Paradojas griega y europea

El 'no' alto y sonoro de los votantes de la mayoría del pueblo griego puede tener infinitas interpretaciones dado que la pregunta era de una complejidad rebuscada, infringiendo la regla de la claridad como condición política previa para la legitimidad de todo referéndum. Demagogias populistas aparte, no es cierto que el pueblo griego haya «hablado» ni ha sido un ejercicio democrático.

Como la pregunta no era clara ni concreta, no sabemos siquiera qué quiere esa mayoría del pueblo. Han podido votar no por muy diferentes motivos: contra los recortes y la austeridad de años pasados, porque no quieren reformas, porque quieren seguir sin pagar impuestos, porque quieren seguir jubilándose en torno a los 50 años, contra el euro, contra la UE misma, contra la gestión de gobiernos anteriores, contra esto y aquello... Tras la guerra hispano-norteamericana de Cuba y el desastre nacional de 1898, Unamuno decía que todos se quejan, pero unos se quejan de unas cosas y otros de otras. Todo suma en un referéndum cuya pregunta es una esponja amañada.

Paradojas griega y europeaEstamos ante los peores escenarios posibles de cara a buscar una salida útil. En todo caso, la UE no puede apreciar en ese resultado un no a la UE y rechazar o hacer imposible la negociación. El desafío chulesco del referéndum y su resultado empeoran el escenario, que ya lo era bastante, en la medida en que ahora el Eurogrupo tendrá que negociar con muy mal cuerpo, pero nada más. Con un sí o con un no en el referéndum habría que negociar hasta la extenuación. Por eso el referéndum ha sido un acto de irresponsabilidad, inútil y perjudica seriamente el acuerdo y las opciones de Grecia.

Pero también fue una irresponsabilidad cuando Alemania se empeñó en que Grecia ingresara en la UE y, más tarde, en el euro, a sabiendas de la incontrolable desmesura de la administración griega y la venalidad de los dirigentes de ese país en el pasado y agravado en los últimos 12 años. La ingenuidad alemana sobre una UE en la que tenía que estar la cuna de nuestra civilización ha costado mucho dinero a todos -sin duda, a Alemania- y ha sido una rémora para la integración europea. Pero están dentro y hay que pechar con estos errores históricos dramáticos. Precisamente, Alemania, en especial, es una de las claves para la solución (obviamente junto a Grecia). Alemania debe hacer un nuevo esfuerzo de comprensión política de la situación y asumir sus responsabilidades, tanto como Grecia, por sus mentiras y deuda soberana.

Algunas voces han señalado en los últimos días que debe indicársele a Grecia la retirada y muchos han apostado hace tiempo por ver salir a Grecia del euro. Esto último podría ocurrir de facto en una situación extrema y llevaría a la única situación legal lógica, la retirada. Examinemos ambas opciones

La salida del euro es una aporía, no hay solución lógica jurídicamente hablando para abandonar el euro (o Grexit). Desde luego, por un lado, la UE no puede -no tiene competencia- para excluir o expulsar a ningún Estado del euro ni suspender su pertenencia al mismo. Tampoco, por otro, Grecia está facultada para decidir salir del euro, pues la adopción de la moneda única es una decisión «irrevocable» y ha cedido su soberanía monetaria sin marcha atrás específica para el euro, como para el resto de Estados cuya moneda es el euro (ya lo expliqué el 11 de enero pasado en EL MUNDO -¿Salir del Euro? No, gracias). Razón de más para seguir negociando por ambas partes. Una paradoja perfecta en estricta lógica jurídica y muy querida en la vieja filosofía griega clásica. La otra alternativa al dialogo y al acuerdo, la única legal, es la retirada de Grecia. Y es el peor, el peor de los escenarios, lo más indeseable. Y tiene sus dificultades.

En efecto, la retirada griega sólo es posible si el propio Estado griego lo solicita formalmente; y habría un período máximo de dos años para negociar las condiciones de la salida, no la salida misma que es un derecho unilateral y no condicionado de todo Estado miembro. Grecia dejaría de dejar de ser miembro de la UE con todas las consecuencias, fuera de todas las políticas, fuera del estatuto de ciudadanía, saldría sin beneficio de inventario. Su eventual e indeseable retirada sería, sin duda, tumultuosa para los mercados en sus efectos iniciales pero a la larga no sería una tragedia financiera para la UE pues apenas representan el 2% del PIB europeo; los efectos políticos sí serían graves para la UE ante el fracaso colectivo por la incapacidad de reconducir la crisis griega. Para Grecia será su desastre total, con riesgo de desestructuración del Estado y, tal como está su zona geoestratégica próxima, un riesgo para la seguridad de todos.

Pero Grecia no puede ser expulsada ni suspendida en su membresía de la UE. El art. 50 del Tratado de la UE es claro sobre el derecho del Estado que se quiere marchar a hacerlo conforme a sus propias normas constitucionales (así, el Reino Unido, en su caso con referéndum y con el cuerpo electoral nacional propio, con obligada votación el Parlamento británico...). Sólo cabría una «diplomática» (e indeseable) invitación de los miembros del Eurogrupo a la retirada de la UE.

La posición del actual Gobierno, y probablemente de una gran mayoría del pueblo griego, viene siendo que no desean abandonar la UE ni el euro. Con toda seguridad se van a atrincherar en la UE. Por tanto, estamos de nuevo ante otra paradoja o aporía; ni se quieren ir ni se les puede expulsar. Todo muy en la cultura clásica griega sobre las aporías o paradojas sobre el tiempo y el movimiento.

El Eurogrupo tiene que aprovechar esos aspectos positivos para Europa de la posición del Gobierno griego y de la ciudadanía griega para exigirles reformas estructurales. Los griegos y su Gobierno aprecian la estabilidad y atractivo del mercado interior europeo, la fortaleza del euro y las astronómicas ayudas de la solidaridad europea. Frente a tribunas periodísticas, ayer en este mismo diario, hablando de un euro sin fundamento o de la carencia absoluta de solidaridad de la UE, la Unión y el euro es apreciado por los griegos y el conjunto de los europeos (sólo que hay que ilustrarse leyendo los eurobarómetros o viendo como hacen colas en los cajeros para obtener sus ahorros en euros); la mayor operación en la historia de la humanidad de trasvase de rentas de países ricos a países pobres a fondo perdido la ha hecho y hace la UE multiplicando al menos por tres el famoso Plan Marshal de 1947. La UE ha sido extraordinariamente solidaria con Grecia, como con España y otros miembros; qué hicieron de esa fortuna sus dirigentes es otra cuestión. Desde el 2010 la UE paga las facturas de pensiones y sueldos de su infinita administración.

Por ello, hay que negociar de nuevo y con bases en buena medida renovadas. El resultado del referéndum nos debe reafirmar que son las reformas, y no más recortes, lo que puede enderezar la sistémica situación de Grecia.

La UE, a través de la Cumbre del Euro (los jefes de Estado o de gobierno cuya moneda es el euro) y del Eurogrupo (ministros de Economía), tiene que negociar hasta la extenuación modificando el énfasis de sus condiciones negociadoras: no puede seguir exigiendo subidas de los impuestos que pagan las clases medias y recortes de las bajas pensiones (ahorros fáciles para el Estado pero dramáticos). Toda la fuerza de la negociación debe centrarse en exigirles reformas de su sistema político-administrativo, fiscal y económico-social con objetivos concretos y sometidos a calendario que permitan enderezar el país y volver a ser dueños de sus destinos. También lo decía el Rector Unamuno, más que hijos de su pasado, ayudémosles (a los griegos) a ser padres de su porvenir.

Nos hemos enredado todos en las paradojas que son una forma de dialéctica. Que triunfe la cultura clásica griega -no la de los demagogos actuales ni la de los prepotentes centro-europeos-, es decir, la dialéctica como el arte del diálogo en el que unos y otros logren el encadenamiento de argumentaciones lógicas que lleven a acuerdos. Eso es la civilización y es lo que esperamos de Europa.

Araceli Mangas Martín es Catedrática de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales (Universidad Complutense). De la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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