Para salir de la depresión

Ha ganado Syriza. Con dos ideas simples: contra la deuda y contra la austeridad. Como político y economista, no puedo dejar de pensar en la contradicción inherente a esa doble contrapropuesta: si la austeridad consiste en no gastar más de lo que se tiene (la definición es sobriedad, ausencia de adornos, pero no van por ahí los tiros), solo se puede ir contra ella asumiendo nuevas deudas, y no parece fácil financiarlas si no se respetan los compromisos adquiridos con los acreedores actuales.

Ése es el debate que uno oye ininterrumpidamente en tertulias españolas (supongo que también en las griegas), sin avanzar nada, porque ya sabemos que la réplica es doblemente keynesiana. Por un lado, se insiste en que la contracción del gasto no permite ahorrar más, sino que profundiza la recesión (la famosa paradoja de la frugalidad); y, por otro, se advierte que son los acreedores los que tienen el problema y se atendrán a una negociación (ya se sabe, si debes 10.000 euros al banco, tienes un problema, si le debes 10.000 millones, el problema lo tiene el banco). Obviamente, la respuesta es que esto no significa que te vayan a prestar más ante la imposibilidad de devolver lo que debes; y sin nuevos préstamos, el impago te condena a la austeridad, no te libera de ella, y vuelta a empezar.

Todo este debate me recuerda el clásico “no pienses en un elefante” de Lakoff. Tanto los que defienden una cosa como la contraria nos llevan al mismo marco conceptual, el de las deudas y los sacrificios para pagarlas. Y en ese debate está ausente el que debería ser el principal elemento de reflexión: si realmente una política de pago o de impago soluciona los problemas de fondo de la sociedad y la economía griegas (o españolas).

Un ciudadano que pierde ingresos y tiene dificultades para afrontar sus deudas puede pensar si dedica su dinero a pagar o no, pero lo que de verdad le interesaría es intentar volver a aumentar sus ingresos. Lo otro es un debate entre “susto o muerte”, un debate dentro del hoyo de la depresión.

Tanto la posible recuperación derivada de sueldos paupérrimos como la todavía más efímera asociada a un impago más o menos ordenado, no abordan los problemas de fondo, derivan las fuerzas de la sociedad hacia debates estériles e impiden una reflexión colectiva acerca de qué es lo que el país ha hecho mal y cómo lo puede reorientar.

No se trata de que todos seamos culpables y , menos aún, todos en la misma proporción. Los políticos y la clase dirigente tienen más responsabilidades y ni siquiera entre ellos son todas iguales. El discurso simplista de, a un lado, todos igual de culpables y, al otro, todos igual de inocentes, sirve al pensamiento mágico del chivo expiatorio, a la creación de un ente al que quemar en primavera para que se lleve todos los fantasmas del invierno, como una falla. Pero esa misma simplicidad nos condena a no aprender y repetir el ritual al año siguiente.

Petros Markaris señalaba hace poco que la verdadera división griega era entre una clase política enzarzada entre sí y un pueblo escéptico que, en realidad, no quería elecciones y espera poco de ellas. Quizá la diferencia radique en que la mayoría de la clase política (los “que acaban de llegar” incluidos) se dedica a concluir que toda la culpa es de los políticos —de los otros, por supuesto—, mientras que la gente sabe que no es así, que hay quienes no pagan los impuestos que deberían pagar. También, algunos podrían implicarse más en su trabajo para obtener una mayor calidad de lo producido.

Hay políticos honrados y corruptos, políticas acertadas y erróneas, pero todo ese ruido no va a la esencia de lo que el país necesita cambiar para aprovechar la crisis y salir de ella mejores, como ciudadanos y como sociedad. Eso que los ciudadanos saben, lo mismo que saben que pocos políticos se lo van a decir. Pero quizá están equivocados esos políticos que tratan al pueblo de manera infantil; y si se explican los males y los remedios de una forma sencilla, pero coherente, se gana más.

Creo que es la oportunidad del progresismo reformista, de situarse en un plano diferente y mostrar que la disyuntiva no es cómo nos acomodamos a la vida en el hoyo, sino entre quedarse ahí o poder aplicar una alternativa económica de futuro, moderna y progresista, realizando los esfuerzos necesarios; eso sí, repartidos de manera justa, para afrontar con optimismo los retos del siglo XXI.

Pedro Saura García es portavoz de Hacienda del Grupo Parlamento Socialista y profesor de Fundamentos del Análisis Económico en la Universidad de Murcia.

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