Pasado y presente del Corpus Christi

El ser humano, para poder sobrevivir a la eclosión de la naturaleza y domeñar brujas, diablos, espíritus indefinidos y toda clase de habitantes del otro mundo que, a finales del invierno -con ocasión del Carnaval-, salen de las entrañas de la tierra para convertirse en compañeros de viaje de los moradores de este mundo, organiza, desde tiempo inmemorial, las fiestas de primavera.

Así, en mayo, tienen lugar celebraciones de la luz y de la exaltación del fuego, protector de todos los seres vivos. Para el mundo occidental, es el mes del esplendor de la vegetación en general y, en particular, del árbol. La Iglesia dedica mayo a la Virgen María y el 1 de mayo celebra la fiesta de San José Obrero.

Dentro del ámbito cristiano, el Corpus Christi es la culminación de todas las fiestas de primavera. En el siglo XIII, el Papa Urbano IV institucionalizó esta celebración en honor del Santísimo Sacramento. Ya en el siglo XVI, en el Concilio de Trento se decretó que todos los años, en un día declarado festivo a tal fin, se llevara por las calles y las plazas de villas y ciudades en procesión solemne el cuerpo de Cristo.

El Corpus se celebra 60 días después del Domingo de Resurrección, el jueves posterior al noveno domingo siguiente a la primera luna llena de primavera del hemisferio norte. Por la adaptación civil, la fiesta se ha solido trasladar en casi toda España al domingo, pero la tradición sigue recordando el jueves como el día de la festividad: «Hay tres jueves en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y Ascensión».

La procesión se pasea sobre alfombras tejidas con flores de mil colores, salpicadas de hierbas aromáticas y rematadas con cenefas finísimas y de muy difícil factura. Las casas se adornan con altares, exornados con macetas, colchas, manteles y banderas, en los que pueda reposar la custodia que, bajo palio, el sacerdote lleva la sagrada hostia.

En algunos pueblos, también tallan flores de saúco al mediodía y las encierran en una botella que tapan bien y sotierran. No las desentierran hasta el mismo día del Corpus del año siguiente, cuando confeccionan con ellas un bálsamo que utilizan como remedio para curar cualquier herida.

Las autoridades eclesiásticas han prohibido repetidamente a los fieles llevar disfraces en las procesiones. Por ese motivo, algunas cofradías organizaban bailes y mascaradas en las que figuraban, en primer término, los cocos, gigantes en caricatura. En la mascarada de Santiago de Compostela, las mujeres iban bailando detrás de las penliñas -niñas lujosamente ataviadas-, ejecutando movimientos y contorsiones dramáticas. Como en todas las fiestas de primavera, en las procesiones del Corpus siempre hubo muchos elementos que recuerdan lo que ocurre en el Carnaval.

A lo largo de la geografía española hay distintas formas de celebrar esta festividad. Por ejemplo, en Benavente (Zamora), toros enmaromados recorren varios días las calles de la villa. En La Patum de Berga (Barcelona), todo un bestiario invade las calles del pueblo, causando gran alboroto entre los habitantes y los turistas llegados de todas partes para la ocasión.

Siguiendo la tradición, en la procesión de Allariz (Orense) iba delante un toro amarrado con una cuerda de la que tiraban unos cuantos hombres forzudos. La leyenda dice que Xan de Arzúa, caballero cristiano y rico, viendo que los judíos se burlaban de los cristianos el día del Corpus, ordenó a sus criados que ataran un toro y lo llevasen por las calles por las que iba a pasar la procesión para embestir a los judíos. Otra versión dice que un día Xan de Arzua llegó ante los muros de la ciudad y, al tropezarse con un bando que prohibía a los forasteros atravesar sus calles a lomos de su caballo, echó pie a tierra y montó un toro.

Los gallegos cuentan que la coca, presente en muchas procesiones del Corpus, es un monstruo gigantesco que hace muchos años, vivía en alguna de sus rías y tenía atemorizada a toda la región, pues, de cuando en cuando, salía del agua y raptaba a alguna moza. Un día, los hombres de Redondela, llenos de pánico y de rabia, se armaron de coraje, salieron a su encuentro y, después de luchar a brazo partido varios días contra él, lo vencieron como San Jorge había vencido al dragón que habitaba en un lago y cada vez que salía del agua se llevaba una doncella. En lugares del interior y secos, los habitantes luchan por liberarse de la reina Loba, una mora, que los tiene sometidos y vive de expoliarlos.

La coca, la reina Loba y otros monstruos simbolizan lo precristiano, lo pagano. Los mozos, todos los habitantes del lugar o San Jorge representan las fuerzas nuevas que vencen lo antiguo y lo anticristiano. Cristo, presente en la sagrada hostia, lo vence todo y todo ha de obedecerle.

Historiadores de las religiones han encontrado precedentes de la Eucaristía en los cultos de los misterios de Grecia y del antiguo Egipto y hasta en las hecatombes de las que ya dan buena cuenta los relatos homéricos. En los banquetes báquicos, los devotos alcanzaban la liberación prometida, tanto hombres como mujeres, mediante el éxtasis provocado por la música y el vino. Los asistentes a los banquetes celebrados en los cultos en honor de Mitra alcanzaban la inmortalidad al consumir pan y vino y, probablemente, la sangre del toro, sacrificado a tal ocasión, para asimilar su esencia vital.

El hecho de que el calendario litúrgico haya aprovechado fechas importantes de otras culturas para celebrar sus fiestas y de que haya ciertos parecidos entre ritos cristianos y ritos anteriores no va en detrimento de la originalidad del mensaje cristiano. El Corpus es la exaltación de la presencia real de Cristo en el sacramento de la Eucaristía, instituida por Jesús el Jueves Santo.

Gracias a la transustanciación operada en el momento de la consagración de la misa, los cristianos están convencidos de que, al recibir la Comunión, comen el cuerpo de Cristo y beben su sangre.

Manuel Mandianes, antropólogo del CSIC. Su último libro es Raposiño e o cego, de Limaía Productions.