Para qué

El encuentro que el pasado jueves 1 de mayo mantuvieron el presidente Mas y el lehendakari Urkullu fue un reflejo elocuente de la distancia a la que se sitúan en estos momentos las formaciones que representan uno y otro, que es la que han mantenido desde el proceso constituyente y la tramitación de los estatutos de autonomía de Catalunya y Euskadi. Sólo que el soberanismo convergente estaría teniendo ahora el papel que representó el PNV ante el referéndum constitucional, o el que el partido de Arzalluz e Ibarretxe desempeñó entre el pacto de Lizarra y el plan Ibarretxe, entre 1998 y 2009.

La sintonía ideológica que manifiestan convergentes y jeltzales no es contradictoria con la competencia que mantienen a la hora de basar en la bilateralidad las relaciones de catalanes y vascos con las instituciones centrales del Estado constitucional. Frente a la presunción de que ambos nacionalismos suman fuerzas ante los intentos de recentralización del Estado es necesario advertir de que también se estorban mutuamente. Así ha ocurrido en las legislaturas en las que bien el PSOE o bien el PP ha precisado de su apoyo para apuntalar una mayoría de gobierno en las Cortes Generales. Los favores que a cambio podían obtener los convergentes se reducían si tenían que compartirlos con los jeltzales, y viceversa.

Para qué

Más allá de su coalición electoral para las europeas, de la periódica declaración conjunta en nombre de Galeusca, y del voto coincidente en infinidad de asuntos en los que se pusiera a prueba el hecho autonómico, no ha habido intención alguna de establecer una estrategia compartida. Los celos que el concierto y el cupo han despertado en el nacionalismo catalán son comparables a la prevención con que el nacionalismo vasco atendía a la reivindicación del pacto fiscal por parte de la Generalitat, en tanto que su discusión podía poner en entredicho el privilegiado sistema financiero del que gozan Euskadi y Navarra. Cada apelación a que el sistema privativo de vascos y navarros está reconocido constitucionalmente suponía un cuestionamiento implícito de las razones que esgrimía la mayoría del Parlamento de Catalunya para reclamar un modelo semejante. Qué decir de la denuncia del déficit fiscal para Catalunya en relación con el superávit que el sistema procura a Euskadi.

La gran paradoja es que hoy Urkullu parece comportarse como la baza más sólida de una tercera vía que en ningún caso sirve a Catalunya. La defensa del concierto y el cupo constituye el único consenso que une a todo el arco parlamentario vasco. En todo lo demás priman el disenso y el enfrentamiento. La tercera vía de Urkullu no es mucho más que una actitud, pero lo suficientemente reacia a solicitar la extensión del concierto y del cupo a Catalunya como para que estorbe no ya al independentismo sino a las expectativas de quienes albergan esperanzas en una salida dialogada, bilateralmente, con Madrid.

La distancia a la que Ajuria Enea se sitúa respecto al Palau es aún más drástica. Porque en un plano se exterioriza la empatía en torno al derecho a decidir, y en otro se evidencia el nulo interés que el partido de Urkullu y Ortuzar tiene en que los acontecimientos se precipiten en Catalunya en clave soberanista. El fracaso de Mas es el cortafuegos que el PNV necesita para evitar que la izquierda abertzale se le suba a las barbas. El PNV es, todavía, demasiado partido como para permitir que una autodenominada Asamblea Nacional le dicte su agenda política o la condicione. Y se da la circunstancia de que la izquierda abertzale está enredada en demasiados líos –empezando por las sombras que proyecta el pasado etarra– como para centrar sus esfuerzos en desencadenar una marejada independentista capaz de arrastrar a gente que no esté previamente encuadrada en sus filas.

CiU y PNV concurren juntos a las europeas en una candidatura de conveniencia, y hasta de circunstancias, si nos atenemos a su divergencia de intereses. Basta con imaginar el escrutinio del 25 de mayo para predecir lecturas muy dispares en el fondo. Es evidente que se ha producido un cambio de papeles. El pragmatismo pujolista que había desdeñado el concierto y el cupo ha acabado saltando en el vacío para proyectar el autogobierno a una dimensión en la que nunca había pensado más que como quimera. Mientras que el poder jeltzale se ha vuelto extremadamente cauto tras pendular en los últimos años entre gobernar una parte más o menos amplia de Euskadi sin poder abarcarlo todo.

El principio de realidad invita a sustituir los porqués identitarios por los para qués de la acción política. Invita a sustituir la reivindicación de supuestos derechos colectivos por el interés común a los integrantes de esa colectividad. Tomar la delantera soberanista es pura apariencia, y Urkullu espera que los resultados de Mas le den la razón.

Kepa Aulestia

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