Pasado imperfecto

Vicente Uribe, Juan Negrín, Indalecio Prieto, Jesús Hernández y el general Vicente Rojo en el acto de despedida, en Barcelona, de las Brigadas Internacionales (1938).
Vicente Uribe, Juan Negrín, Indalecio Prieto, Jesús Hernández y el general Vicente Rojo en el acto de despedida, en Barcelona, de las Brigadas Internacionales (1938).

El libro de Tony Judt, que da título a esta pieza, tiene la virtud de dejar al descubierto la honda cobardía moral en la que incurrieron la mayor parte de los intelectuales parisinos y poetas de café de la Rive Gauche entre 1944-1956. Con anterioridad, hacia finales de los años 1930, la intelectualidad francesa ya había condescendido con los juicios de mero escarmiento de Moscú. La reacción habitual, como la de Malraux, se limitaba a llamar la atención: “así como la Inquisición no afectó la dignidad fundamental del cristianismo, los juicios de Moscú no han sido una deshonra para la dignidad fundamental del comunismo”. (Hollander, Political Pilgrims, Oxford, 1981: 161).

Durante 1940-44, hubo cómplices conspicuos, como Drieu La Rochelle y Brasillach, que defendieron la colaboración con la Alemania nazi. En otros casos, como Sartre y Mounier, se renunció a la acción y se mantuvo una actitud relativamente pasiva (Lottman, La Rive Gauche, Blume, 1985: 234 y 284), lo que no les impidió publicar y estrenar sus obras a pesar de que, según Beauvoir, la primera regla era no escribir en los periódicos de la zona ocupada. En ello coincidían también los intelectuales resistentes. Por otra parte, la salida triunfante de la Unión Soviética de la II Guerra Mundial exacerbó la miopía colectiva ante el estalinismo y su avalancha de asesinatos y purgas en el centro y el este de Europa. El apoyo de estos intelectuales tibios ayudó al terror estalinista, su indignación, en cambio, habría ayudado a sofocarlo.

En Pasado imperfecto, el historiador inglés realiza un ejercicio de recuperación de la memoria histórica del que salen maltrechos los bobos (bourgeois-bohème) de aquellos años, clientes habituales de Les Deux Magots, del Café de Flore, la Rotonde, la Coupole, la cervecería Lipp, el Dôme… Eran los herederos de quienes, en los años treinta, constituyeron lo que Albert Thibaudet denominó La République des professeurs. El fino análisis de Judt quizá haya ayudado al país vecino a asumir errores, ajustar cuentas y pasar esa página turbia de su historia. No parece que ocurra lo mismo en España, donde nos complacemos en la melancolía y nos cuesta hacer el duelo, incapaces de aceptar los años de nuestra guerra civil con su infinita tristeza. Todo parece diseñado para posponer el duelo nacional, como la declaración del estado de guerra, que no se levantó hasta el 7 de abril de 1948.

Tras el reciente fallecimiento de Elena Aub, hija segunda de Max Aub, quizás valga la pena recuperar las impresiones que plasmó su padre en La gallina ciega sobre su viaje a España, 30 años después de haberla abandonado como un republicano vencido. Durante su visita, no se cansó de repetir: “he venido, pero no he vuelto”. Aub encontró una España amnésica: “[n]i estamos –mi generación– en el mapa. Todo es paz. Es curioso cómo eso de los veinticinco —o treinta— años de paz ha hecho mella, o se ha metido en el meollo de los españoles. No se acuerdan de la guerra —ni de la nuestra ni de la mundial—, han olvidado la represión o por lo menos la han aceptado. Ha quedado atrás. Bien. Acepto lo que veo, lo que toco, pero ¿es justo?, ¿cómo van a crecer estos niños? Todavía más ignorantes de la verdad que sus padres. Porque estos no quieren saber, sabiendo; en cambio, estos nanos no sabrán nunca. Es una ventaja, dirán. Es posible. No lo creo”. [Aub, La gallina ciega, Alba, 1995:251].

Embarrar nuestra historia no es una ventaja. Aquellos nanos de los que hablaba Aub hemos crecido y, a pesar de la ley del hielo y a diferencia de ilustres franceses de la gauche caviar, no nos hemos instalado en el olvido. Necesitamos reconciliarnos con nuestra historia, que es, sobre todo, la historia de nuestros padres. Debemos hacerlo sin enredarnos en la confusión de turbios sentimientos, sin concesiones, con veracidad. Sin sumirnos en la melancolía y el resentimiento, con la determinación de hacer un pacto con esa realidad acontecida, para apoderarnos de ella antes de que ella se adueñe de nosotros.

Esta es, en mi opinión, la principal virtud del documental La amarga derrota de la República, producido por la Asociación Amigos de la Fundación Juan Negrín, que tendemos oportunidad de admirar estos días en el Festival de Cine y Televisión Reino de León. Quien por allí asome advertirá que nuestra Guerra Civil no fue únicamente la expresión hispano-española de un conflicto de furia, saña y ráfagas de frenética brutalidad, un tiempo de vergüenza nacional, en suma. También fue el catalizador en la galvanización de fuerzas frente el nazismo y el estalinismo, y que perjudicó a la República.

En la primavera de 1936, una delegación de escritores franceses, entre quienes se encontraban André Malraux, Jean Cassou, y Henri-René Lenormand, se desplazó hasta Madrid para expresar su apoyo político al nuevo Gobierno. Fue recibida por Manuel Azaña, nuevo presidente español y, como ellos, escritor. Como sabemos, tras la insurrección del 17 de julio, el Gobierno de la República solicitó ayuda militar de Francia, donde gobernaba asimismo un Ejecutivo de Frente Popular. Sin embargo, la oposición de la derecha francesa y, sobre todo, de su aliada Gran Bretaña, con importantes intereses en España, decantaron al Gobierno de Léon Blum hacia la no intervención. Ello no impidió intervenir por sus propios medios a algunos escritores de la République des professeurs, como Malraux. Apenas iniciada la contienda, fue recibido en España por Álvarez del Vayo, a la sazón presidente del Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, con el fin de explorar cómo podían ayudar los franceses al Gobierno legítimo de la República. Semanas más tarde, inició la compra de aviones franceses con destino a España a través de un pariente de su mujer, Clara Malraux.

Situado en el periodo de la Europa de entreguerras, y con el fracaso de la Sociedad de Naciones en los asuntos de España, Abisinia y China como telón de fondo, el documental se centra en la figura de Patricio Azcárate. Testigo de excepción de la Batalla del Ebro, Patricio encarna una fuente primaria de enorme valor histórico, que nos guía por los cruciales acontecimientos de las postrimerías de la guerra. Otra figura clave es la de Negrín, cuyos rasgos y conflictos traza su nieta Carmen con pulcritud extrema y fina elegancia cartesiana. Negrín perseguía, a toda costa, enlazar la guerra civil española con el conflicto europeo, pero, como señala Ángel Viñas, fracasó debido a la traición de Casado que buscaba una rendición pactada con Franco.

Algunos revisionistas han pretendido rescatar a Franco del infierno de la Historia y regresarlo hasta el presente, pero debemos oponernos al blanqueo de nuestra historia reciente. Hacerles el juego sería el mejor elogio que el vicio puede hacer a la virtud, remedando a Talleyrand. Es más saludable ver el documental, aceptar lo sucedido y recordar, con Aristóteles, que “los hombres no delinquen por las cosas necesarias […] sino también para gozar o satisfacer deseos; […] Los mayores delitos tienen por causa los excesos, no la necesidad; los hombres no se hacen tiranos para no pasar frío”. (Política, 126a). Quien quiera conocer el ambiente y emociones de aquellos años, la gratitud del pueblo español a los héroes de las Brigadas Internacionales, su salida al exilio, y la de tantos compatriotas, haría bien en dirigir su atenta mirada a este material historiográfico de valor inestimable.

Manuel Sanchis i Marco es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia y doctor en filosofía. Su último libro es El fracaso de las élites. Lecciones y escarmientos de la Gran Crisis (Pasado & Presente).

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