Patriotismo gratis total

Nueva York, 26 de agosto del 2008. Bradford, productor de webs, se sienta con un amigo en el Yankee Stadium de Nueva York (la Capilla Sixtina del béisbol) y presencia el encuentro con los Red Socks de Boston. En la séptima carrera, tras los correspondientes cacahuetes y dos latas de cerveza, le entran ganas de ir al baño. Normal, pero grave error. Un policía le bloquea el paso y, ante su insistencia fisiológica, otro uniformado llega en auxilio del primero. Agarrado por los brazos, Bradford es lanzado literalmente del estadio al grito, por lo que se ve universal, de «vete de este país si no te gusta».

¿Qué motivó la actuación policial? Pues que en ese descanso, sonaba God bless America (Dios bendiga a América), himno patriótico, fruto de la inspiración del gran Irving Berlin. La política de los Yankees de Nueva York es, tras el 11-S, cuando suena ese himno, no permitir que la gente se mueva de sus asientos. Además, los policías actuantes son policías francos de servicio, pero con su uniforme y plena dotación armamentística reglamentaria, alquilados en virtud de un convenio (paid retail) que permite un sobresueldo a los agentes del orden. Cosas de las compatibilidades transatlánticas.

Otra vez Nueva York, 7 de julio del 2009. El Juzgado Federal del Sur de Nueva York, en virtud de un proceso de protección de las libertades civiles, acepta un acuerdo entre Bradford, por un lado, y la sociedad propietaria de los Yankees, la Ciudad de Nueva York, su jefe de policía y los celosos agentes, por otro. Con los Yankees se estipula que durante los partidos no establecerán medidas restrictivas de movimiento de los espectadores cuando suene el Good bless America diferentes a las que rijan con carácter general para el resto del encuentro. Con la policía el trato es que pagará 10.001 dólares como indemnización, más otros 12.000 de costas; ambas cantidades las percibirá la entidad defensora de Bradford, la New York Civil Liberties Union.
Mestalla, 13 de mayo del 2009. Final de la Copa del Rey de fútbol. A la entrada del Rey y otras personalidades en el estadio, así como durante la ejecución del himno español, aquellas y este recibieron una sonora pitada de una parte significativa del público.
Madrid, 15 de julio del 2009. En un escueto y contundente auto, el Juzgado Central de Instrucción número 1 no admite a trámite la querella interpuesta por la Fundación Denaes (Fundación para la Defensa de la Nación Española) por los delitos de injurias al Rey, apología del odio nacional o ultrajes a España.

El juez, siguiendo el dictamen del ministerio fiscal, se niega a abrir diligencia penales, pues considera que los hechos descritos en la querella no son punibles al estar amparados por la libertad de expresión. No consta que se haya identificado a persona física alguna ni que, por tanto, haya habido más actuaciones que la remisión de la querella a la Fiscalía para su estudio y posterior auto de inadmisión.
Ambos hechos, separados en el tiempo y en el espacio, tienen una significativa connotación y una notoria diferencia. La connotación es obvia: el patriotismo, como el amor del odio, está separado del patrioterismo por una tenue línea. El amor a la patria, incluso cuando es real, si no se encauza, puede llegar a extremos grotescos, cuando no trágicos.

Pero esos graves extremos afortunadamente ya no aparecen en nuestro horizonte. Ahí, pues, la coincidencia: el celo patriótico es incontenible y ni la fisiología ni los derechos fundamentales forman parte del acervo patriótico; o lo que es lo mismo, ni la salud ni la libertad de expresión son patrióticos. Ya sabe el lector: si esto no le gusta, váyase o hágaselo encima y en silencio.
La segunda diferencia es notable. Según la concepción norteamericana, salvo el Manhattan Transfer, nada es gratis, y menos la salud –preguntar a Barack Obama– y la justicia –preguntar a cualquiera–. En cambio, en el modelo social europeo, los servicios públicos son mayoritariamente buenos y (en apariencia) gratuitos. Y ahí tenemos la justicia penal, tan denostada, pero a la que tanto se recurre entre nosotros, seguramente a falta de mejores e igualmente gratuitas distracciones.
A la Ciudad de Nueva York, es decir, al bolsillo de sus habitantes, la broma patriótica le ha costado 22.001 dólares, siendo 12.000, es decir más de la mitad, para los abogados del demandante. En cambio, a sus instigadores, el absurdo conato de pleito por los pitos de Mestalla les ha salido gratis, porque la cuenta la pagamos entre todos, patriotas o no.

Este derroche en Administración de justicia es algo a lo que ha de ponerse urgente contención. Por un lado, cuando alguien sea llamado sin razón a un proceso penal, no puede seguir ocurriendo que obtener la absolución le cueste dinero y el acusador se quede tan ancho y, como empieza a ser un vicio, menos aún si se disfraza de sindicato o de pomposa entidad sin ánimo de lucro. No puede ser que, al socaire de pretendidas dignidades ofendidas, se inicien procesos penales con cargo el erario público, distrayendo a la justicia de sus objetivos reales. Este despilfarro ha de acabar: han de dedicarse los escasos medios disponibles a fines legítimos. Si quien pierde al dominó, paga el café, ¿por qué no la querella abusiva?

Joan J. Queralt, catedrático de Derecho Penal de la Universitat de Barcelona.