, pero tiene un riesgo de ejecución (puede que los ajustes no sean suficientes) y otro de valoración (no está claro que sufrir poco durante mucho tiempo sea mejor que sufrir mucho durante poco tiempo).

Devaluar. De manera explícita o implícita (alta inflación). Se trata de lograr un empobrecimiento relativo frente a los tenedores de la deuda. Tal y como está repartida nuestra deuda, España debería empobrecerse frente a Alemania, algo que hemos experimentado en varias de nuestras devaluaciones competitivas. Pero lo que es más curioso: Estados Unidos debería empobrecerse frente a China o Japón. De momento, el yen no hace más que subir. El problema radica en que el exceso de deuda es universal y las devaluaciones solo sirven en comparación con terceros.

­ Reestructurar deuda. A los estados les cuesta mucho renegociar su deuda, pero es el único camino para hacer borrón y cuenta nueva. Desde el comienzo de la crisis son varias las voces que apuntan a unos pactos mundiales a lo Bretton Woods para salir del atolladero. Dichos pactos deberían consistir en una especie de reset en el que volver a valorar deuda, divisas, oro, materias primas… Sería reconocer que hemos llegado a un callejón sin salida y sentar las bases para comenzar de nuevo. Lo mismo que se hizo entre el 1 y el 22 de julio de 1944 en el histórico complejo hotelero de New Hampshire. Las pérdidas se repartirían no solo entre los ciudadanos, sino también entre los inversores. Los cambios implícitos serían de tal dimensión que para llegar a este punto haría falta un mayor deterioro de la situación y, sobre todo, fuertes liderazgos políticos y también sociales, pues no sería sencillo repartir la carga de las pérdidas.

Como en toda pandemia, es muy importante aislar a las comunidades afectadas para evitar el contagio. En el caso financiero, realmente global, no hay cuarentena que valga, pues, además, hay expertos en sacar partido de estas situaciones sin importarles las consecuencias. Mientras que atacar la deuda helena hubiese sido casi inocuo por su volumen si Europa hubiese sabido responder con contundencia a tiempo, es absolutamente irresponsable especular contra la deuda pública de España e Italia porque no hay capacidad para un rescate. Por ese camino solo se logrará la quiebra del euro, escenario cuyos beneficios se me escapan. Ir hacia un gobierno económico europeo ata más los destinos de los países miembros, pero la deuda seguirá ahí, no se rebajará.

Esta crisis comenzó de una manera muy seria hace cuatro años. Los gobiernos reaccionaron bien mediante reuniones multilaterales. Ahora nos encontramos en una encrucijada muy compleja, con las medidas convencionales agotadas y las cuentas públicas muy debilitadas. Algo serio debe realizarse globalmente o esta gran recesión puede mutar hacia algo aún peor.

José Antonio Bueno, socio de Europraxis.

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