Para "amarga victoria", la de Rajoy

"Amarga victoria". Ese fue el título de mi libro sobre las elecciones generales de 1996 que propiciaron la llegada al poder de José María Aznar. El concepto arraigó en la cultura política del momento y fue interiorizado por la España conservadora. Entonces la victoria fue "amarga" porque con un 38,8% de los votos y 156 escaños el PP quedó lejos de la aplastante mayoría absoluta que le pronosticaban los sondeos y Aznar deambuló durante unos días noqueado por la sensación de fracaso. Sin embargo reaccionó ante la adversidad y el pacto del Majestic con un Pujol entonces moderado le permitió gobernar con éxito y alcanzar cuatro años después el apabullante triunfo anhelado.

Ahora ocurre exactamente lo contrario. La victoria de Rajoy supera las expectativas que algunos sondeos le otorgaban antes del inicio de campaña, sin embargo le dejan sin apenas opciones de formar gobierno. Además mientras los resultados del 96 suponían un significativo avance respecto a los del 93 (34,8%, 141 escaños), ahora el PP obtiene el peor resultado desde su refundación a comienzos del 90, dejándose por el camino no sólo la mayoría absoluta sino nada menos que 62 escaños de los 184 escaños que tenía y más de 15 puntos porcentuales. Se dice pronto. Desde la UCD de Calvo Sotelo y Lavilla nadie había perdido tanto en tan poco tiempo: el derrumbe del vencedor.

Para amarga victoria, la de RajoyRajoy puede decir que ha triunfado frente a sus oponentes y frente a parte de los sondeos pero ha perdido rotundamente frente a sí mismo. Es decir frente al mandato que obtuvo de los españoles hace cuatro años. Las promesas traicionadas y la parálisis política durante esta legislatura, certeramente percibida como una gran oportunidad perdida, le han pasado factura personal. Y se la han pasado a su partido por no haber forzado su dimisión cuando aparecieron las pruebas inequívocas de su papel -"indecente", sí- como encubridor de Bárcenas y la contabilidad B.

Pese a haberlo tenido todo a su favor, con unos medios de comunicación más que adictos, serviles y el viento de la economía internacional insuflando crecimiento durante la segunda mitad de la legislatura, lo cierto es que Rajoy ha llevado al PP al mayor retroceso de su historia y ha abocado al centro derecha a un desastre político sin paliativos. Sobre todo si se combina el resultado de estas elecciones generales con la catástrofe de las últimas municipales y autonómicas. Parece evidente que si Rajoy no consigue formar gobierno y se convierte en el primer presidente que no repite mandato -o sea en un Jimmy Carter a la española- lo lógico sería que presentara la dimisión como líder del PP y abriera así una oportunidad de renovación generacional y ética en la derecha española.

Es cierto que puede esgrimir como excusa que la concurrencia de dos nuevos partidos con rápido arraigo en la sociedad como Podemos y Ciudadanos fragmentaba necesariamente la representación política. Pero, como alegaba recientemente Aznar, sólo cuando se abandona un espacio llega alguien para ocuparlo en tu lugar. Y eso es lo que ha hecho Rajoy al dar la espalda, uno tras otro, a los segmentos más exigentes de su electorado y dejarse arrullar por los pelotas mediocres de su entorno casposo.

También es cierto que la hegemonía del PP en el centro derecha ha quedado finalmente mucho menos cuestionada por Ciudadanos, de lo que le ha ocurrido al PSOE en la izquierda con la irrupción fulgurante de Podemos. Pero eso debe achacarse a las ventajas que otorga el control de la maquinaria del poder, y muy significativamente del sector audiovisual, y a los propios errores de Ciudadanos cuya campaña ha ido a menos, día a día.

Albert Rivera ha concurrido por primera vez a las elecciones generales y la foto que se hizo en la jornada de puertas abiertas del Congreso, mirando a su cúpula con el idealismo y la fascinación del neófito –ese momento “Mr. Smith goes to Washington”-, lo dice todo. Se ha metido en las fauces del cocodrilo y suerte tiene de haber sobrevivido. Pero aunque su mérito sea enorme y Ciudadanos se haya convertido en la formación centrista con más escaños desde el colapso de UCD hace 33 años, su campaña no ha estado a la altura de la ilusión generada por su lema y trayectoria. Por eso ha pasado de un escenario "canadiense", en el que tras perfilarse como segundo podía soñar hasta con el triunfo, a quedar descolgado como cuarto perdiendo casi la mitad de sus potenciales votantes.

Habrá que estudiar detenidamente las equivocaciones que han llevado a convertir la irrupción de Ciudadanos en una montaña rusa, con el día de la votación como su punto más bajo. Rivera no debió haber aceptado participar en el debate a cuatro si Rajoy no estaba presente o al menos debió haber actuado con más contundencia una vez aceptado ese formato. Fue estupendo que sacara la portada de los sobresueldos de Rajoy pero luego no debió haberse retraído en la trinchera de la "elegancia", tratando de compensar arrojo con prudencia, ni debió permitir que Soraya saliera indemne de la confrontación sobre la enseñanza en Cataluña. También se esperaba de él mayor beligerancia contra lo que representa Podemos a lo largo de estas dos semanas y su clarificación de último momento sobre la disposición abstencionista en favor del más votado fue tardía e incompleta.

La proyección del indiscutible atractivo y carisma de Albert Rivera ha ido menguando quizás por exceso de exposición mediática, abuso de su resistencia física y confusión en los mensajes. Está claro que por muy certero que sea equiparar las penas de la llamada violencia de género al margen de quien agreda o sea agredido, fue un error plantearlo en un ambiente tan emocional y poco dado a la reflexión como el de una campaña electoral. Y es obvio que todos los mensajes del PP alentando en escena el miedo frente a Podemos y dándole a la vez alas bajo cuerda -ahí está la sorprendente buena relación entre Rajoy e Iglesias-, tenían como objetivo perjudicar a Ciudadanos tanto como al PSOE. En todo caso baste recordar que los 5 escaños de la UPyD de Rosa Díez con el 4,7% de los votos fueron celebrados en 2011 como una auténtica hazaña del centrismo, para darse cuenta de que Ciudadanos tiene hoy motivo para festejar su "dulce derrota".

Aunque la regla D’Hondt le ha perjudicado y tiene menos de los que proporcionalmente le corresponderían, sus cuarenta escaños pueden contribuir a conformar mayorías diferentes en la próxima legislatura. Rivera tiene tiempo por delante y su papel como portavoz en el Congreso terminará de cincelar su imagen pública. Será difícil que en la próxima cita con las urnas, tal vez más próxima de lo que parece, vuelva a cometer los mismos errores que en esta.

El reverso de la moneda ha sido Pablo Iglesias que paradójicamente pasó por su peor momento al ser derrotado por Rivera en el programa de Évole hace poco más de mes y medio. Tras cometer la equivocación de declararse "cansado", tuvo la habilidad política de hacer de la necesidad virtud, convirtiendo la "remontada" en el gran argumento de su campaña. Al margen del rechazo que provocan sus oscuros lazos del pasado con el chavismo, los fundados temores que puedan producir sus propuestas programáticas iniciales, ahora atenuadas, y de la grave inquietud que se desprende de sus alianzas con el independentismo catalán e incluso con Bildu, la campaña ha consagrado a Pablo Iglesias como un animal político de gran astucia y brillantez comunicativa. Su integración en el sistema parlamentario es en todo caso una buena noticia en la medida en que además de combatir a la casta tendrá que asumir las servidumbres de formar parte de ella.

El que de acuerdo con el sondeo de la televisión pública parecía el gran perdedor de la noche ha salido paradójicamente convertido por el escrutinio en el más probable nuevo inquilino de la Moncloa. El PSOE venía del que había sido su peor resultado en democracia: los 110 escaños cosechados por Rubalcaba con el 28,7% de los votos. Es verdad que ese suelo ha sufrido ahora una nueva merma pero mucho menor que la del PP. Parece evidente que la resuelta actitud de Sánchez en el debate frente a Rajoy, llamándole encubridor de la corrupción a la cara, frenó lo que parecía una caída libre en los sondeos.

Toda vez que la suma entre PP y Ciudadanos queda lejos de la mayoría absoluta, el Gobierno matemáticamente más posible pasa por una coalición entre PSOE y Podemos con apoyo del separatismo catalán. El problema es que esa mezcolanza supondría un doble coste para el PSOE tanto desde el punto de vista de la política económica como de la territorial. Algo muy difícil de asumir cuando el corcel morado llega lanzado al galope y el viejo percherón granate muestra graves achaques pese al cambio de jinete. De ahí que no quepa descartar una convergencia de centro izquierda entre PSOE y Ciudadanos a la que el PP podría dejar gobernar como mal menor mientras renueva su liderazgo.

Y es que si hay algo probable tras estos resultados es que los días del nefasto Mariano Rajoy en la política española pueden estar contados. Si así ocurre, los votantes habrán puesto las cosas en su sitio, resolviendo en términos democráticos la crisis que el PP cerró en falso en el verano de 2013. Será la hora de decir: “Mariano, sé fuerte y vete”. Entonces, de sus cien negritos ya no quedará ninguno.

Pedro J. Ramírez, director de El Español.

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