París y el cambio climático

Hace un año comentábamos la cumbre de Lima sobre el cambio climático y las perspectivas que se abrían para la de París, que terminó el sábado pasado con un acuerdo entre 195 países. El acuerdo será vinculante si lo ratifican, a partir de abril del 2016, al menos 55 países que representen un mínimo del 55% de las emisiones. El objetivo es que la temperatura del planeta no suba de 2ºC o incluso de 1,5ºC. Se calcula que solamente podemos emitir en total unas 1.200 gigatoneladas (miles de millones de toneladas) adicionales de CO2 para no pasarnos de un stock total de 3.200 gigatoneladas a partir del cual se podrían desencadenar desastres climáticos. Al ritmo actual de emisiones el cupo se acabaría en unos 30 años. Sin embargo, en el acuerdo no hay objetivos cuantitativos ni indicación de un precio para el carbono. Lo que hay es un compromiso de los países firmantes para presentar planes de reducción de emisiones consistentes con el objetivo global y de revisarlos cada cinco años en un marco de transparencia. Se reconoce, además, que con los planes actuales el objetivo de un calentamiento máximo de 2ºC no se cumplirá y se destacan las buenas intenciones de los países de llegar a un pico de emisiones lo más pronto posible.

Se propone una estrategia de “cumplir o explicar” para reducir las emisiones después de los fracasos del protocolo de Kioto y la cumbre de Copenhague. El requisito de fijar objetivos y de transparencia en su cumplimiento fue impulsado por Estados Unidos como sustituto de un compromiso cuantitativo vinculante, que hubiera sido vetado por el Congreso, dominado por los republicanos. El gran problema de la lucha contra el cambio climático es que, aunque los países estén de acuerdo con el objetivo, quieren que los costes sean asumidos por los vecinos. Así, los esfuerzos de la Unión Europea (UE) en este sentido se han disipado por la falta de compromiso y el incremento de emisiones de otras regiones como China, India y EE.UU. Sin embargo, China –actualmente el mayor emisor, con un 27% del total de emisiones de CO2, por encima de EE.UU. y la UE juntos– se ha dado cuenta de que la polución le producía ya ahora un daño visible. Esto es evidente para todo visitante de las grandes ciudades chinas. Este hecho, junto con la voluntad de China y EE.UU., y el buen hacer del ministro de Exteriores francés, Laurent Fabius, explican los avances conseguidos en París.

El cambio climático tiene unos efectos distributivos muy importantes tanto entre generaciones, como entre países, para determinar cómo se deben repartir los costes. ¿Hay que posponer los costes al futuro dado que las generaciones venideras serán probablemente más ricas? ¿Deben los países desarrollados asumir la mayoría del coste porque son los que han contribuido más a aumentar las emisiones? ¿Cómo hay que tener en cuenta los intereses de los países con reservas de combustible fósiles? Son muchos temas espinosos que se han solventado apelando a la responsabilidad diferenciada entre países en desarrollo, emergentes y desarrollados, con una mayor exigencia para estos últimos tanto en términos de ayudas como de transparencia. Se propone también llegar a un equilibrio entre emisiones y reabsorción de carbono (por ejemplo, con reforestación) para la segunda mitad de siglo sin eliminar completamente el uso de los combustibles fósiles. El pago a los países en desarrollo para preservar sus bosques, dado que su mantenimiento genera un beneficio social positivo para la humanidad, está fundamentado en la lógica económica.

La gran pregunta es si los compromisos voluntarios de los países y la transparencia en la implementación del acuerdo serán suficientes para controlar las emisiones con el objetivo común de limitar el aumento de la temperatura. Se podría trazar un paralelo con los códigos de buen gobierno para las empresas, que no son vinculantes pero que si no se siguen hay la obligación de explicar por qué. La experiencia demuestra que no son suficientes y que deben ser complementados con una regulación adecuada, pero que van en la buena dirección. Por otra parte, no hay que olvidar que la polución desborda a los gases de efecto invernadero, como el CO2 y el metano, y que otras emisiones como los óxidos de nitrógeno y el hollín son perjudiciales para la salud de las personas ya en el corto plazo. Sería contradictorio preocuparse mucho de una amenaza a medio y largo plazo, como el calentamiento global, y desatender las amenazas inmediatas. El carbón proporciona todavía más del 40% de la electricidad en el mundo y en algunos países ha recobrado protagonismo. Se daría un paso de gigante en el control de las emisiones si se eliminasen los subsidios a los combustibles fósiles. Dar subsidios a la vez al carbón y a las energías renovables es ciertamente contradictorio. De la cumbre no ha salido un precio para el carbono y los compromisos no son vinculantes pero el objetivo general ha quedado claro.

Xavier Vives, profesor del Iese.

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