Paranoica política china

Henry Kissinger, que aprendió lo suyo sobre paranoia política siendo asesor de seguridad nacional de Richard Nixon y secretario de Estado, dijo la famosa frase de que incluso un paranoico tiene enemigos reales. Esta visión penetrante de la cuestión sobrepasa el asunto de si se debe perdonar un comportamiento irracional de un individuo. A medida que es más evidente el escándalo que rodea la caída espectacular del poder de Bo Xilai, el caso resulta de utilidad para explicar el comportamiento irracional del régimen.

La mayoría de personas razonables coincidirían en afirmar que el mayor partido gobernante del mundo (con casi 80 millones de miembros), dotado de un ejército con armas nucleares y un inigualable aparato de seguridad interna a su disposición, hace frente a amenazas insignificantes a su poder en el propio país. Sin embargo, el Partido Comunista ha seguido mostrando una actitud brutalmente intolerante frente a la disidencia pacífica y enfermizamente temerosa ante la revolución de la información.

A juzgar por los detalles turbios revelados hasta ahora en el asunto de Bo, incluyendo la implicación de su esposa en el asesinato de un empresario británico, parece que el Partido tiene buenos motivos para abrigar temor. En todo caso, su dominio del poder es mucho más débil de lo que parece. De hecho, Bo, el ex jefe del partido de Chongqing, ha llegado a simbolizar la podredumbre sistemática y la disfunción en el núcleo de un régimen que suele considerarse como eficaz, flexible y tenaz.

Son comunes los escándalos de corrupción que involucran a altos funcionarios chinos. Dos miembros del buró político han sido encarcelados por soborno y corrupción. Pero lo que distingue el escándalo de Bo, aparte de los habituales comportamientos de codicia y conducta inmoral, es el desorden y el caos encarnados pollas conductas de las élites gobernantes de China. La familia Bo no sólo ha amasado una gran fortuna, sino que también estuvo involucrada en el asesinato de un ciudadano occidental que había actuado como enlace privado de la familia con el mundo exterior. Mientras se hallaba en el poder Bo fue elogiado por el aplastamiento de la delincuencia organizada y el restablecimiento de la ley y el orden en Chongqing. Ahora se ha revelado que él y sus secuaces detuvieron, torturaron y encarcelaron ilegalmente a numerosos empresarios inocentes, además de robarles sus bienes. Mientras proclaman públicamente su patriotismo, otros miembros de las élites gobernantes de China ocultan en el extranjero las riquezas obtenidas con malas artes y mandan a sus hijos a las universidades y centros de élite occidentales.

Bo Xilai ha puesto de manifiesto otra fuente de fragilidad del régimen: la dimensión de la lucha por el poder y la desunión entre los altos funcionarios del partido. La mala conducta o los defectos personales no provocaron la caída del poder de Bo Xilai (eran conocidos). No fue más que un perdedor en una contienda con quienes se sentían amenazados por su ambición y actitud despiadada.

Las maniobras por el poder a que se entrega este año el partido en la campaña por la sucesión del liderazgo así como los enfrentamientos públicos a que dio lugar la humillante caída de Bo Xilai deben haber minado gravemente la confianza recíproca entre los máximos dirigentes del partido. Y una autocracia desunida no dura mucho tiempo. Su enemigo más peligroso viene de dentro. Las maneras de aficionado con que el partido ha manejado el escándalo de Bo Xilai muestran que no tiene la capacidad de hacer frente a una crisis política muy cambiante en la era de internet. En tanto las luchas políticas internas podrían estar detrás de la vacilación del Gobierno y su ineptitud en el manejo del escándalo, el partido ha socavado aún más su credibilidad tratando de ocultar la gravedad del asunto.

Después de que Wang Lijun, ex jefe de policía de Bo, solicitó notoriamente asilo en el consulado de EE.UÜ. en Chengdu, el partido pensó que podía esconder el esqueleto de Bo. Con un lenguaje que haría sonrojar a George Orwell, los funcionarios declararon que Wang "padecía un agotamiento por exceso de trabajo" y estaba recibiendo "tratamiento a modo de unas vacaciones"; de hecho, estaba siendo interrogado por la policía secreta.

El partido perdió el sueño por el fracaso del "gran cortafuegos" chino de internet. Los intentos de censurar internet y servicios móviles fracasaron rotundamente. Los ciudadanos, por primera vez en la historia, fueron capaces de seguir y de expresar sus opiniones sobre una lucha por el poder que se desarrollaba en la misma cima del partído casi en tiempo real.

Afortunadamente para el partido, la indignación pública por la conducta ilegal y la corrupción de los líderes como Bo se ha expresado en el ciberespacio, no en las calles. Pero, ¿quién sabe lo que sucederá cuando estalle la próxima crisis política?

Los líderes de China se hacen esa pregunta, lo que ayuda a explicar por qué un régimen que al parecer lo ha hecho tan bien durante tanto tiempo tiene tanto miedo de su propio pueblo.

Es difícil decir si un paranoico con enemigos reales es más fácil de tratar que uno sin ellos. En el caso del Gobierno chino, que dirige el país más grande del mundo, la paranoia se ha convertido en el problema. Superarla requiere no sólo un cambio de mentalidad, sino una transformación total del sistema político.

Por Minxin Pei, profesor de Administración Pública en la Universidad de Claremont McKenna. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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