Pandemia

La Organización Mundial de la Salud alerta de una pandemia inminente causada por la difusión del virus H1N1, aparentemente originado en cerdos pero transmitido entre humanos por vía aérea. Aunque ha habido ya decenas de muertos debido a la gripe provocada por el virus, los científicos debaten sobre su nivel de peligrosidad. Para algunos no es más virulento que las epidemias de gripe que cercenan miles de vidas cada invierno, sobre todo entre los viejos (más débiles) y los niños (menos inmunizados). Otros investigadores son más precavidos porque no se conoce la mutación humana de este virus y, por ahora, no hay vacuna efectiva. Y aunque se está trabajando, su producción y distribución lleva tiempo.

La variante actual del virus parece haberse originado en México, aunque las autoridades sanitarias de este país apuntan hacia China, donde hubo muertes asociadas a un virus similar en 1997. Posiblemente ambas hipótesis sean verosímiles porque en ambos casos se relacionan con la producción industrial de carne de cerdo, tal y como las epidemias de gripe aviar se relacionaron con las granjas avícolas y la epidemia de las vacas locas se originó del consumo de carne de animales enfermos. En la epidemia actual, informaciones de medios periodísticos mexicanos y de expertos estadounidenses señalan a una fábrica de cerdos en concreto. La megainstalación de Granjas Carroll (subsidiaria de la multinacional estadounidense Smithfields Foods) en el pueblo de La Gloria, estado de Veracruz. Allí se produjo una epidemia en febrero pasado que contagió al 60% de sus 1.800 habitantes; murieron tres niños. Fuentes oficiales confirmaron que al menos uno de esos niños fue afectado por un virus semejante al que ahora se ha identificado como causante de la epidemia. Los vecinos culpan a las nubes de moscas que emergen del agua encharcada donde se acumulan miles de puercos confinados en un reducidísimo espacio. La empresa lo niega y muchos expertos rechazan la idea de que las moscas puedan transmitir virus, aunque hay opiniones discrepantes entre los investigadores.

Durante una epidemia semejante en Kioto, Japón, en el 2004 se observaron concentraciones de moscas en las instalaciones de producción de pollos donde se originó un foco de gripe aviar. En todo caso el virus se transmitió a humanos en proximidad inmediata de una instalación masiva de cría de cerdos.

Algunos expertos, como el ecogranjero Tom Philppot, que analizó epidemias animales en su estado, Carolina del Norte, creen que una posible razón de las repetidas epidemias humanas originadas en animales es el insuficiente tratamiento de residuos de las explotaciones agroindustriales. Según datos de la FAO para el 2003 en el mundo se contabilizaron 460 millones de toneladas de residuos porcinos y 140 millones de desechos avícolas. Los desechos proceden de gigantescas granjas que se concentran en ciertas zonas y dan lugar a posibles focos de infección cuya vigilancia sanitaria en muchos casos deja que desear.

Teniendo en cuenta la frecuencia creciente de epidemias de origen animal, asociadas al contacto de humanos con animales en condiciones higiénicas no controladas, la verdadera cuestión que se está planteando es la del riesgo asociado con las condiciones en las que se desarrolla la industria agropecuaria de la que depende nuestra alimentación. Desde la mutación genética de especies animales y vegetales para incrementar la productividad de su producción a la fabricación en serie de animales que no son sino productos artificiales hacinados por miles (y por tanto expuestos a contagio instantáneo de cualquier virus) exclusivamente para nuestro consumo, hemos creado una forma de alimentación químico-genético-industrial que ha entrado en nuestra línea de nutrición y nos expone a la contaminación que origine en cualquier punto del sistema.

Como además los productos se distribuyen globalmente y los viajeros de un lado a otro del planeta han aumentado exponencialmente, cualquier virus originado en cualquier parte tiene el potencial de difundirse rápidamente por todo el mundo. Al viajar el virus se desarrolla en otros entornos, se adapta a ellos y, por ello, frecuentemente muta.

Por lo que la identificación y tratamiento de los virus humanos sigue más o menos la misma lógica que los virus informáticos: siempre una generación detrás del virus presente en cada epidemia. Puede incluso pensarse que estamos teniendo mucha suerte de no haber sufrido catástrofes de mayor dimensión, aunque la pandemia del sida (también originada en animales en Áfricay transmitida a humanos) nos recuerda cada día el terrible peligro al que nos enfrentamos en un mundo globalmente interdependiente y con un sistema de higiene pública de desigual vigilancia según países.

Aún es pronto para saber si la pandemia actual se reducirá a una oleada de gripe o si es el principio de algo peor. Lo que sí queda claro, una vez más, tras las repetidas amenazas que el mundo ha sufrido en tiempos recientes, es que la noción de sostenibilidad no es una frivolidad ideológica. Es una llamada a nuestra supervivencia cuando aún estamos a tiempo. Quienes proponen y practican la agricultura ecológica, quienes plantan tomates en su jardín (empezando por Michelle Obama en la Casa Blanca) están mostrándonos vías de salida, al menos parcial, para la dinámica autodestructiva en que nos hemos metido en búsqueda de una ganancia económica que no contabiliza las consecuencias (económicas también, además de humanas) sobre la salud. Cierto es que hay autoridades sanitarias encargadas de controlar y certificar lo que comemos. Pero ni tienen los medios suficientes ni pueden controlar la complejidad de un sistema de producción y distribución mundializado ni, a veces, pueden resistir las presiones políticas o pecuniarias de mezquinos intereses dispuestos a medrar con nuestra existencia. La crisis nos invita a reconstruir no sólo la economía sino nuestro modo de vida. Vivir mejor con menos. Y vivir sabiendo lo que comemos sin fiarlo todo a la certificación administrativa de la calidad de los alimentos que ponemos en la mesa de nuestra familia.

Manuel Castells