Pandemia, vacuna y poder

Hace un año nuestra forma de vivir cambió drásticamente y algunos de estos cambios tendrán efectos permanentes. ¿Han cambiado en igual medida las relaciones internacionales? ¿Se han alterado los equilibrios de poder? ¿Hay más cooperación o más conflicto? La mayoría de indicios apuntan a que, a diferencia de lo que sucede en las dinámicas interpersonales y las relaciones económicas, en lo internacional predomina la aceleración de tendencias previas.

La pandemia ha acelerado el desplazamiento del centro del poder gravitatorio global hacia el continente asiático y ha reforzado el estatus de China como gran potencia. En consecuencia, el resto de actores del sistema están definiéndose en función del tipo de relación que quieren tener con Beijing. En Europa, por ejemplo, la pandemia ha aportado nuevos matices a la doctrina preexistente según la cual en función del tema o del momento China puede ser un socio, un competidor o un rival sistémico. El nuevo secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, también se ha sumado a esta línea de pensamiento, señalando a China como el principal desafío geopolítico de Estados Unidos y que con ella se cooperará cuando sea posible y se competirá cuando sea necesario.

Para un número creciente de países en vías de desarrollo, China se había convertido ya en el primer socio comercial, en un tenedor de deuda y en un inversor en proyectos estratégicos de conectividad. Ahora también aparece como el socio dispuesto a proporcionar las vacunas que no pueden comprar en el mercado internacional y que los mecanismos multilaterales todavía no han proporcionado.

Otro elemento que recuerda a las dinámicas del mundo pre-Covid es el progresivo ascenso de India, tema que genera menos ruido mediático y menos recelos en Occidente que el de China. Nueva Delhi no se conforma con un estatus de potencia regional y está buscando una relación de igual a igual con el resto de grandes potencias. Antes de la pandemia, ya estaba explorando alianzas con Japón, Australia y los países occidentales para poner contrapesos a China en el indo-pacífico y ampliaba los horizontes de su política exterior, mirando a los países de la península arábiga y África oriental. Para India la inversión en tecnología era la mejor forma de recuperar terreno. Ahora despliega su diplomacia liderando a los países en vías de desarrollo en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC) para exigir un levantamiento temporal de las patentes, y también donando vacunas de producción propia empezando por los países vecinos (Sri Lanka, Bután, Maldivas, Bangladesh, Nepal, Myanmar o las Seychelles) y los pequeños estados del Caribe.

En cuanto a Rusia observamos un ejercicio constante de reafirmación nacional. Quizás podríamos hablar de patriotismo de la vacuna. El nombre escogido para la vacuna, Sputnik, es una clara declaración de intenciones. A través de la vacuna, Rusia también se está reivindicándose como potencia global. Esto explica, por ejemplo, por qué es especialmente activa en América Latina, un continente alejado geográficamente y que Estados Unidos ha considerado como su patio trasero. De nuevo, se ahonda en una tendencia previa, puesto que antes de la pandemia, Rusia ya se había convertido en un apoyo decisivo de Nicolás Maduro en Venezuela. Y también resulta familiar el intento de dividir a los socios europeos. Antes era el gas, hoy son las vacunas. Los viejos nuevos amigos que para Moscú –Hungría, por ejemplo– pueden ser de gran utilidad cuando toque hablar de sanciones.

El posicionamiento de estos tres actores, China, India y Rusia, en la liga sanitaria global, refuerza también la idea de un mundo multipolar, o policéntrico como gusta llamarle en Moscú. Un mundo en el que Occidente sigue importando, pero en el que ha perdido peso relativo. En ese sistema competitivo y en proceso de reequilibrio, las potencias reemergidas incorporan sin rubor las vacunas a la caja de herramientas que emplean para proyectar estatus, y para mantener y ampliar áreas de influencia.

¿Es la competición el único motor de las relaciones internacionales en plena pandemia? No, no lo es. Hay cooperación a nivel global como la que se da en el marco de la Organización Mundial de la Salud, en la que Estados Unidos ha vuelto a implicarse, o la Alianza Global para la Vacunación y el mecanismo Covax para hacer llegar la vacuna a los países con menos recursos. También hay cooperación entre miembros de una determinada región como hemos visto con el programa de compra conjunta en la Unión Europea o con los esfuerzos de coordinación desplegados por la Unión Africana. El problema es que los mecanismos multilaterales se han visto fuertemente tensionados y no todos han estado a la altura. Muchas instituciones internacionales han estado sometidas a fuertes críticas –la de Donald Trump respecto a la OMS fue la más sonora– y algunos de sus integrantes siguen tentados de ir por libre, tal como estamos viendo en tiempo real en el seno de la Unión Europea.

No obstante, los reflejos cooperativos siguen ahí. La idea de que esta es una crisis que sólo puede resolverse globalmente, ha ido calando, aunque siga faltando ambición. Como también se ha echado en falta respecto a la otra crisis global: la climática. Son dos emergencias, la sanitaria y la medioambiental, que van de la mano, y este año tendremos que estar atentos a si se aceleran los compromisos climáticos, si hay cambios de hábitos de consumo, y también si se refuerza la investigación y desarrollo de energías limpias y de materiales menos contaminantes.

Este gran angular de materia de las relaciones internacionales tiene un ángulo ciego: los conflictos y las crisis humanitarias. Absortos en la gestión de la pandemia, no se ha prestado suficiente atención a esta otra fuente de sufrimiento, desigualmente distribuida y que a diferencia de la pandemia afecta sobre todo a los países del sur global. Se desaprovechó la idea de acordar una tregua sanitaria global, como pidió el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres. No solo continúan abiertos los conflictos que ya estaban, sino que se derriten conflictos congelados como los del Cáucaso, el Sáhara o el Tigray en Etiopía. Viejos y nuevos conflictos engrosan unas crisis humanitarias para los que hay menos ayuda y más dificultades para hacerla llegar. Y todo esto en un contexto en que la pandemia ha empujado a centenares de millones de personas hacia la pobreza, también en los llamados países del norte.

Un mundo violento y desigual, insuficientemente equipado para hacer frente a desafíos globales. Un sistema que sigue buscando el equilibrio entre cooperación y competición y con las vacunas incorporándose al gran juego del poder. La pandemia es un factor relevante en las relaciones internacionales, y lo es en la medida que revela contradicciones, modifica agendas y apuntala tendencias previas como la multipolaridad, el desplazamiento del centro gravitacional hacia Asia y el cuestionamiento de las instituciones multilaterales.

Eduard Soler i Lecha, investigador sénior, CIDOB.

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