Nos tiene acostumbrados el aparato de propaganda de Moncloa a pregonar la excelencia de los viajes del presidente del Gobierno, su gran oportunidad y el reconocimiento internacional de «su persona», que le imaginamos ubicuo, capaz de desayunar con Xi Jinping, comer con Biden y cenar con Macron. Es cierto que nuestros presidentes del Gobierno han adolecido de desconocimiento del idioma inglés y de ahí su reticencia para los contactos exteriores. Hay que reconocer que a Sánchez le pasa todo lo contrario.
Hace casi ya cinco años recuerdo haber oído en primera persona a un diplomático de Costa Rica mencionar que, el entonces novato jefe de Gobierno había aparecido en su país con una impresionante delegación. Como enorme fue la delegación de más de 50 personas que le acompañó el pasado día 12 a la entrevista en Washington de menos de una hora con el presidente Biden. También impresionante la delegación para la Cumbre con Marruecos, en la que llevó, nada más y nada menos, eso decían los medios, que doce ministros.
La prensa adicta siempre recuerda su calidad de presidente de la UE en el segundo semestre de 2023, como si esa condición no viniera impuesta por un turno entre los 27 miembros, y como si ese «semestre presidencial» pudiera implicar graves decisiones o cambios trascendentales en la marcha comunitaria. En 2019 Rumanía tuvo esa calidad pero ¿alguien recuerda algo relevante de esa presidencia?. La guerra de Ucrania y el Brexit están debilitando profundamente a la Unión Europea, que ha perdido sentido de dirección.
Es cierto que Sánchez se entrevistó con Xi Jinping, pero antes tuvo que pagar el peaje de acudir a Hainan para contribuir al esplendor del «Foro de Davos» asiático. Durante el viaje señaló que apreciaba cosas positivas en la propuesta china de paz para Ucrania, y confirmaba que España favorecería el desembarco de empresas chinas en nuestro país. Hubo un comunicado final, muy asimétrico, porque nada decía del plan Zelenski, de las empresas españolas en China y del terrible desequilibrio del comercio bilateral. Sin embargo, el presidente chino se negó a tener una comparecencia conjunta tras la entrevista. Y si quedó un ambiente positivo de entendimiento bilateral, lo cierto es que éste se ha disipado tras la incomprensible condecoración en Washington a la expresidenta de la Cámara de Representantes norteamericana Nancy Pelosi, que acababa de visitar Taiwan, lo que produjo una airada reacción militar china.
Es cierto que Biden se ha prestado a recibir a Sánchez en la Casa Blanca, pero conseguir esa entrevista no ha sido fácil ya que el presidente norteamericano parecía no encontrar espacio en su agenda. No ha sido fácil ni barato, porque España ha tenido que aceptar la posición Trump de soberanía marroquí sobre el Sáhara, la presencia de dos destructores antimisiles más en Rota, los afganos que salieron en estampida en agosto de 2021 y ahora emigrantes centroamericanos que llaman a la frontera sur de los EE.UU. Tampoco en este caso, el presidente norteamericano se prestó a tener una comparecencia conjunta, como había sido habitual con al menos otros tres presidentes de Gobierno español. Es evidente que el Departamento de Estado informa cumplidamente al presidente Biden sobre la realidad política en España, así como de la proximidad fraterna de la coalición socialcomunista con los presidentes populistas de izquierda (último ejemplo, la visita del presidente Petro a España).
En las tres visitas hay evidentes paralelismos:
1. Se anuncian ante la opinión pública española como muestra de una ambiciosa política exterior y de aprecio internacional al presidente del Gobierno español.
2. La preparación de las mismas resulta insuficiente a juzgar por los resultados , y contraproducente porque lo que incorporan son sólo concesiones de nuestro país.
3. No se consigue aparentemente en ninguno de los casos empatía personal (que se caigan bien), ni reconocimiento político (no aceptan ni Xi ni Biden comparecencias conjuntas, y el Rey de Marruecos se ausenta a Gabón).
Y eso, a pesar de que previamente a la Cumbre de Marruecos, Sánchez hubo de aceptar la soberanía sobre el Sáhara, y olvidarse del ataque/invasión de Ceuta, del cierre de fronteras con las dos ciudades españolas en África y de la retirada de la embajadora marroquí. Este reconocimiento ha tenido como efecto el deterioro grave de nuestras relaciones con Argelia que, en su momento, tenía en España su primer socio comercial, con riesgo a los suministros futuros de gas argelino.
La acción exterior española se encuentra en una delicada encrucijada, con los viajes del Rey casi evaporados, y el ministro Albares como si añorase su antiguo puesto de jefe de internacional de la presidencia del Gobierno. Y todo se ha puesto muy difícil, empezando por la política energética, el futuro de la Unión Europea, quizás integrando a Ucrania, las cumbres de la comunidad iberoamericana de naciones que flojean, o el inestable equilibrio en el triángulo España-Marruecos-Argelia. Estos son los retos de la diplomacia española que debería ser más activa, más allá de los vectores tradicionales, en la Asia Oriental boyante de nuestros días, y con los riquísimos países del Golfo. Y recordar que en política exterior, detrás de la foto (photo diplomacy), hay un ejercicio complicado que exige mucha profesionalidad.
Gonzalo Ortiz es embajador de España.