Para consolidar la recuperación de Europa

Durante mi viaje actual a Europa, me ha alentado la esperanza y profunda sensación de calma económica y financiera que ha llegado esta primavera. Al haberse reducido los diferenciales de riesgo, la crisis financiera de esa región ha quedado relegada a los libros de historia, por lo que está atrayendo de nuevo el interés de los inversores extranjeros. La confianza de los consumidores se está recuperando y las empresas vuelven a plantearse ampliaciones, si bien con prudencia. El crecimiento económico se ha reanudado y el desempleo, pese a seguir siendo alarmantemente elevado, ha dejado de aumentar en la mayoría de los países.

Resulta notable que todo ello esté ocurriendo en el marco de una importante crisis geopolítica en el Este, a raíz de lo que, como con razón señaló The Financial Times, constituye “la primera anexión de territorio de un país europeo desde la segunda guerra mundial”. Igualmente inquietante es que la anexión de Crimea por parte de Rusia se haya producido con una facilidad asombrosa: de hecho, con un simple “plumazo”, como lo expresó el FT, y ni la Europa occidental ni los Estados Unidos pueden intentar siquiera constituir un contrapeso militar a las acciones de Rusia en Ucrania.

Sin embargo, en lugar de alterar su confianza y compostura en aumento, la crisis ucraniana ha sido un catalizador para una cooperación y una solidaridad política renovadas dentro de la Europa occidental. Además, ha fomentado unas relaciones más estrechas con los Estados Unidos en un momento en el que los dirigentes políticos afrontan los inevitables vientos de cara para concluir las históricas negociaciones sobre la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (ATCI), encaminada a intensificar los vínculos económicos de un modo coherente con un sistema multilateral reforzado.

Europa necesita urgentemente todas esas buenas noticias económicas y financieras. La región acaba de salir de una recesión que ha devastado muchos medios de vida. Demasiados ciudadanos siguen atrapados en el desempleo de larga duración, mientras que a un número angustioso de jóvenes les cuesta enormemente conseguir un puesto de trabajo... de cualquier clase.

La de la recuperación en marcha de esa región es también una buena noticia para una economía mundial que aún no ha se ha reequilibrado apropiadamente ni su motor funciona con pleno rendimiento de todos sus cilindros disponibles para el crecimiento. El crecimiento de los EE.UU., aunque está mejorando, sigue siendo inferior a su potencial, por no decir lo suficientemente elevado para compensar los déficits anteriores. Después de un breve arranque, el crecimiento japonés ha empezado a perder fuelle y varias economías en ascenso sistémicamente importantes (incluidas las del Brasil, China y Turquía) se han desacelerado, mientras que sus transiciones a nuevos modelos de crecimiento siguen inconclusas.

Pero la renovada sensación de esperanza y confianza de Europa, por alentadora que sea, no es suficiente –al menos aún no– para producir avances en el bienestar apreciable de las generaciones actuales y futuras. Varias cosas deben ocurrir bastante rápidamente –en concreto, en los próximos meses y semanas– para que el continente reduzca el riesgo de caer en otro periodo prolongado de resultados insuficientes y un suplementario riesgo financiero asimétrico.

Comencemos con la amenaza geopolítica inmediata. Por decirlo claramente, la economía de Europa y más aún las de Rusia y Ucrania no se encuentran en una situación particularmente buena para capear otro aumento desordenado de las tensiones. La diplomacia ilustrada debe substituir las poses y la retórica del estilo de la Guerra Fría que han reaparecido. Es probable que una mayor intensificación obligara a Occidente a imponer sanciones económicas y (críticamente) financieras más profundas a Rusia, seguidas de sanciones contrarias rusas que alterarían la corriente energética hacia Europa. Todo ello sumiría a Europa en la recesión y una renovada agitación financiera.

En segundo lugar, el Banco Central Europeo debe pasar de la prevención de la crisis financiera, sector en el que ha obtenido resultados impresionantes, a la consecución del delicado equilibrio consistente en apoyar el crecimiento (y contrarrestar la apreciación excesiva de su divisa) sin avivar la caída en riesgos excesivos. Para ello puede ser necesaria una renovada experimentación, que de nuevo haría traspasar los límites de una situación cómoda a muchas autoridades.

En tercer lugar, al hacer las instituciones europeas de catalizadoras, los dirigentes políticos deberán reduplicar sus esfuerzos para dar solidez a la zona del euro en conjunto. Para ello, es necesario concluir la unión monetaria con una integración política más profunda, una mejor coordinación fiscal (en la que los avances han sido penosamente lentos) y una adecuada unión bancaria (se debe considerar el acuerdo del mes pasado un primer paso, no la meta definitiva).

En cuarto lugar, en el nivel nacional los países particulares deben continuar con la reequilibración de sus políticas con miras a lograr un triple objetivo: las reformas estructurales, una demanda agregada sólida y menores deudas pendientes.

Por último, los partidos antisistema no deben dominar las elecciones al Parlamento Europeo que se celebrarán el próximo mes de mayor. La mayoría de dichos partidos están comprometidos con un mayor asilamiento nacional y, al menos al principio, se esforzarían al máximo por detener los avances logrados recientemente en la integración económica y financiera regional y dar marcha atrás  al respecto.

No cabe duda de que se trata de una lista de tareas tremenda, en particular porque sólo abarca los próximos meses y semanas. Sin embargo, todos sus objetivos son alcanzables y los avances respecto de cada uno de ellos contribuirían a lograr que la alentadora primavera de Europa brinde una abundante cosecha de oportunidades económicas, crecimiento y puestos de trabajo y reduzca el riesgo de un verano político caliente y un invierno económico más gélido.

Mohamed A. El-Erian is Chief Economic Adviser at Allianz and a member of its International Executive Committee. He is Chairman of President Barack Obama’s Global Development Council, and previously worked as CEO and co-Chief Investment Officer of the global investment company PIMCO. He was named one of Foreign Policy's Top 100 Global Thinkers in 2009, 2010, 2011, and 2012. His book When Markets Collide was the Financial Times/Goldman Sachs Book of the Year and was named a best book of 2008 by The Economist. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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