Para Europa

Frente a la globalización, frente a la distorsión de los poderes y de la posesión, es urgente regresar a dimensiones más humanas. Nuestra insensibilidad ante los más débiles nos indica que estamos como aislados de nosotros mismos. Hemos aprendido a desviarnos de nuestros semejantes como lo hemos hecho de la naturaleza y de sus necesidades. Nuestro mundo moderno tiene unas catastróficas consecuencias sobre el planeta y seguimos ignorando esa calamidad como si no nos concerniera. Hemos perdido el hilo interior, el hilo que nos une, el de la benevolencia y el respeto. Nos hemos dejado embarcar en el placer del tener y del saber desatendiendo toda conciencia espiritual y humana. La ciencia ha tomado la delantera, dicta lo que la política debe hacer y cómo debemos vivir. Estamos controlados por cámaras, ordenadores, teléfonos y todo tipo de chips, como si la confianza hubiera perdido su fe, mientras que las actuaciones más egoístas de los grandes grupos financieros imponen su ley sin que nadie pueda detenerles. ¿Cómo dejar ese sistema que nos encierra y que oculta a quienes dominan el mundo?

Es preciso un vuelco completo. Es preciso perder los miedos. Los que nuestra educación, nuestras televisiones, nuestra prensa o la publicidad a veces nos hacen asumir. Vivir un vuelco interior, hacer nacer una rebelión individual, creando una nueva manera de percibir, de entender y de ver. Ese vuelco no puede ser sino espiritual. Debemos abandonar hábitos como el de producir “mucho”, tener “mucho” o el de guardar para nosotros. Dejar el “mucho” para ir hacia un “poco”, un “pequeño”, un “suficiente”. Nuestra escala de visión debe cambiar, volver a una dimensión humana, lo que quizá quiere decir vivir en una ciudad pequeña, cultivar tierras menos grandes, tener bancos independientes, comercios pequeños, escuelas que rehabiliten a sus pueblos, a sus habitantes y familias, recurrir a fuentes de energía sostenibles, crear fábricas a escala humana, retomar los pequeños caminos. Descentralizar al hombre le rehabilita en su propio elemento, le responsabiliza y le devuelve su utilidad.

El hombre del mundo occidental ha adquirido la costumbre de apropiarse del mundo, trata a la tierra y a su cuerpo como a una materia sin alma. Los agricultores están atrapados en el juego perverso de una máquina infernal del que los Gobiernos son corresponsables. ¿Adónde han ido a parar los setos que mantenían la biodiversidad de los campos y aseguraban la salud de las tierras?Europa es una bella idea, pero lo absurdo de los intercambios entre los países europeos provoca escalofríos. Yo no quiero comer manzanas que han crecido en árboles que están a 4.000 kilómetros de mi casa. No quiero comer fresas en invierno. Esperaré a que llegue el momento. No quiero comprar ensaladas bio envueltas en embalaje plástico. No quiero comer huevos de gallinas que viven apretujadas.

Los camiones hacen trayectos de miles de kilómetros por carretera y los aviones surcan los cielos para traer lo que podría crecer aquí. ¿Hasta dónde llegará la locura? ¿Hasta cuándo vamos a destrozar nuestro planeta? El poder de la ciencia y el cebo de la ganancia han llevado a los más astutos a crear máquinas que sustituyen al hombre produciendo una tasa de desempleo que sitúa a miles de personas en la indignidad y la incertidumbre.

En el fondo, espero que los humanos sean un día capaces de retomar el poder del buen sentido de sus vidas. Comprar menos y mejor. Comer menos y mejor. Trabajar menos, vivir mejor y devolver a su auténtico lugar al tiempo individual, haciendo del arte una necesidad, una expresión de lo verdadero y de lo bello que hay en cada uno de nosotros.

Mi corazón zozobra cuando veo a los migrantes de los países en guerra dormir a la intemperie en nuestras calles, en los puertos, y ser acosados por las fuerzas del orden. ¿Ya no existe el derecho de asilo? Es preciso tener una visión y una acción política dignas. Vivir más humilde y generosamente no puede sino ser la política del mañana.

La catástrofe climática que está perfilándose es tal vez nuestra auténtica oportunidad de llegar a ser una humanidad responsable y bella. Pero hay una urgencia. Debemos tomar las riendas de esta crisis para madurar y abandonar esa actitud adolescente que arropa lo mecánico y aplasta lo femenino. La naturaleza ha sido machacada y las mujeres han sido excluidas desde hace siglos: lo que parece débil ha de reponerse en su justo lugar. La armonía, sin lo femenino y la naturaleza, no existirá. Es una oportunidad de poder mostrar y vivir una fuerza nueva, pero debemos dar ese giro. Jóvenes estudiantes están ya a nuestras puertas, golpean ya en el corazón de nuestras conciencias, y algunos no se dejarán manejar. Debemos mutar, y serán nuestros hijos los que lo hagan si no salimos de nuestra jaula, que ha dejado de ser dorada. Estamos de paso, así que seamos valientes.

Juliette Binoche es actriz. Traducción de Juan Ramón Azaola. © Lena (Leading European Newspaper Alliance)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *