Partida de póquer con Grecia

Se han cumplido cien años desde que las naciones de Europa fueron a la guerra porque los planes de los Estados Mayores no coincidían con los de los gobiernos y los políticos. Cada uno iba por su cuenta. Los políticos no entendían lo que tramaban los militares y cuando quisieron detener la marcha hacia la locura que comportó la Gran Guerra ya era tarde.

Durante cuatro años, los gobiernos dependieron de la suerte de sus ejércitos hasta que la Conferencia de París de 1919 construyó una nueva Europa sobre millones de muertos. Empezaba un siglo de confrontaciones y de cambios que dibujaron nuevas fronteras sobre las cenizas de los imperios caídos.

Salvando todas las distancias y cambiando los países y sus actores, se podría afirmar que el mundo de la política y el de los mercados, las finanzas y los agentes económicos han perdido el contacto.

Europa y Grecia tensan la cuerda de sus relaciones hasta el punto de contemplar la posibilidad de la salida helena de la zona euro. El Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea –la troika– son los que llevan la iniciativa bajo el control a distancia del Gobierno alemán, de los bancos europeos y de los llamados proveedores que pretenden lógicamente recuperar sus inversiones en Grecia. Un juego muy peligroso.

El divorcio o la ruptura sería un desastre para los griegos pero también para los europeos. Una mayoría de griegos quiere permanecer en la zona euro. Pero el Gobierno de Tsipras pide ayuda a Merkel para que les salve sin hacer las reformas imprescindibles en su propio país. Llevamos muchos meses de negociaciones tensas en las que se ha utilizado un lenguaje casi tabernario.

Grecia ha aplicado algunas de las medidas de austeridad en los últimos cinco años pero su producción económica ha descendido un 25 por ciento. Un 20 por ciento de griegos trabaja en el sector público, después de un primer rescate, de muchas advertencias y de descubrir, por ejemplo, que hay 500 pensionistas que ya no están en el mundo de los vivos.

Son los datos y cifras esgrimidos por las autoridades monetarias los que mandan sobre las decisiones políticas. Grecia significa el 2 por ciento del PIB de la zona euro. La elección de un Gobierno de izquierda radical liderado por la coalición de Syriza en enero pasado ha hecho más complicada la relación con la troika. Se ha realizado ya un rescate y desde el punto de vista económico sería necesario aplicar un segundo. Grecia pide más euros para no entrar en bancarrota. Europa le dice que sí pero que debe presentar reformas creíbles, más ajustes y más sufrimientos para los griegos. Este es el nudo gordiano.

Es improbable encontrar una solución en términos económicos o financieros. Desde Europa se habla con el lenguaje de la austeridad y de Grecia llega una cierta petulancia ideológica sin las reformas mínimas. Angela Merkel ha dicho que la crisis griega es un problema existencial no sólo para Atenas sino para todo el proyecto europeo. La canciller ha repetido que “si cae el euro, entonces cae Europa”.

¿Pueden el euro y Europa seguir adelante dejando caer a Grecia? No se sabe. El preacuerdo alcanzado el lunes en el Eurogrupo abre la puerta a una solución política. Es peligroso jugar con lenguajes distintos simplificando conceptos y mezclando situaciones. No está de más recordar que una de las razones de la creación de la Alianza Atlántica en 1949 fue la incapacidad de Gran Bretaña y también Francia de defender la seguridad de Grecia y Turquía en unos momentos en los que varios gobiernos europeos, Checoslovaquia, Polonia, Hungría y otros caían bajo el control de la Unión Soviética de Stalin. La doctrina Truman nació precisamente para defender la zona de influencia occidental que se había concretado en la conferencia de Yalta. Los encuentros de Tsipras con Putin contienen un mensaje inequívoco aunque Rusia en estos momentos no esté en condiciones de prestar mucha ayuda a nadie. Pero la crisis griega es preciso contemplarla en clave geopolítica. Putin busca aliados en Europa, una política que ha sido constante en el Kremlin desde la derrota de Napoleón hace ahora dos siglos, para suavizar los efectos de las sanciones pero, sobre todo, para no perder el pulso económico y militar que está librando con las autoridades de Ucrania, con una guerra abierta en la parte oriental de ese país. Hay que encontrar una salida a la crisis a través de acuerdos a largo plazo. La confianza es tan frágil y los planes de Grecia para reestructurar su deuda son tan poco convincentes que esta partida de póquer puede acabar con el triunfo del más fuerte y la humillación del débil que buscaría alianzas alternativas.

A los griegos, en todo caso, les esperan tiempos míseros porque desde hace muchos años han hecho trampas entre ellos y con las cuentas falseadas que enviaban a Europa. A veces, un problema menor es la chispa de un gran incendio. Como hace cien años.

Lluís Foix

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