El 2 de marzo de 2020 el Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades recomendaba «evitar concentraciones masivas» para «reducir la transmisión del virus» y el Gobierno español miró para otro lado. Pilar Aparicio, directora de Salud Pública, consultada acerca de una convención eclesiástica, recomendó el 6 de marzo el aplazamiento de los eventos multitudinarios de cualquier tipo en un documento firmado por ella y sellado por el ministro de Sanidad, por tanto en clara contradicción con las manifestaciones. Documento que el Gobierno ignoró en beneficio de las manifestaciones del día 8.
Tengo para mí que la autorización de las manifestaciones multitudinarias feministas del 8 de marzo de 2020, que dispararon la epidemia, fue una decisión tomada bajo el chantaje al que sometieron las «organizadoras» de la concentración al Gobierno. Y siendo éste completamente consciente del riesgo que aquellas manifestaciones representaban para la salud pública, fue incapaz de poner a las «organizadoras» en su sitio. La mala fe de ellas quedó retratada en una de las consignas que gritaron: «¡El machismo mata más que el virus!».
Mucho antes, el 30 de enero, la Unión Europea convocó una reunión urgente del Comité de Seguridad Sanitaria para analizar la decisión de la OMS, que acababa de declarar el coronavirus una «emergencia de salud pública internacional». La mañana siguiente, el día 31, los países que acudieron a la reunión le quitaron hierro al asunto y aseguraron que no era necesario tomar «contramedidas médicas» de prevención. Ya bien entrado febrero, en Italia muchos políticos seguían diciendo que era una barbaridad cerrar el país, que no había motivos.
Los técnicos de Bruselas también interrogaron a los participantes sobre si disponían de suficientes equipos de protección. Solo cuatro gobiernos admitieron problemas y España no estaba entre esos cuatro. Entre esa fecha y mediados de febrero el Gobierno español siguió mirando para otro lado, sin mover un dedo para comprar el material defensivo imprescindible.
¿Por qué no se vio venir? ¿Qué falló? ¿Cómo es posible que de Milán a Nueva York pasando por Madrid o París se hayan cometido tantos errores? Los viajes en avión desde Oriente hacia Occidente o dentro de Europa siguieron funcionando y expandiendo el virus de forma exponencial.
¿Cómo empezó el desastre? Al parecer, Taiwán advirtió tempranamente del peligro al Gobierno chino desde los primeros casos de neumonía atípica provocada por el nuevo coronavirus, pero la alarma fue silenciada. Lo mismo hizo el Gobierno chino con el joven médico que también denunció la inacción. Fueron los primeros errores criminales. Si se hubieran controlado y aislado esos primeros casos hubiera ocurrido lo mismo que ocurrió con los brotes de SARS y de MERS, que en su día fueron abortados rápidamente.
La realidad es que casi nadie pensó entonces, cuando el virus brotó en China, que esto acabaría convirtiéndose en una pandemia… y así muchos países tardaron demasiado en actuar, incluso después de que quedara claro que tenía el potencial de globalizarse.
Desde luego, la OMS (Organización Mundial de la Sanidad), aparte de unos incomprensibles elogios a China, no ha tenido ni las ideas ni la capacidad para enfrentarse al problema con eficacia, mostrando -esta vez a golpe de fallecimientos- la misma incapacidad de tantos otros organismos internacionales cuya utilidad práctica tiende a cero.
Cuando el virus ya estaba provocando desastres en Italia, los vuelos entre Italia y España continuaron. Miguel A. Díaz, directivo de Distintia, escribió ya entonces:
«¿Qué hicieron las instituciones públicas y privadas, la sociedad española en su conjunto? Mirar a otro lado, considerarse inmunes y confiar en que la divina providencia nos salvaría de la pandemia, aunque ya daba muestras de su apetito de expansión. El Ejército es una de las pocas estructuras de la Administración con capacidad estratégica, organizativa y logística. ¿Por qué no se ha utilizado para transportar productos sanitarios y de protección con un puente aéreo de China a España?
En efecto, como ha dicho el virólogo Estanislao Nistal, «aquí nadie se lo tomó en serio y nadie se adelantó. De hecho, la oposición criticó el alarmismo días antes de empezar a criticar lo contrario. Nadie se preocupó de pedir mascarillas, equipos...».
A todo lo anterior es preciso añadir algunas ocultaciones estadísticas. Abordar cualquier problema social exige en primer lugar conocer los datos fundamentales de ese problema. Pues en el caso de la pandemia actual los poderes públicos se han olvidado de ese requisito y así, por ejemplo en España, no se conocen ni el número de infectados ni -lo que es más sorprendente- el número de fallecidos.
¿De dónde salen en España los datos de «infectados»? Estos datos se podrían estimar fácilmente mediante una muestra -que no tiene por qué se muy grande- a la cual se le apliquen test fiables (y no esos que el Gobierno español sigue comprando en China). La verdad es que a estas alturas las clases de test y la calidad de los mismos se han ignorado en España y los datos de infectados que da el Ministerio no sirven para nada. Pero es que tampoco están contabilizados los muertos por virus en un país en el que no entierran ni incineran a nadie sin presentar «papeles». Volvamos pues a los «papeles», contabilicemos los muertos del mes equis de 2020, restemos esa cantidad de los muertos durante ese mes en 2019 y esa diferencia es una buena estimación de los muertos por causa del virus chino.
Como estadístico y como ciudadano no entenderé nunca cómo no se ha estimado desde el inicio (mes de febrero) el número de infectados, especialmente los asintomáticos, sabiendo como se ha sabido que conocer esos datos mediante los test es lo que ha salvado realmente muchas vidas en Corea del Sur y también en el Véneto.
Joaquín Leguina fue presidente de la Comunidad de Madrid.