Partido Popular: renovación, no derribo

En un anterior artículo publicado en este mismo periódico (ABC, viernes 25-4-2008) desde el Centro de Estudios Comunitarios defendíamos humildemente la necesidad del centro político, un concepto que va más allá de la mera geometría política y de la equidistancia, para «centrarse» (nunca mejor dicho) en los problemas y las necesidades reales de las personas, siendo estas personas los verdaderos protagonistas de la política, el sujeto y el objeto de la misma.

No podíamos imaginar en ese momento que el debate sobre el centro político y sobre los cambios en el Partido Popular, reales o inventados, iban a alcanzar los grados actuales. Llegados a este punto, parece muy necesario explicar una serie de cosas, algo que en nuestra modesta opinión ayudará a clarificar un panorama político enrevesado.

¿Hay crisis en el PP? La pregunta parece tonta, pero si por crisis entendemos «Mutación importante en el desarrollo de otros procesos», o «Situación de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación», (según el Diccionario de la Real Academia Española) tenemos que concluir que no se dan las circunstancias para hablar de mutación del PP o de dudas en la continuidad del proyecto, aunque a muchos lectores pueda parecerle lo contrario. En efecto, hay medios de comunicación que exageran hasta límites inconcebibles las discrepancias a dimisiones propias de un período pre-congresual que, además, se produce después de una derrota.

Que haya debate sobre la política a seguir y enmiendas a las ponencias es sano y lógico, lo mismo que la siempre respetable decisión de apartarse de quienes no están conformes con cambios u orientaciones que no comparten. O que la presentación de candidaturas alternativas, que es una hipótesis normal en todo proceso democrático.

Lo que no tiene parangón en el panorama mediático europeo es que haya periódicos y radios que sustituyen la legítima expresión de opiniones discrepantes por el acoso y derribo al servicio del inmovilismo y de la permanencia de unos equipos más que gastados.

Las medidas que está desarrollando Mariano Rajoy están en la esencia de un partido político que se define como «centro reformista» y que se denomina «popular», es decir, con vocación de representar a todos, y como esto no es posible en democracia, sí al menos alcanzar una amplia mayoría social. Es su razón de ser.
Esta vocación centrista se fundamenta en un sólido humanismo, que ha animado desde siempre el alma del Partido Popular: entender la política como un servicio a la sociedad en su conjunto y buscar el mayor bien posible. Por su propia definición de centro reformista, no debe renunciar a ninguna adaptación al signo de los tiempos -¡incluso habiendo ganado!- no digamos si aun encima se han perdido unas elecciones porque el candidato de otro partido ha merecido mayor confianza de los españoles.

Esa y no otra ha sido la clave de las elecciones. Guste más o guste menos, José Luis Rodríguez Zapatero ha mostrado la suficiente habilidad como para juntar casi todos los votos de la izquierda y para sumar muchos votos procedentes del nacionalismo político, prestados o no, pero efectivos. Desde planteamientos morales se podrían objetar muchas cosas a estos cuatro años de gobierno, pero desde una perspectiva electoral los hechos son los hechos, y no hace falta repetirlos porque los conocemos todos.

Un análisis sosegado del resultado electoral arroja, sin embargo, una serie de conclusiones interesantes, y que desgraciadamente no han sido demasiado comentadas, eclipsadas sin duda por la vorágine anti-Rajoy que estamos viviendo y sufriendo. Vamos a establecer tres tipos de conclusiones:
La primera es que a la vista del resultado del pasado 9 de marzo, se evidencia que los tristísimos acontecimientos del 11-M actuaron como catalizador de una actitud de fondo de aprecio a la izquierda que ya existía con anterioridad al atentado, y se ha vuelto a evidenciar en estas últimas elecciones.

La segunda está más escondida en medio de las cifras, pero no por ello es menos real: pese a haber ganado, la izquierda pierde votos. La suma de votos de los partidos de izquierda ha menguado con respecto a pasadas elecciones, pero ha actuado en bloque, lo que le ha valido la victoria.

Y todo ello anticipa la tercera, y definitiva conclusión: pese a no haber ganado, Mariano Rajoy ha obtenido un magnífico resultado, perfectamente comparable con cualquiera de los éxitos de la etapa de José Mª Aznar. El Partido Popular ha obtenido un crecimiento significativo en el espectro central de los votantes (éste sí que es geométrico), arrebatando votos al PSOE en zonas y en áreas del electorado que antes podían ser consideradas casi como un feudo suyo. Esta es a nuestro juicio la conclusión más trascendente, que marca una importante tendencia sociológica de no fácil vuelta atrás, y que evidentemente el partido de la gaviota no puede ni debe desaprovechar.

Queda así definido un interesante plan de acción para este partido: profundizar en hacer que el mensaje del Partido Popular sea más atractivo hacia esa amplia franja del electorado que no está demasiado contenta con la forma de gestionar las cosas públicas estos cuatro años, pero que por razones de todo tipo no ha votado el PP.

Este es a nuestro juicio, y no otro, el reto que tiene por delante el Partido Popular. En algo tendrá que adaptarse a la situación, es evidente, corrigiendo ciertos mensajes y renovando algunos equipos, pero sin necesidad de cambiar de «sistema de juego» y mucho menos «de entrenador y de camiseta». Eso es lo fácil, echar al entrenador para no asumir los propios defectos. Claro está, que cuando el entrenador se ve obligado a cambiar a ciertos jugadores, porque están agotados o porque no encajan en determinado planteamiento de juego, estos se inquietan, por decirlo así, y con ellos el resto del banquillo; pero no se puede a estas alturas pretender encarar los retos del presente con los mismos esquemas y las mismas personas que en el pasado.
No se trata de convertir el partido en otra cosa. Ni muchísimo menos de cambiar de principios. Se trata simplemente de cumplir con lo que es la esencia popular del partido: su deseo de dar cabida en él al mayor número posible de españoles con el fin de construir juntos una sociedad mejor. Los partidos no son de sus dirigentes, ni siquiera de sus afiliados, e incluso podríamos llegar más lejos: ni siquiera son exclusivamente de sus votantes. Un partido grande como el PP, de los más grandes de Europa, debe aspirar a ser un referente de la mayor parte de la sociedad, a la que sirve. Sin ansias hegemónicas o exclusivas, y respetando porque es la esencia de la democracia la libertad de elegir cualquier otra opción legítima. Simplemente queriendo ser partido de gobierno, y el gobierno, recordémoslo, es de todos.

Por ello el Partido Popular, y sus líderes, deben mantener esta vocación a crecer y a sumar personas para un gran proyecto ilusionante, integrador, de mayorías... -¡Ah!- Y recordar también que los votos decisivos donde están es en el centro.

José María Gil-Robles, ex presidente del Parlamento Europeo, Centro de Estudios Comunitarios.