Para la viuda de Fernando Albán, el diálogo es la única solución a la crisis en Venezuela

Ahora que los dos gobiernos que se disputan el poder en Venezuela han reiniciado negociaciones en Barbados, los aliados de Juan Guaidó lo urgen a abandonarlas. Apoyándose en un reporte reciente de las Naciones Unidas sobre violaciones de derechos humanos cometidas por el régimen de Nicolás Maduro, aquellos en contra de las conversaciones alegan que es inmoral negociar con torturadores y asesinos.

Si hay alguien que debería apoyar esa lógica, sería Meudy Osío. Sin embargo, ella me convenció de lo equivocado que está este argumento.

Hace 35 años, Meudy Osío se enamoró. Tenía 17. Fernando Albán tenía 22 y era cajero en un banco de Caracas, donde ella estaba haciendo una pasantía. Los chocolates empezaron a aparecer en el escritorio de Meudy. Luego, una película a mitad de semana, un beso robado. Dos rostros que se ruborizaban al día siguiente en el trabajo.

Seis años más tarde, Meudy y Fernando se casaron. Todavía estaban en la universidad — los primeros en tener educación universitaria en sus familias respectivas — y tenían dos empleos cada uno para poder pagarse las matrículas.

Cinco años después de su boda, Meudy dio a luz a su primer hijo, un niño. ¡Un varón! Fernando estaba eufórico. Entonces dijo bromeando que quería cuatro hijos varones. A los dos años, estaba desarmado con su hija.

Meudy y Fernando fundaron juntos una firma de contaduría y abogacía, Audicón, que Meudy llama “nuestro segundo matrimonio” y “nuestro tercer hijo”.

Al negocio le fue muy bien. Y la familia iba de maravilla.

Los problemas comenzaron en 2013, cuando Fernando se postuló para el concejo[1] municipal. Un viejo amigo de la familia me dijo que Fernando era un candidato natural. “Tenía carisma, pero no de tarima”, dijo. “Era alguien que te tomaba por el brazo y te hablaba tranquila pero intensamente, muy cercano, como un cura, o un amante”.

Fernando ganó la elección y se convirtió en un concejal de oposición frente a una mayoría controlada por el partido de Nicolás Maduro. Le dieron lo que para otros era una tarea indeseable: las relaciones con las iglesias. Fernando, un católico muy devoto, se metió de lleno. Se hizo amigos de curas, pastores, rabinos e imanes. Trabajaba junto a Meudy para hacer una cena mensual de sopa para los más pobres, la Olla Solidaria.

Era muy querido, así que se convirtió en un blanco. El hijo de Fernando fue identificado en el colegio (“el hijo de ese concejal”) y amenazado, así que se fue a New York, para estudiar inglés con una beca. La hija de Fernando también partió a esa ciudad, igual con beca, luego de que ella y Meudy fueron señaladas en una protesta política y tuvieron que esconderse en la casa de un extraño durante once horas.

En septiembre de 2017, Meudy siguió a regañadientes a sus hijos a New York. Fernando llegó con ella, y la iglesia los ayudó a establecerse en una vivienda subsidiada por una fundación en el Bronx. Pero Fernando iba y venía de Venezuela. Quería terminar su periodo como concejal antes de mudarse definitivamente a New York.

En los meses en que estuvieron separados, Fernando y Meudy hablaban por dos o tres horas cada día. Era el año 33 de su romance.

En agosto del año pasado, Fernando Albán llegó a New York para una estadía más larga con su familia. Fue una visita llena de alegría; celebraron el cumpleaños de él y hablaron de nuevas ideas de negocios, planes para su vida en New York. Pero también necesitaban dinero, y cuando despidieron al conserje del lugar donde vivían, Fernando se ofreció a reemplazarlo: fregó suelos y limpió el baño que compartían con otros inquilinos.

El 4 de octubre de 2018, en la víspera del regreso de Fernando a Caracas, Meudy le preguntó si realmente necesitaba ir. ¿Para qué arriesgarse con otro viaje? Pero él insistió en que tenía asuntos por resolver allá, que quería reubicar a sus empleados. Hay gente allá que depende de mí, le dijo a su esposa. Además, preguntó Fernando, ¿para qué el gobierno querría hacerme algo? Yo lo que soy es un simple concejal.

Tres días después estaba muerto. Fue arrestado en el mismo aeropuerto y acusado de ser parte de la conspiración que intentó matar a Maduro, un poco antes, con dos drones. El gobierno declaró que su muerte había sido un suicidio, que había saltado por la ventana de un baño en el décimo piso de la prisión. Algunos periodistas hicieron notar que los baños de ese lugar no tienen ventanas y que todos los prisioneros son escoltados cuando van al baño. Una autopsia reveló que había agua en los pulmones de Fernando. Las Naciones Unidas pidieron una investigación sobre su muerte.

Meudy se pregunta por qué a Fernando lo mataron. Tal vez el gobierno solo pretendía torturarlo para hacerlo incriminar a Julio Borges, el jefe de su partido, y se les pasó la mano. A lo mejor el régimen vio una amenaza en los lazos que Fernando tenía con la comunidad, o en la energía y detalle del plan que tenía para su defensa en un juicio, que él mismo pudo presentar a sus abogados un día antes de morir. A lo mejor el que lo visitara su hermana molestó a sus carceleros. En todo caso, Meudy puede que nunca lo sepa.

Algunos en la oposición venezolana han usado la muerte de Fernando y otras violaciones de derechos humanos como argumento para rechazar las actuales conversaciones con el régimen de Nicolás Maduro. El ex alcalde de Caracas Antonio Ledezma mencionó la muerte reciente, por torturas, de un capitán de la Armada como una razón para dejar las conversaciones en Barbados. Y en mayo, Ledezma incluso dijo en Twitter que el mejor homenaje que se le podía hacer a Fernando Albán sería una intervención militar internacional. Otros se han referido a Meudy directamente, para sugerir que la decisión de Guaidó de negociar con Maduro la decepcionaría a ella. La lógica de estos argumentos es simple: no podemos sentarnos con los monstruos que mataron a un buen hombre como Fernando Albán.

Pero Meudy me dijo que Fernando nunca hubiera estado de acuerdo con eso. Él hubiera apoyado esas conversaciones, incluso bajo estas circunstancias. Como el demócrata convencido que era, Fernando creía que el diálogo era esencial en la política. Como hombre de fe, había peleado por una transición política pacífica. Y como padre de familia, Fernando Albán no hubiera siquiera considerado la alternativa, pues con más violencia muchas otras historias de amor tendrían que acabar antes de tiempo.

Dorothy Kronick es profesora asistente de ciencias políticas en la Universidad de Pennsylvania.

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