Pasar a la Historia

El adelanto de las elecciones generales a la canícula de julio producirá un voto acalorado. Con su decisión, Pedro Sánchez ha descolocado a sus socios de coalición y ha introducido disciplina, aplausos y sudores fríos entre sus parlamentarios por la incertidumbre de su escaño. Esa es solo una parte de la jugada. La sorpresa ha tapado en la opinión pública su derrota en las urnas. Pero acaso el votante no ceda ante este manejo. Un golpe de calor en julio puede intensificar su deseo de despedir a Pedro Sánchez con viento fresco para que pase ya a la Historia.

Para ello no es preciso pedir la «derogación del sanchismo», expresión desafortunada. No creo que este Gobierno, en funciones o defunciones, sea el peor de la historia. Que no está entre los mejores es seguro. No obstante, parte de su acción en igualdad, salarios o relaciones laborales merece permanecer. En otros campos como Justicia, respeto al Derecho o memoria histórica le cuadra un buen suspenso.

Pasar a la Historia
Sean Mckaoui

No preveo que el votante de julio vaya a hacer un detenido examen de la obra del Gobierno. Se planteará algo más sencillo: ¿es mejor repetir más años con Pedro Sánchez o probar con Núñez Feijóo? O sea: un plebiscito entre dos personas.

Puede haber muy diversas perspectivas que inclinen la balanza a un lado u otro. Pero hay un asunto muy preocupante para todos los españoles bien nacidos: la integridad de su país.

Ese es el criterio decisivo para retirar la confianza a Pedro Sánchez: su fracaso ante el independentismo. Después de haber prometido cosas muy contradictorias, optó por una política de suavidad con los separatistas a base de reverencias, acatamientos y sumisiones. Sus actos fueron claros:

-Indultó a los condenados por sedición, para que pisaran lo menos posible la cárcel. Les facilitó un tercer grado rápido (semilibertad) administrado en Cataluña por los propios independentistas. No importó que los indultados gritaran: «Ho tornarem a fer» indicando que volverían a las andadas.

-Eliminó el delito de sedición, sustituido por una infracción penal más suave ante declaraciones futuras de independencia. La despenalización tuvo el efecto inmediato de la amnistía parcial a los condenados. Subyacía la idea de que habían sido castigados con excesiva severidad.

-Cesó de modo ilegal al coronel de la Guardia Civil que, cumpliendo órdenes, había asumido la delicada tarea de oponerse a la independencia declarada. Esto pareció a muchos una ignominia.

-Dio a entender que el prófugo Puigdemont podía pasearse por Europa sin problemas; que no urgía ponerle a disposición de la justicia española.

Estos pasos escocieron y radicalizaron a muchos. Fueron preparados con disimulo, a cencerros tapados, en conciliábulos secretos con los independentistas de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), que premiarían al Gobierno con sus votos

Hasta aquí lo sucedido. Y ahora viene un juicio sobre ello: yo no pongo en duda que detrás de estas acciones hubo un diseño de arreglo o amortiguación del conflicto. No lo niego. Afirmo sólo que ese propósito fracasó sin paliativos. Si hubiera ido bien, la operación merecería aplauso. Pero no ha sido así. Las últimas elecciones lo demostraron.

Se guardaban todavía en la manga un referéndum de autodeterminación. No lo han podido sacar. Sabían de sobra que la Constitución veda esa vía y habría que modificarla antes votando todos los españoles. No se han atrevido a tanto, pero sí a negarles el derecho de autodeterminación a los saharauis, que lo tienen reconocido por España y la ONU. En esto se plegaron al trumpismo. «Cuando pitos, flautas; cuando flautas, pitos», que escribiera Góngora.

La idea del referéndum quedó oculta bajo mesa, como antes el indulto, la supresión de la sedición, etc. Es expresivo lo declarado por el independentista Oriol Junqueras cuando en abril pasado se mostró convencido de que los republicanos arrancarían del PSOE que aceptara un referéndum en Cataluña «aunque ahora jure y perjure lo contrario»: «Estamos acostumbrados a que el PSOE jure y perjure que las cosas no pasarán... Todos sabemos que el PSOE no quiere negociar... Pero a pesar de no querer negociar, tuvo que aceptar que hubiera una mesa de negociación, los indultos, una reforma del Código Penal o que tres exiliados hayan vuelto».

Eso pasó. Este era el plan, que la voluntad popular última frustró en las urnas.

Los socialistas del PSC no tuvieron el éxito electoral esperado en Cataluña. La mejor prueba está en Barcelona: Allí ganó la lista de los «burgesos oprimits» de Junts per Catalunya, desbordando a ERC, que perdió unos 300.000 votos. Los de ERC terminaron en brazos de Junts, con tal de alcanzar la Alcaldía para otro independentista. La política obsequiosa de Pedro Sánchez no había servido para nada.

Los socialistas en el resto de España sufrieron el enorme costalazo bien conocido. Todos los cercanos a Sánchez salieron trasquilados, menos Bildu, que llegó a inquietar al PNV con éxitos como en Vitoria. Emiliano García-Page en Castilla-La Mancha fue el único socialista triunfador, porque afirmó que él con Bildu no iba «ni a la vuelta a la esquina». Eso mismo piensan muchos socialistas -no solo Alfonso Guerra- y la inmensa mayoría de los españoles.

La coalición de Sánchez abocó a un gran fracaso. Su dimisión habría sido normal para abrir paso a otro candidato socialista, acaso con congreso previo. El pueblo ya había hablado. No hacía falta más.

La coalición precipitada de Sánchez e Iglesias no sirvió ni puede valer para el futuro. Es una coalición divisiva. Coaligar es unir; es juntar; no es romper ni desunir. Esta coalición agrava nuestra secular invertebración. No produce rassemblement, que dicen los franceses, sino que acentúa las fracturas. Mejor sería acercarnos a los modelos de gran coalición o cohabitación practicados en Alemania o Francia, que aíslan a la extrema derecha e integran a los moderados. Algunos socialistas destacados ya han pedido que el PSOE recupere la centralidad para que no dependa de «populistas y extremistas». Cabe añadir: y que tampoco arroje al PP a los brazos de Vox.

Hoy persisten entre nosotros conflictos muy graves. Está abierta la incógnita de la supervivencia de España como sujeto político soberano. Se anuncia para las generales adelantadas un frente electoral independentista catalán. Subsiste en Ucrania una guerra prolongada con riesgo nuclear. Sufrimos una situación económica difícil, alta inflación, gran déficit y enorme paro. Para afrontar todo esto se requieren consensos amplios. No vale enfrentar a la mitad del país con la otra. No es cierto que a la diestra del PSOE solo haya «derecha extrema y extrema derecha». Es falso. Barcelona ha mostrado que el PP ha tenido que apoyar a los socialistas catalanes para evitar lo peor. Han dado pruebas de sentido de Estado. Sánchez debería rendirse a la evidencia de su error.

Las generales del 23 de julio son decisivas para España porque pueden suponer una invitación a que Pedro Sánchez pase a la Historia y entren otros españoles más conciliadores como responsables de nuestro futuro.

Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona fue ministro con Adolfo Suárez y Calvo Sotelo. Su última obra es 'El Grupo Tácito, un precursor del centrismo de UCD' (2023).

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