¿Para cuándo un Museo Nacional del Cine?

Existen en España museos de todo tipo, orden y condición, algunos bastante pintorescos como los que se dan en ciertas autonomías y municipios. Pero, paradójicamente, no existe un Museo de nuestro cine. Tanta afición al séptimo arte, tantas figuras aportadas a la cinematografía mundial, tantas películas que son ya referencias ineludibles, y no contamos con un centro que recoja 115 años de historia y la acerque a los ciudadanos. Todo un contrasentido.

Hay, sí, en Girona, el importante Museo Tomàs Mallol, al igual que el interactivo Centro Buñuel de Calanda y colecciones destacadas como la de Basilio Martín Patino que se exhibe permanentemente en la Filmoteca de Castilla y León o la de Josep María Queraltó que itinera por diversos festivales y salas. Con todo lo que tienen de encomiables, son iniciativas parciales, casi personales, pero no disponemos de un auténtico Museo Nacional que desempeñe, desde la esfera pública, una labor informativa, pedagógica y de conocimiento sobre la expresión artística que tiene entre nosotros un alcance más amplio. Basta con ver el éxito logrado por las espléndidas exposiciones organizadas en CaixaForum sobre Chaplin y Fellini, o por las presentadas de manera regular por Filmoteca Española, para deducir que ese Museo Nacional tendría un auténtico tirón popular, al tiempo que serviría de lugar de trabajo y análisis para teóricos y estudiosos.

Todo museo tiene que basarse en una colección determinada, lo más rica y diversificada posible, y precisamente la tenemos. La Filmoteca Española cuenta nada menos que con 22.000 piezas documentales, además de los negativos y copias de las películas que se han ido recopilando a través de donaciones, adquisiciones y archivos recuperados. Es un conjunto sobresaliente, de primera fila, que se halla bien catalogado y custodiado, pero que hasta ahora permanece en silencio, excepto con motivo de exposiciones temporales, guardado en cajas y almacenes sin posibilidad de que sea disfrutado por nadie, salvo por algunos especialistas para trabajos muy concretos.

El Museo de la Cinemateca Francesa en París, creado por Henri Langlois; el más escenográfico de Turín en la Mole Antonelliana; el clásico de Bruselas; el magnífico de Berlín, al lado de Potsdamer Platz; el de Frankfurt, actualmente cerrado por remodelación pero que ampliará sus instalaciones el año próximo... son diferentes ejemplos, entre tantos otros, de cómo puede plantearse y llevarse a cabo un centro de estas características. No es cuestión de que todos tengan una reproducción del sombrero de Orson Welles en Ciudadano Kane o de la espada del Jedi de La guerra de las galaxias; ni de hacer un parque temático de pura diversión dominical; la finalidad no es buscar la espectacularidad como un fin primordial. No, el objetivo es hacer visible para todos el patrimonio cinematográfico de un país, tanto lo que hereda de otras latitudes, caso de los maravillosos artilugios precinematográficos, como, especialmente, el de la creación propia, nacional.

Hacer visible ese patrimonio y complementar así las decisivas tareas de una Filmoteca, que son las de conservación, preservación y restauración, por encima de la exhibición de sus fondos fílmicos y de otros en préstamo o intercambio. En la moderna concepción de las cinematecas, la idea de Filmoteca ya va íntimamente unida a la de Museo del Cine. Donde deberán situarse una o más salas dedicadas a proyectar continuamente los clásicos antiguos y contemporáneos de la cinematografía en la que está insertado. Algo fundamental para que las generaciones más jóvenes conozcan unas obras de las que la mayoría de las veces ignoran incluso su existencia. En un país como España donde prácticamente no tiene carta de naturaleza la enseñanza del lenguaje y la historia del cine en el sistema educativo, la presencia continuada de escolares, bachilleres e incluso universitarios en un Museo Nacional del Cine sería fundamental para paliar tal desconocimiento. Museo que habría de tener espacio para destacadas exposiciones temporales y que también cabría ampliar a la televisión, hasta convertirse en un completo reflejo del mundo audiovisual.

Vivo, apasionante, dinámico, educativo: así debe ser un Museo del Cine, y así lo son la mayoría de aquellos a los que ya hemos hecho referencia. Y así quería serlo el que, durante el mandato de César Antonio Molina como ministro de Cultura, se planteaba como integrado en el Centro Nacional de las Artes Visuales, en Madrid. Pero sea o no sea en él, lo que resulta indudable es la imperiosa necesidad de este Museo, que debería ser reclamado por las propias fuerzas vivas de nuestro cine, teóricamente interesadas más que nadie en el conocimiento de un patrimonio que es de todos, pero más directamente suyo. El cine no son sólo las películas que se estrenan cada semana, o las vicisitudes de directores, actores y demás profesionales. Es también, y sin duda por encima de ello, la dimensión histórica y estética de un fenómeno colectivo, cuyo peso y cuyo poso cultural han de estar presentes ante los ojos de todos los ciudadanos.

El Prado, el Reina Sofía, el MNAC, el MACBA, el IVAM, la Thyssen y tantos otros centros artísticos de indiscutible significado… ¿Por qué no un Museo Nacional del Cine? Que debería llevar, en mi opinión, el nombre del más grande de nuestros cineastas: Luis Buñuel.

Fernando Lara, scritor, ex director del ICAA y periodista cinematográfico.