Para Díaz-Canel, la inconformidad ciudadana se soluciona barriendo con aquellos que la denuncian

El presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, habla desde un mensaje pregrabado que fue reproducido durante la Asamblea General de la ONU el lunes 20 de septiembre de 2021. (UNTV vía AP) (AP)
El presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, habla desde un mensaje pregrabado que fue reproducido durante la Asamblea General de la ONU el lunes 20 de septiembre de 2021. (UNTV vía AP) (AP)

Exactamente un mes después de las protestas antigobierno que ocurrieron en 62 lugares de Cuba en julio pasado, el presidente Miguel Díaz-Canel decidió recorrer las calles del barrio San Isidro, Habana vieja, para vender la imagen de conquista “revolucionaria” sobre esa zona pobre de la capital. La presencia del presidente en esa barriada, en la que nunca en su mandato había puesto un pie, tuvo la clara intención de plantar la bandera del triunfo como si se tratara de una guerra y un territorio conquistado.

Tiempo atrás, de las entrañas de San Isidro emergió un movimiento de artistas con el mismo nombre del barrio que decidió sublevarse ante el castrismo y que, quizás, haya sido la semilla que hizo luego brotar las protestas en la isla. Para caminar de manera apacible por esas calles, Díaz-Canel tuvo que dinamitar al movimiento San Isidro: a unos los forzó al exilio y a otros los encerró en cárceles de máxima seguridad y en sus propios domicilios. La misma estrategia que hoy emprende para limpiar el país de todo lo que huela a oposición.

Jamás, en 62 años, el régimen cubano se vio tan precisado a tener que tomar la decisión de barrer de tajo tan burdamente y sin escrúpulos a quienes se les oponen. Porque jamás hubo tanto descontento, tanta inconformidad, tantas ganas de cambio y tanto hastío en el pueblo, al menos de forma declarada por la ciudadanía.

El Internet ayudó a que las y los cubanos tuvieran una plataforma dónde depositar toda la molestia acumulada en las seis décadas de castrismo. El Internet hizo abrir esos escondites de la ciudadanía donde por mucho tiempo se encontraban guardadas las verdaderas sensaciones hacia el castrismo. Pero una vez esa molestia emergió tan notable, el régimen no quiso digerirla, su fisionomía autoritaria y dictatorial no se lo permitieron. Entonces, en vez de escuchar al pueblo e intentar modificar esas zonas de quiebre social, decidieron tomar el único camino que conocen: asfixiar a quienes les mueven el piso.

Esa ruta antidemocrática de tachar a todo aquel que ose enfrentárseles o señalarles sus falencias no es que sea solo la única vía por la que transita el castrismo, sino que es la esencia que los define como un régimen impositivo y sordo. Es su estrategia histórica para perpetuarse en el poder. Estrategia que desde hace unos años han copiado fielmente sus colegas Daniel Ortega y Nicolás Maduro —heredero de la obra de Hugo Chávez— en Nicaragua y Venezuela respectivamente. Una estrategia basada en asumir cualquier muestra de disidencia como una amenaza letal, como si el cuerpo de la nación fuese invadido por una maleza a la que hay que despojar y eliminar.

Esa monta de trincheras, para enfrentar al “enemigo” y no dejarlo que avance y siga robando terreno, tiene tres variantes de defensa para el régimen. Uno: la cárcel. Dos: el destierro y el exilio. Y tres: no permitir el retorno a suelo nacional de los “mercenarios” a sueldo del “imperialismo”.

Cuando Díaz-Canel caminó a sus anchas por San Isidro, lo hizo sabiendo que los tres principales líderes del movimiento artístico de ese mismo nombre —Luis Manuel Otero, Maykel Osorbo y Esteban Rodríguez— no podían salirle al paso porque estaban encerrados en cárceles de máxima seguridad como si fueran criminales. Hoy, para volver a la libertad, Otero se encuentra en una nueva huelga de hambre.

También están en prisión los opositores José Daniel Ferrer y Félix Navarro, youtubers, periodistas independientes y otros artistas. Además, más de 1,000 ciudadanos han sido detenidos, procesados o encarcelados tras las protestas del 11 de julio, de acuerdo con la organización Cubalex. Ese es un botón de muestra que evidencia la estrategia del régimen de la que hablo, su primer pilar. El segundo y el tercero lo podemos ver en los casos de los artistas Hamlet Lavastida y Katherine Bisquet y en el de la periodista Karla Pérez. Los primeros desterrados del país y la segunda obligada al exilio después que no la dejaran ingresar a la isla.

La idea fija del régimen cubano es estrangular a la sociedad civil que nació en el país con la llegada del internet y que se articuló a partir de él. Cortar todo tipo de radio de incidencia de estos hacia el resto de la población, su capacidad movilizativa, su liderazgo. La intención del castrismo siempre ha sido no dar pie a que le surjan rivales, aniquilarlos antes que nazcan y se reproduzcan.

Pero toda esa estrategia, lo sabe el propio Díaz-Canel y el castrismo, los mantiene a salvo aún, aunque tenga un punto en contra: su propia puesta en práctica es una declaración de principios y los obliga a desnudarse ante el mundo como la dictadura férrea que son.

Abraham Jiménez Enoa es periodista en Cuba y cofundador de la revista ‘El Estornudo’.

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