¿Paso atrás y adelante?

La reunión en Nueva York del presidente Barack Obama con el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y el presidente palestino Mahmud Abbas dio un resultado, por lo menos, ambiguo, si no negativo, y un primer triunfo para Israel. Las perspectivas son regresar a largas negociaciones que pueden conducir a mantener la ocupación de Israel en Palestina.

Luego de cuatro meses de presionar a Israel para que congele la construcción de asentamientos ilegales en Cisjordania, la Casa Blanca ha cedido y pondrá menos presión sobre ese tema. La resistencia de Netanyahu fue consistente y ha logrado, antes de que Washington amenazara con reducir ayudas económicas o militares a Israel, que la cuestión de los asentamientos pase a un segundo plano.

La presión sobre los palestinos para alcanzar un gobierno de unidad entre Fatah y Hamás tampoco ha tenido resultados. El presidente Abbas no puede mostrar la congelación de los asentamientos como un éxito de su moderación al tiempo que Hamás indica que precisamente la falta de voluntad negociadora de Israel confirmaría su posición más radical. El presidente Obama saludó y subrayó en la reunión de Nueva York que Israel ha levantado algunas restricciones al movimiento de los palestinos en Cisjordania, pero esto no es suficiente para el gobierno de Abbas ni para Hamás.

El enviado especial para Oriente Medio, George Mitchell, declaró en Nueva York que el objetivo del Gobierno de Obama es «relanzar una negociación sustancial para alcanzar un estatus final y en un contexto que ofrezca una perspectiva de éxito». El Senador indicó, refiriéndose a la congelación de los asentamientos, que «nunca hemos identificado los pasos requeridos como fines en sí mismos». Por su parte, el presidente Obama dijo que hay que iniciar negociaciones sobre ese estatus permanente «y se deben iniciar pronto».

Esta relativización sobre los asentamientos contrasta con una consistente presión durante meses. Al haber puesto tanto esfuerzo en ese tema, Obama ha perdido la primera vuelta frente a Netanyahu y, quizá más grave aún, pierde parte de la credibilidad ganada ante el mundo árabe en su discurso de El Cairo el 4 de junio. El rechazo de la embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Susan Rice, del informe que la semana pasada presentó la misión de esta organización sobre el conflicto de Gaza (2008-2009) ha fortalecido también la posición israelí.

Por otro lado, Obama, Mitchell y la secretaria de Estado Hillary Clinton han insistido desde junio en que los Estados árabes deben estar dispuestos a reconocer el Estado de Israel y a dar pasos para estrechar vínculos económicos y políticos con Tel Aviv. En todas las capitales árabes, incluyendo las más cercanas a Israel, como Amman y El Cairo, se ha insistido en que la congelación de los asentamientos sería un paso que permitiría un cambio diplomático. Al ceder, Estados Unidos desalienta cualquier modificación en la diplomacia árabe.

Ante la firmeza de Netanyahu, y la debilidad de Washington, Obama ha tratado de hacerse fuerte en la impaciencia y dijo en Nueva York que quiere pasar directamente a «claros términos de referencia para una negociación». Esto no es un problema para Israel, que puede entrar en negociaciones una vez más, como ocurrió en Camp David en 2000 y en Annapolis en 2007. O sea, que se reiniciarán rondas sobre asentamientos, retorno de los refugiados, estatus de Jerusalén y seguridad para las dos partes, y otras cuestiones como acceso a las fuentes de agua, que se han discutido una y otra vez durante 40 años, con el objetivo de no llegar a ningún sitio.

Obama tiene, implícitamente, razón en que todo está discutido y ahora es preciso dar un salto hacia un acuerdo final, pero eso es precisamente lo que Israel no quiere. Y la cuestión es que Israel ha salido de estos cuatro meses de presión más fortalecida para negociar todo para que nada cambie. Los palestinos tienen menos estímulos para tener un gobierno de unidad, y otros actores como la Liga Arabe, Europa y Naciones Unidas están en los márgenes de la tensión diplomática entre Estados Unidos, Israel y Palestina.

Mariano Aguirre, director del Norwegian Peacebuilding Centro (NOREF), Oslo.