¿Patología social o personal?

La persona workahólica (trabajohólica)hace del trabajo el eje y el sentido de una vida definida por largas jornadas y semanas laborales, y marcada por el síndrome de abstinencia vacacional, la aversión al tiempo libre y la colonización laboral de los temas de conversación de calle, de mesa y de cama. El workaholics,descubierto en los setenta, encarna al protagonista de una especie de moda neomoderna (como la de ir al trabajo en monopatín o en vaqueros) y al tiempo de una epidemia posmoderna, el work-alcoholics,cuyo virus propaga la adicción al trabajo y la dependencia de éste. Considerado un factor de riesgo para la salud, el trabajoholismo suele conllevar desgaste físico y psicológico, deterioro de las relaciones de pareja, familiares y sociales, malestar personal y, además, paradójicamente, un rendimiento laboral deficitario.

Como ocurre con otras problemáticas psicosociales relacionadas con el trabajo, la solución suele apuntar hacia tres factores: la propia persona (demandas internas de una personalidad laboralmente compulsiva), su ambiente laboral (modelo de organización del trabajo que presiona al personal a rendir más, mejor, más rápido y más barato) y la interacción entre una y otro (persona que se mueve por el capitalismo flexible como pez en el agua y cuyo perfil es objeto de deseo de todo departamento de recursos humanos que se mueva en la onda del new management).

Workaholics connota convencionalmente psicopatología individual. Es por ello que Workaholics Anonymous, una ONG, trata de ofrecer soluciones mediante programas de rehabilitación psicológica basados principalmente en modelos de autoayuda, que suelen combinar elementos de abstinencia radical (inspirados en determinados programas de tratamiento del alcoholismo y de otras drogadicciones) con tácticas de moderación progresiva de ciertos repertorios de conducta compulsiva (por analogía con algunas estrategias de lucha contra el tabaquismo), aprendizaje del control de situaciones predisponentes, precipitantes o facilitadoras del abuso del trabajo y gestión de una agenda que incluye bloques importantes de espacio-tiempo centrados en actividades no laborales. Tal enfoque esquiva la cuestión acerca de si la conducta trabajohólica es la puesta en escena de una personalidad trabajoholizada,un reflejo de la cultura de una organización trabajoholizadora o el producto de un feliz encuentro contemporáneo entre el management flexibilizador y el personal flexibilizado.

La borrosidad de las fronteras entre la acción motivada por una compulsión psicológica al trabajo y la que responde a una imposición organizacional de trabajar extensa e intensamente no sólo genera ambigüedad diagnóstica, sino que además determina que la conducta trabajohólica resulte difícilmente visualizable como psicológica o socialmente problemática. A esta invisibilidad relativa contribuye poderosamente el hecho de que la adicción al trabajo, a diferencia del abuso de otras drogas, aparece como políticamente correcta, respetable e incluso admirable, al encajar con las cualidades exaltadas por la modernidad industrial como virtudes cardinales de la moral del trabajo y también con las exigencias del principio de realidad laboral impuesto por el nuevo capitalismo flexible.

Por una parte, la persona trabajohólica hace del trabajo el centro de su vida, sabiendo que esto no es sólo una característica de determinadas personalidades, sino también un hecho estadístico, una norma social, un imperativo moral y también un valor transideológico, con el que han llegado a comulgar liberales, conservadores y socialistas, fascistas, comunistas y anarquistas, católicos, protestantes y judíos, europeos, africanos, americanos y asiáticos. Un valor que genera más acuerdo universal que los derechos humanos, la democracia, el pluralismo, la tolerancia, el amor libre o la igualdad de sexos. Además, el perfil workahólico (esfuerzo, constancia, disciplina, responsabilidad, iniciativa, compromiso, implicación, competencia, autoexigencia, perfeccionismo, obsesión por la excelencia, etcétera) equivale al del profesional que no necesita doparse para rendir a tope. La ética workahólica se ubica en las antípodas de la de la pereza, la holgazanería y la ociosidad, rasgos morales que la modernidad ha venido estigmatizando como conductas moralmente viciosas, espiritualmente pecaminosas, económicamente perversas, socialmente parasitarias y políticamente incorrectas.

Por otra, la persona trabajohólica representa el tipo ideal del personal flexibilizado que demanda la organización diseñada por el new management.Es mucha casualidad que la moda de emborracharse de trabajo encuentre eco en la sociedad precisamente donde y cuando el empleo estable y de calidad deja de ser la fuente universal de salario económico, ciudadanía social, estructuración psicológica, cohesión sociopolítica, integración cultural, identidad personal y sentido de la vida individual. Cuando el empleo deja de ser algo como el agua - un bien que fue universal, bueno, bonito y barato- y se convierte en algo como el vino, que ha devenido casi un lujo reservado para una minoría selecta.

Lo que salta a la vista es la emergencia sincrónica de la oferta psicopatológica del trabajoholismo y de la demanda por el mercado de trabajo de personal trabajohólico, dispuesto a trabajar más por menos, en un contexto donde las tecnologías de información y comunicación facilitan trabajar extensa e intensamente y en que el capital global puede cambiar de aires con la misma facilidad con que cambia de ánimo, de socio o de subcontratas, para emigrar siempre en busca de más atractivos y exóticos paraísos laborales y fiscales.

Este desarrollo paralelo ¿es casual o causal? El workaholics ¿es básicamente el síntoma de un trastorno individual o de una patología social? Uno tiende a pensar que las manifestaciones de sobretrabajo e hipertrabajo explicables por una perversidad del sistema no tienen por qué ser explicadas en términos de perversión personal.

Josep M. Blanch Ribas, catedrático de Psicología Social Aplicada, Universitat Autònoma de Barcelona.