Patriotismo sí, nacionalismo no

Por GRACIÁN, colectivo que reúne a 60 intelectuales y profesores de reconocido prestigio (ABC, 22/05/06):

UNO de los problemas que más desasosiego causa a la convivencia de la sociedad española es la presencia activa, importante, decisiva y agresiva de los nacionalismos periféricos. Llama la atención comprobar que no existe un activo, importante, decisivo y agresivo nacionalismo español que haga frente a estos nacionalismos. Cuando hace pocos años un ministro de Defensa puso por obra la idea de colocar una gran bandera española en una plaza central de Madrid para rendir homenaje al símbolo nacional, a imitación de lo que se hace en otros estados, sufrió críticas en abundancia de los nacionalistas no españoles, a las que se sumaban muchas procedentes de la izquierda. Supongo que hubo españoles alegres de ver al símbolo nacional tratado con consciente dignidad, pero su aplauso fue tímido, casi pidiendo perdón. Parece que tales sentimientos están fuera de la moda política impuesta por quienes ahora gobiernan. Es el caso que el nacionalismo español, por razones diversas, algunas muy ligadas con el anterior régimen, no tiene buen cartel en la opinión pública y desde luego no goza de fuerza expansiva. ¿Es eso malo? ¿Es grave esta evidente situación asimétrica de los nacionalismos en España, los particulares sacando pecho y el español acurrucado? Quienes se sienten españoles ¿no tendrían que responder con afirmación nacionalista española a las afirmaciones nacionalistas periféricas? No, en la medida en que el patriotismo siga existiendo como cualidad esencial del ciudadano español.

Patriotismo no es nacionalismo. Patriotismo es el sentimiento razonado de lealtad a la patria, sentimiento que da fuerza para hacer efectivos los compromisos que el individuo adquiere en relación con su patria, es decir, con la comunidad en la que se halla vitalmente integrado, en la mayoría de los casos por y desde su nacimiento. El compromiso puede ser tan fuerte que llegue a exigir la vida del individuo. Es el caso de una guerra, cuando las exigencias del patriotismo pueden llegar hasta el heroísmo. Ejemplo de patriotas son los madrileños que se alzaron contra los franceses el Dos de Mayo, ejemplo de patriota es la barcelonesa Agustina de Aragón defendiendo Zaragoza. Nadie, haciendo uso respetuoso de las palabras, llamaría nacionalistas a aquellos españoles. Eran patriotas, no nacionalistas. Además de estos compromisos extremos, que solamente son exigibles en situaciones excepcionales, el patriotismo está cargado con otros compromisos más suaves, pero no menos necesarios, que dirigen la vida cotidiana del ciudadano: es el compromiso general de la observancia de las leyes. Tema antiguo, que mereció la reflexión de Aristóteles cuando estudiaba las características del buen ciudadano. Tema actual, que hoy los teóricos de la política presentan bajo la etiqueta de lo que han llamado «patriotismo constitucional». Es el patriotismo del ciudadano responsable que es leal a su comunidad; lealtad es palabra clave. Este patriotismo puede contener mayor o menor cantidad de emoción patriótica; la vinculación con la patria se puede sentir con mayor o menor intensidad. Parece bueno que alguna emoción tenga, porque -como apuntamos antes- esa emoción refuerza el compromiso del ciudadano.

Por ello parece buena política favorecer los hechos que refuerzan esos sentimientos: por ejemplo, promover la actitud de respeto mientras se ejecutan las notas del himno nacional. ¡Qué buen ejemplo nos dan otros países y qué mal ejemplo nos han dado dos altísimos dignatarios españoles a quienes hemos visto charlar entre ellos mientras sonaba el himno! Política patriótica es necesaria; política nacionalista, no. Porque patriotismo no es nacionalismo.

Patriotismo no es nacionalismo. Eran patriotas y no nacionalistas los guerrilleros españoles que luchaban contra el invasor francés; era patriotas y no nacionalistas los polacos que en el siglo XIX se rebelaban contra el dominio ruso. El nacionalismo es una exaltación del patriotismo al que añade el sentimiento de superioridad de los nacionales respecto de quienes no lo son. Y aquí radica justamente el problema. Los vascos nacionalistas se consideran superiores a los maketos; bien conocidas son las frases de desprecio de Sabino Arana a quien los nacionalistas vascos tienen como su líder intelectual. Los catalanes nacionalistas se consideran mejores que los charnegos: están mejor organizados, tienen una región más rica, saben trabajar mejor e incluso algunos han expresado reparos a que en un futuro próximo un charnego pudiera ser president de la Generalitat: ¡hasta dónde habríamos llegado!

Quienes son superiores y mejores lógicamente no quieren ser mandados por los inferiores y peores, por lo cual su primera reivindicación es la plena autonomía nacional. Si existen no nacionales en su territorio nacional, estarán lógicamente subordinados. Digámoslo claramente: los nacionalistas no aceptan la igualdad de quienes no son como ellos. He aquí la raíz del problema del nacionalismo, que lo convierte en un movimiento antiigualitario. El nacionalista lo tiene bien claro respecto del que no es de su nación: o te asimilas con todas las consecuencias o te pones debajo de nosotros. El nacionalismo no acepta la igualdad de la sociedad moderna plural, que es la igualdad de los que son desiguales, la que Constant definió con una expresión que se ha hecho clásica, la «igualdad de los modernos». El nacionalismo, por la propia estructura de su dinámica, exige una sociedad uniforme, donde «el otro» es, cuando más, tolerado. Frente a la tendencia globalizadora que fomenta la pluralidad de las sociedades, el nacionalismo se defiende y tiene miedo a la pluralidad. Si admitimos que la pluralidad es riqueza y progreso social, el nacionalismo aparece como un movimiento pre-ilustrado y retardatario.

Éstos no son rasgos ni tendencias que correspondan al patriotismo. ¿Queremos una sociedad libre, plural, democrática, avanzada? Entonces, patriotismo sí, nacionalismo no.