Pateras y cayucos

Por Manuel Aznar, miembro correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación (LA VANGUARDIA, 03/09/06):

El peliagudo problema de los flujos migratorios de carácter irregular por vía marítima estuvo marcado durante el mes de julio por el rescate, por parte del pesquero Francisco y Catalina,de cincuenta y una personas, que navegaban a la deriva en una patera en aguas del Mediterráneo. Resuelto el asunto tras una semana de incertidumbre, a causa, primordialmente, de la penosa actuación de los servicios de salvamento marítimo de la zona y de las autoridades maltesas, el mes de agosto ha visto como se incrementaban de forma exponencial los desembarcos clandestinos en las islas Canarias. El foco de la atención se ha desplazado, por tanto, hacia las aguas atlánticas. Sería un error, sin embargo, considerar aisladamente ambos escenarios, el mediterráneo y el atlántico, puesto que se encuentran claramente relacionados.

En efecto, no parece ofrecer dudas la interdependencia de los flujos migratorios clandestinos por vía marítima hacia los países del sur de Europa.

Esta vinculación se manifiesta en un fenómeno que resulta cada vez más patente: el aumento del control en uno de los puntos sensibles y la consiguiente disminución de los flujos irregulares produce el efecto de incrementarlos en otros lugares. En concreto, cuando se acentúa la vigilancia en el Estrecho, en Ceuta y en Melilla la presión migratoria se desplaza ya hacia sur, buscando desde Mauritania y Senegal las islas Canarias, ya hacia el este, creciendo la utilización de las costas de Túnez y de Libia para alcanzar Sicilia o las islas de Lampedusa, Pantelleria y Malta.

La dramática situación en la ruta atlántica ha sido ilustrada con creces durante el mes de agosto. No es menester, por tanto, insistir en ello. Las rutas del canal de Sicilia y del Mediterráneo oriental, en cambio, al no afectarnos directamente, son quizá más desconocidas en nuestro país, pero las dimensiones del problema no van ciertamente a la zaga.

En tal sentido, a finales de julio el Gobierno griego indicaba que cada semana llegaban 500 inmigrantes irregulares por vía marítima y el Gobierno de Malta llamaba la atención sobre el rápido crecimiento del fenómeno y su impotencia para hacerle frente en solitario. En cuanto a Italia, las cifras disponibles indican que en el año 2005 desembarcaron en Sicilia - incluidas las islas menores de Lampedusa y Pantelleria- alrededor de 23.000 personas, cuando en el año 2004 habían sido poco más de 13.500. Las autoridades italianas han conseguido reducir a la mínima expresión el uso de la ruta adriática, así como los flujos provenientes de Turquía en las carretas del mar y han estrangulado en el canal de Suez, gracias a la colaboración egipcia, los viajes clandestinos desde Sri Lanka, pero no logran taponar la brecha de las rutas que tienen su origen en Libia y en Túnez. Por la primera llegan oleadas que proceden primordialmente de Egipto, del Cuerno de África y de Asia; la segunda es utilizada por magrebíes y subsaharianos, habiéndose registrado, como consecuencia del bloqueo del Estrecho, un notable incremento de personas que han transitado por Marruecos. Los centros sicilianos de acogida se ven permanentemente desbordados y, al igual que en España, los recién llegados deben ser evacuados al territorio peninsular. Además, el fenómeno de los menores no acompañados lleva produciéndose en Italia desde hace años y colapsa permanentemente los centros destinados a su atención.

Así las cosas, ¿qué puede suceder en el futuro? Partiendo de la hipótesis del mantenimiento de la actual situación en el Estrecho y si la colaboración de Mauritania y Senegal diera resultados positivos, podríamos acaso asistir, dada la interdependencia comentada, a un aumento de la presión en las rutas del centro y del este del Mediterráneo, aunque también cabe preguntarse hasta dónde estarían dispuestos quienes se lucran con este incalificable negocio a retranquear, a lo largo de la costa africana, las bases de partida de los viajes hacia Canarias, y si reaparecerían las carretas del mar,cuando se rebasara una determinada distancia, insalvable en patera.

Dada la interdependencia comentada, tienen razón quienes reclaman una implicación más decidida del conjunto de la Unión Europea para encontrar soluciones a un problema que, de todas formas y sin olvidar por ello los dramas humanos que produce, es menester colocar en sus justos términos, pues no es el mar el principal camino de la inmigración irregular. Así, estudios italianos, llevados a cabo sobre datos de la regularización del año 2003, han señalado que las personas llegadas clandestinamente por mar representaban tan sólo un 10% del total de los inmigrantes irregulares.

De otra parte, la urgencia de solucionar la delicada situación que se está viviendo en las islas Canarias no debería ir en detrimento de una respuesta a medio y largo plazo, en la que debería prestarse más atención a los aspectos preventivos. Entre ellos, parece conveniente poner un mayor acento en la relación entre las políticas de cooperación internacional y de inmigración, que quizá no se encuentren aún perfectamente coordinadas. Desde esta perspectiva, sería preciso sacar las consecuencias de la consideración de la cooperación como una de las tres patas de la política de inmigración, junto al control de flujos y a la integración social.

En este complicado asunto no hay, desde luego, fórmulas mágicas, pero una combinación de estos tres elementos podría, si no erradicar, al menos reducir las dimensiones de la tragedia de las pateras y los cayucos, y salir al paso, en general, de otros aspectos menos visibles, pero igualmente negativos, de un fenómeno, como el migratorio que, amén de necesario, puede ser positivo, en términos globales, para nuestra envejecida sociedad.