Pasiones, premios y medallas

La historia de la ciencia, como actividad humana que es, no está exenta de pasiones, intereses y traiciones, sino todo lo contrario. Este año, la concesión del Premio Nobel de Fisiología y Medicina ha querido dejarlo claro excluyendo a Robert Gallo del anhelado galardón y concediéndolo a Françoise Barré-Sinoussi y a Luc Montagnier, en reconocimiento por su descubrimiento del virus que causa el sida.

La historia se remonta a 1983, dos años después de la descripción de los primeros casos de sida y cuando, pese a que los datos epidemiológicos sugerían que esta enfermedad podría estar producida por un virus que se transmitiera de forma similar al de la hepatitis B, no había ningún indicio sobre cuál podría ser el agente causal. Françoise Barré-Sinoussi, trabajando en el equipo de Luc Montagnier en el Institute Pasteur de París, aisló un virus en material procedente de algunos pacientes con sida, que asociaron a una linfadenopatía y al que llamó LAV.

Al año siguiente, Robert Gallo en los National Institutes of Health (NIH) de Bethesda, describió un retrovirus al que denominó HTLV-III, y afirmó que era la causa del sida. Los dos virus resultaron ser el mismo agente y, como el laboratorio francés había compartido material biológico con LAV con varios laboratorios internacionales, Montagnier acusó a Gallo de haber utilizado el mismo virus que él había descubierto. Este hecho, que años después --al poder demostrar la similitud genética de ambos virus-- provocó la salida de Gallo de los NIH, tensó la polémica sobre el descubrimiento del virus desde sus inicios.

Pero la polémica no solo estaba relacionada con los egos, que eran grandes, sino también con los beneficios de las patentes sobre las pruebas diagnósticas que se derivaron del descubrimiento, que eran todavía mayores. Las dudas sobre si el equipo de Gallo había incurrido en una mala praxis, tanto dentro como fuera de los NIH, generó todo tipo de especulaciones y acusaciones --unas, como siempre, peor intencionadas que otras-- y los dos investigadores dedicaron ingentes cantidades de tiempo (y dinero) a explicar su versión de los hechos. El tira y afloja se arregló aparentemente en 1987 con una declaración conjunta en la que se revisaban las aportaciones científicas de ambos grupos y donde se explicitaba la voluntad de colaboración entre estos. Los gobiernos de Francia y Estados Unidos acordaron repartir al 50% los beneficios económicos derivados de las patentes, y tanto Gallo como Montagnier fueron considerados formalmente codescubridores del virus que causa el sida, denominado a partir de 1986 virus de la inmunodeficiencia humana (VIH).

Los premios y medallas pretenden ser un reconocimiento a actos o trayectorias que se consideran modélicas en el marco de valores de la institución que los concede. Los ejércitos ponen condecoraciones, la Iglesia católica proclama santos y en el mundo del deporte se dan medallas y copas de metales diversos. Aunque los premios, pese a que pueden recaer en personas que se los merecen, nunca son del todo justos, porque borran matices de las historias. Las luchas, los méritos, las malas pasadas, los descréditos --merecidos o no-- y las motivaciones más íntimas --a veces inconfesables-- desaparecen en el momento de poner la medalla. Parece que la historia se reduce a un fenómeno binario: haber recibido el premio o no haberlo recibido. Y, evidentemente, como a menudo demuestra el conocimiento, las cosas pocas veces son en blanco o negro.

Robert Gallo y su equipo aislaron y describieron los dos primeros retrovirus humanos, el HTLV-I y el HTLV-II, en el año 1981 y 1982, respectivamente, los dos asociados con cierto tipo de leucemias. Sus investigaciones en el campo de la retrovirología y el cáncer son referentes y piezas imprescindibles para la posterior identificación y comprensión del VIH. Su carrera es brillante y llena de reconocimientos académicos, pero Gallo, cuando estaba muy cerca de alcanzar su objetivo más deseado --identificar el tercer retrovirus humano y la causa del sida--, sucumbió al canto de las sirenas y el afán investigador o el anhelo de gloria se impusieron a la siempre difícil humildad. En este caso, la de aceptar que alguien había llegado antes.

Si hubiera respetado ese principio, teniendo en cuenta sus capitales aportaciones a la virología humana antes y después del aislamiento del VIH, quizá ahora los galardones serían tres, y este Premio Nobel sería un poco más justo. Lástima.

Tras recibir el premio, Luc Montagnier ha declarado que Robert Gallo se lo merecía tanto como él, y su mejor enemigo, en una escueta nota de premsa, ha agradecido el gesto. Las pasiones, más o menos soterradas, seguirán su curso, pero, como bien sabía William Shakespeare, no resistirán el paso de los días: "Pero el tiempo pasa cuentas ... estropea decretos reales, oscurece la belleza, despunta ávidos intentos, doblega a los fuertes al curso mudable y falso".

Afortunadamente, la ciencia va más allá de las personas y de los premios y, pese a que la solución a la pandemia del sida todavía está lejos, el descubrimiento del VIH y sus consecuencias científicas han marcado ya un hito en la historia de la biomedicina.

Jordi Casabona, médico epidemiólogo. Fundació Sida i Societat.