Pase lo que pase, más Europa

Pase lo que pase, los europeos asistimos hoy a algo más que un referéndum sobre la pertenencia del Reino Unido a la Unión Europea. Nos asomaremos a nuestro particular Rubicón: uno de esos parteaguas históricos donde se juega no solo el devenir de un gran país, sino también el de un proyecto de integración sin precedentes. Por eso, suceda lo que suceda —y todo apunta a un resultado ajustado a la décima— nuestra apuesta solo puede ser una: más Europa. En las líneas que siguen quiero explicar por qué.

En el caso de triunfar un voto contrario a la Unión, se abrirá, previsiblemente, una etapa de incertidumbre. Tendremos que trabajar para encontrar un nuevo marco de relaciones, mutuamente beneficioso, entre la UE y el Reino Unido. No será fácil, porque Londres habrá perdido su acceso pleno al mercado interior y su asiento en un “club” como el europeo, clave para entender la gobernanza global. Su peso económico y político se resentirá.

Pero incluso en el caso de salir —como espero— derrotado, el Brexit dejaría heridas: el debate ha azuzado el euroescepticismo y dado alas a movimientos nacionalistas y antieuropeos. Si queremos recomponer nuestra narrativa, tendremos que hacerlo a partir de un mensaje de compromiso con la construcción europea. Porque esa es la única senda capaz de asegurarnos seguridad, estabilidad y prosperidad. Y porque otras sendas, transitadas a lo largo de nuestra historia, ya sabemos adónde conducen.

Esa apuesta renovada por Europa debe ser, además, una apuesta autocrítica. En los últimos años, la UE ha enfrentado tensiones y desafíos para los que no estaba diseñada. A menudo la respuesta de las instituciones ha sido lenta e insuficiente. Ha generado incomprensión y frustraciones, y suscitado dudas acerca de la vigencia de sus valores fundacionales. Por eso una Europa más integrada debe ser, también, una Europa más atenta a la ciudadanía y mejor preparada para los desafíos de la globalización. Esa Europa más fuerte tiene ante sí dos retos esenciales:

En primer lugar, tenemos que seguir trabajando en la construcción de una auténtica Unión Económica y Monetaria. Es un momento idóneo para reanudar los debates sobre el informe Realizar la Unión Económica y Monetaria Europea de junio de 2015, con medidas para completar la Unión Económica y Monetaria antes de 2025. Ese informe proponía avanzar en cuatro frentes: una Unión Económica donde los Estados converjan hacia unas características estructurales similares; una Unión Financiera que vele por la integridad del euro y aumente el reparto de riesgos con el sector privado, completando la Unión Bancaria y acelerando la Unión de Mercados de Capitales; una Unión Presupuestaria que proporcione sostenibilidad presupuestaria; y una Unión Política que refuerce el control democrático y la legitimidad de las instituciones. Todo ello, con el horizonte de una Unión Fiscal plena, con una autoridad única y un presupuesto.

En segundo lugar, hay que profundizar en dar soluciones a la crisis migratoria. El tema ha sido empleado como arma arrojadiza por movimientos populistas, euroescépticos y xenófobos, en una estrategia del odio cuya sima se alcanzó la semana pasada, con el asesinato de Jo Cox. En los últimos meses se han adoptado decisiones para aliviar la situación de los Estados miembros más expuestos a la afluencia masiva de inmigrantes. Este enfoque, guiado por la inmediatez, ha generado divisiones y crispación. De nuestra propia experiencia en la gestión de flujos migratorios, los españoles hemos aprendido —y es lo que defendemos en Bruselas— que no es posible afrontar este reto sin un enfoque integral, que beneficie a los países de origen, de tránsito y de destino.

Ese espíritu es el que alienta la comunicación de la Comisión del 7 de junio. El documento propone una especie de Plan Marshall de 62.000 millones para el establecimiento de cauces para la migración legal, con el objetivo de luchar contra las mafias de tráfico de personas y contribuir al desarrollo de las sociedades de origen.

En definitiva, debemos leer este referéndum como una oportunidad de hacer más y mejor Europa. Para aprender de nuestros fallos y caminar hacia esos “Estados Unidos de Europa” que estaban ya en la visión de los Padres fundadores. Una Unión más cercana, más capaz de sacar partido al mercado interior y más activa en la solución de los desafíos globales. Así que, pase lo que pase, tengamos confianza: la mejor Europa es la que aún está por llegar.

José Manuel García-Margallo es ministro de Asuntos Exteriores de España en funciones.

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