Para frenar a Putin, se debe comenzar por Siria

La solución para la crisis en Ucrania radica en parte en Siria. Ya es hora de que el Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, demuestre que puede ordenar el uso ofensivo de la fuerza en circunstancias que no sean las de ataques con aviones teledirigidos u operaciones encubiertas. El resultado cambiará los cálculos estratégicos no sólo en Damasco, sino también en Moscú, por no hablar de Beijing y Tokio.

Muchos sostienen que la marcha atrás de Obama respecto de su amenaza de lanzar ataques con misiles contra Siria el pasado mes de agosto envalentonó al Presidente de Rusia, Vladimir Putin, para anexionarse a Crimea, pero es más probable que Putin actuara por razones internas: para distraer la atención de los rusos de la debilitada economía de sus país y para atenuar la humillación que fue contemplar a manifestantes proeuropeos derribar al Gobierno de Ucrania, al que él respaldaba.

Independientemente de las motivaciones iniciales de Putin, ahora está funcionando en un ambiente en el que está muy seguro de los factores en juego. Está sopesando el valor de un mayor desmembramiento de Ucrania, en el que algunas de las piezas se unieran a Rusia o pasasen a ser Estados vasallos rusos, frente a la gravedad de unas sanciones económicas más duras y más amplias. La utilización de la fuerza por Occidente, aparte de enviar armas a un ejército ucraniano bastante desdichado, no forma parte de la ecuación.

Ése es el problema. En el caso de Siria, los EE.UU., la mayor y más flexible potencia militar del mundo, han optado por negociar con las manos atadas a la espalda durante más de tres años. Se trata de un error no menor en el caso de Rusia, con un dirigente como Putin, que se mide a sí mismo y a sus homólogos con el puro y simple criterio del machismo.

Ya es hora de cambiar los cálculos de Putin y Siria es el lugar para hacerlo. Mediante una combinación de morteros que destrozan barrios enteros de ciudades, hambre, hipotermia y ahora bombas de barril que esparcen clavos y metralla indiscriminadamente, el Presidente Bashar Al Assad ha obtenido ventaja. Despacio, pero con seguridad, el Gobierno está recuperando el territorio ganado por los rebeldes.

Los analistas “realistas” de la política exterior califican a las claras a Assad de mal menor en comparación con los miembros de la oposición pertenecientes a filiales de Al Qaeda; otros ven una ventaja en dejar que todos los bandos se combatan y queden atados mutuamente durante años. Además, el Gobierno de Siria parece estar dejando lentamente de usar sus armas químicas, como acordó el pasado mes de septiembre.

El problema es que, si Assad continúa creyendo que puede hacer cualquier cosa a su pueblo, excepto matarlo con armas químicas, exterminará a sus oponentes, asesinando a todos aquellos a los que capture y castigando a comunidades enteras, del mismo modo que su padre, Hafez Al Assad, acabó con los habitantes de Hama en la matanza de 1982. Ha demostrado repetidas veces que está cortado por el mismo patrón cruel.

Desde el comienzo del conflicto de Siria, Assad ha avivado los temores de lo que podrían hacer las fuerzas suníes de oposición a los alawíes, drusos, cristianos y otras minorías, si vencieran, pero no debemos elucubrar sobre el comportamiento de Assad. Ya hemos visto bastante.

Un ataque de los EE.UU. contra el Gobierno de Siria ahora cambiaría toda la dinámica. Obligaría al régimen a volver a la mesa de negociación con verdadera intención de llegar a un acuerdo o al menos revelaría claramente que Assad no tendrá las manos libres para restablecer su dominio.

Es imposible atacar a Siria legalmente mientras Rusia ocupe un puesto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, dada su capacidad para vetar cualquier resolución que autorice el uso de la fuerza, pero incluso Rusia dio su asentimiento a la Resolución 2139 del pasado mes de febrero, encaminada a obligar al Gobierno de Siria a aumentar las corrientes de ayuda humanitaria destinada a civiles hambrientos y heridos. Entre otras cosas, la Resolución 2139 requiere que “todas las partes cesen inmediatamente todos los ataques contra civiles, además del empleo discriminado de armas en zonas pobladas, incluidos los ataques de artillería y los bombardeos aéreos, como, por ejemplo, el uso de bombas de barril...”

Los EE.UU., junto con cuantos países deseen cooperar, podrían utilizar la fuerza para eliminar los aviones de Siria como primer paso para imponer el cumplimiento de la Resolución 2139. Es probable que los “bombardeos aéreos” continuaran mediante helicópteros, pero semejante ataque anunciaría inmediatamente que el juego había cambiado. Después del ataque, los EE.UU., Francia y Gran Bretaña deberían pedir la aprobación por el Consejo de Seguridad de la acción realizada, como lo hicieron después de la intervención de la OTAN en Belgrado en 1999.

Igualmente importante será el sonoro resonar en Rusia del fuego lanzado por los EE.UU. en Siria. La gran ironía es que Putin está intentando ahora hacer en Ucrania exactamente lo que Assad ha hecho con tanto éxito: retratar a una oposición política legítima como una banda de matones y terroristas, al tiempo que se vale de provocaciones y mentiras para convertir una protesta no violenta en ataques violentos que después justifiquen una reacción armada.

Recuérdese que la oposición siria se manifestó pacíficamente bajo los disparos durante seis meses antes de que las primeras unidades del Ejército Sirio Libre empezaran a formarse de modo vacilante. En Ucrania, Putin estaría encantado de convertir el derrocamiento de un gobierno corrupto por una oposición pacifica en una guerra civil.

Putin puede creer, como las potencias occidentales dijeron repetidas veces a sus ciudadanos, que las fuerzas de la OTAN nunca arriesgarán la posibilidad de una guerra nuclear desplegándose en Ucrania. Tal vez no, pero las fuerzas rusas que desestabilizan la Ucrania oriental no llevan insignias. Los soldados misteriosos pueden luchar en ambos bandos.

Poner la fuerza sobre la mesa para resolver la crisis de Ucrania e incluso la fuerza usada en Siria es particularmente importante, porque la presión económica a Rusia, pese a lo fundamental que es en la panoplia de reacciones occidentales, puede crear un incentivo perverso para Putin. A medida que el rublo se deprecie y se agote la inversión extranjera, la población rusa se inquietará, lo que le brindará más razones a él para distraerla con espectáculos patrióticos que den la bienvenida a aún más “rusos” de regreso a la patria.

Obama ocupó su cargo con el objetivo de acabar con las guerras, no de iniciarlas, pero, si los EE.UU. afrontan las balas con palabras, los tiranos sacarán sus propias conclusiones. Lo mismo harán los aliados; el Japón, por ejemplo, está preguntándose ahora cómo reaccionarán los EE.UU., en caso de que China cree una crisis por las disputadas islas Sensaku.

Para dirigir eficazmente, en pro de los intereses tanto nacionales como mundiales, los EE.UU. deben demostrar su disposición a cargar con todas las responsabilidades del poder. Atacar a Siria podría no acabar con la guerra en este país, pero podría prevenir el estallido de otra en Ucrania.

Traducido del inglés por Carlos Manzano.

Anne-Marie Slaughter, a former director of policy planning in the US State Department (2009-2011), is President and CEO of the New America Foundation and Professor Emerita of Politics and International Affairs at Princeton University. She is the author of The Idea That Is America: Keeping Faith with Our Values in a Dangerous World.

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